La crisis que durante semanas ha agotado energías en EEUU ha servido para situar a los dos grandes partidos estadounidenses en sus posiciones de salida de cara a la campaña del 2012 y, especialmente, para confirmar a Barack Obama como aspirante a la reelección con la etiqueta de centrista.


Demócratas y republicanos inician ahora lo que será una dura y apasionante competencia entre dos modelos muy diferentes de Estado y dos visiones contradictorias sobre EEUU del futuro.

“Reducir el déficit es parte de la agenda, pero no es toda la agenda. Hay que hacer mucho más para asegurar el crecimiento económico”, dijo el Presidente como anuncio de la principal misión.

Con la ratificación del Senado (74 a favor y 26 en contra) y la firma del Presidente, se consumó el martes el proceso de convertir en ley el acuerdo que permite la extensión del techo de deuda y evita la suspensión de pagos de EEUU. Se abortó el cataclismo, y eso en sí ya es motivo de celebración. Pero poco se ha avanzado en cuanto a la solución de los grandes problemas nacionales.

Ese escenario sitúa a Obama en el centro, donde siempre ha querido estar y a donde se ha visto definitivamente empujado por las tensiones de los últimos días. Sectores de la izquierda le pidieron no negociar y él hizo concesiones.