El dicho, convertido casi en refrán -en la América andina al menos-, “el que no tiene deinga, tiene de mandinga”, no hace otra cosa que constatar la realidad de unas sociedades cuyas estratificaciones sociales tienen su paralelo más cercano en India, por las líneas jerárquicas raciales y de castas que las atraviesan. Revelan el proceso de mestizaje que ha determinado la estructura actual de esas sociedades, con todas las subyacentes cargas de superioridad e inferioridad implícitos en los conceptos de raza y de casta.

Esa estratificación produjo como resultado que quienes ocupaban la parte alta de la pirámide social se beneficiaran por las ventajas que derivaban de tal ubicación, lo que era visto como algo natural.

Esa visión, instalada en un ideario arcaico, sigue muy vigente entre los actores sociales, tanto en la cima como en la base de la pirámide, dando lugar a unas sociedades racistas y clasistas, pese a los cambios que el mundo ha experimentado en el último siglo y medio.

La realidad de la desigualdad es una marca de fábrica en las sociedades americanas, y la principal fuente de insatisfacción social en la región, más allá del desempleo, la violencia o la inseguridad.

En la América andina, los más afectados por el modelo social han sido las comunidades indígenas, en la base de la pirámide, por condiciones de semi esclavitud desde la conquista europea.

Dentro de ese marco histórico se inscribe la demanda de esas comunidades por cambiar una situación de injusticia que las mantiene en un creciente atraso, esencialmente porque el mundo cambió mucho más rápido de lo que nuestras sociedades lo hicieron.

En un mundo donde se privilegia, como ruta hacia la prosperidad personal y colectiva, el conocimiento, las ciencias y la información, esas comunidades siguen aferradas a la tierra, sin un acceso real a la educación, condenadas a rezagarse cada día más en la marcha hacia el futuro. Tal como las naciones que no invierten en investigación y desarrollo tecnológico, limitadas a ser proveedores de materias primas, su gente, sin educación en las ciencias y técnicas que el mundo de hoy demanda, quedarán, en la economía global, como mano de obra no especializada.

Los acontecimientos que Ecuador atraviesa son, en parte, resultado de una impaciencia colectiva por la lentitud con que se tratan estas carencias y demandas de la sociedad.

Digo en parte, pues también está presente un componente de manipulación política de grupos que ven, en la insurgencia indígena, la oportunidad para instrumentalizarla, para sus particulares fines y objetivos. En los últimos 30 años, la Conaie ha sido parte de varias acciones contrarias a la democracia, como el derrocamiento del expresidente Mahuad, de Lucio Gutiérrez, y del lamentable episodio de octubre de 2019, la agresión y destrucción de la ciudad de Quito, que hasta entonces había acogido con cariño y respeto a los grupos indígenas que llegaban con sus legítimas protestas a la capital.

Seguramente, la creciente frustración de las comunidades indígenas viene también de la constatación de que su participación activa en los gobiernos que ayudaron a instaurar, concretamente el de Gutiérrez y el de Correa, resultó al final una amarga experiencia, por la forma en que fueron tratados, hasta el punto de terminar injuriados y perseguidos por sus antiguos aliados, que los llenaron de epítetos y descalificaciones.

A partir de octubre de 2019, el movimiento indígena se radicaliza, ante la presencia de un nuevo líderazgo que busca desplazar a los históricos dirigentes de la organización.

En este liderazgo destaca Leonidas Iza, quien, de acuerdo con las tesis planteadas en su libro “Estallido”, plantea una revolución violenta, inspirada en un cocktail de ideas, hilvanadas en torno a los agravios y resentimientos de sus seguidores. Propone, en un mundo donde el marxismo ocupa ya estantes en los museos, como curiosidad anecdótica, o sobrevive como herramienta dinástica en la kimica Corea del Norte, una versión de un comunismo indígena que busca soportes en las visiones, pronto centenarias, de Mariátegui, gurú del marxismo del Sendero Luminoso de Abimael Guzmán, con decenas de miles de muertos por sus acciones en Perú, entre 1980 y 1998, y del maoísmo agrario chino, que causó la peor hambruna registrada en la historia, con más de 50 millones de muertos en China entre 1957 y 1960. A estos referentes se agrega una visión que busca recrear el Tahuantinsuyo, integrando a Bolivia, Perú y Ecuador, el sur de Colombia y el norte de Chile y Argentina, en un estado indígena, donde no tienen cabida otras etnias. En este plan se alinean varias organizaciones peruanas inspiradas en el etnocacerismo, delirio racista y nacionalista, desarrollado por el padre del expresidente Ollanta Humala y continuado por Antauro, su heredero, todavía preso por sedición.

Se trata de un cocktail descabellado, anclado en un racismo resentido, vengativo y retrógrado, que generará una creciente resistencia y rechazo a los grupos violentos, como sucedió en Perú, cuando eligió a un presidente cuya oferta fue desmantelar al terrorismo de Sendero Luminoso, objetivo que cumplió con todos los excesos que esas acciones trajeron. Un cocktail muy peligroso, en línea con el incendiario cocktail Molotov.

El capital político que la Conaie acumuló en la sociedad, por un manejo a la vez firme y sensato de su accionar, se está diluyendo ante las acciones extremas que la retórica de su actual dirigencia genera. Cuando la violencia se normaliza y hasta se bendice, puede encontrar respuestas de similar talante.

El gobierno ha dado pasos y claras señales encaminadas a buscar diálogo en torno a los planteamientos de la Conaie, pero ésta y el srIza parecen no comprender que el diálogo es de ida y vuelta. Lo otro es una imposición. El presidente fue electo para gobernar por una mayoría de ciudadanos. Él no puede, ni debe, ceder sus funciones a quienes no han sido electos más que por sí mismos.

Esperemos que los esfuerzos para mediar de organismos como la representación de la UE, sean acogidos, para superar una crisis que ningún favor hace a la Conaie, al gobierno y, sobre todo, al país.