Hubo una tendencia con la que Armando Manzanero intentó acabar durante los últimos años de su vida. Sus deseos más fuertes, ya con la consolidación de su estilo en letras mayúsculas en toda América Latina, estaban sintonizados con la urgencia de que la banda sonora de su historia se alejara de lo que él mismo definía como un sonido “dinosáurico”, principal característica, según su propio concepto, de Mi primera grabación, su debut en el mercado en 1967.

El artista mexicano, quien nació en 1935 en Mérida, Yucatán, no sabía muy bien si el sentimiento que le producía escuchar en segundo plano esas interpretaciones en todas sus entrevistas radiales y televisivas desde la década del 70 se vinculaba más con la tristeza o con la rabia… o con las dos emociones al mismo tiempo.

Manzanero jamás captó la razón por la que, existiendo versiones más famosas, modernas, actuales y hasta más románticas, fueran precisamente las más añejas las seleccionadas para generar la atmósfera ideal y explicar la importancia de su creación para establecer los nexos letrísticos y orquestales entre el bolero romántico y un género más moderno como la balada.

En México lo definían, de un tiempo para acá, como el último gran compositor del bolero. Cuando Armando Manzanero escuchaba ese tipo de comentarios, únicamente atinaba a agradecer todas las opiniones al respecto y se sentía orgulloso con la admiración que despertaba su talento, pero prefería omitir cualquier palabra sobre su actividad y, si le daban la oportunidad, optaba por circunscribir su música como romántica, porque su creación, también según sus palabras, iba mucho más allá del bolero y de la balada.

“A mí me gusta la música romántica. Uno ve que salen raperos, reguetoneros y de todos los géneros, pero aparece un personaje como Andrea Bocelli con su disco Romance, y de inmediato ocupa los primeros lugares en ventas. Siempre hay diferentes maneras de expresarse con la música, pero lo romántico siempre va a existir y todos los artistas, sin importar su género, tienen algo que ver con el amor”, aseguró Armando Manzanero antes de una de sus presentaciones en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, en Bogotá.

Más que un cantautor, un compositor o un músico, Manzanero se consideraba un trovador nato y, a sus 85 años, estaba convencido de que en su garganta tenía una noción particular del repertorio de la canción en lengua castellana. Muchas de las tonadas que han marcado historia en el continente, el mexicano las sabía interpretar en piano con los ojos cerrados, conocía sus acordes en guitarra y disfrutaba entornarlas como si fueran vivencias propias.

Para un artista como él no existía ninguna frontera en el amplio espectro de las manifestaciones sonoras. Armando Manzanero era de los que pensaban que solo hay dos tipos de música y, por fortuna, la mala (música) tiene un tiempo de desgaste y luego se va, a diferencia de la buena (música), que perdura para siempre, como pasó con un amplio segmento de su producción discográfica.

Dentro de la categoría de “buena música”, Manzanero incluía a su espectáculo “Armando la Libertad”, que desde 1995 realizaba en compañía de la cantante de origen peruano Tania Libertad y con el que visitó Colombia en un par de oportunidades llenando escenarios y multiplicando aplausos, tal y como era su costumbre desde los inicios de su actividad artística.

“Este proyecto surgió cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari nos hizo el favor de dejar al país clavado en la madre. En ese momento me encontré con mi hermana, Tania Libertad, y pensamos en armar un show en el que estuviéramos los dos, y así lo hicimos. Nos metimos en el Camino Real y durante siete meses estuvimos concentrados en ese lugar. Luego, gracias a la acogida, se amplió un poco y llevamos varios años con esta propuesta”, comentó en su momento Armando Manzanero, quien afirmó que la música romántica es necesaria y no hay que ponerse a pensar si el género echó para atrás o si ha logrado evolucionar con el paso del tiempo.

El romanticismo, en el que el autor mexicano se convirtió en uno de sus maestros, sigue adelante, está ahí y es poco probable poder mantenerse al margen de su influjo. Canciones como Somos novios, Contigo aprendí, Esta tarde vi llover y Por debajo de la mesa, entre otras, marcaron el camino de Manzanero hacia el éxito de su estilo, muchas veces avalado por la presencia de su propio acompañamiento al piano.

“El piano es el compañero eterno mío. Es el instrumento más completo, porque se sienta un individuo en frente de él y puede interpretar lo que quiera, lo que no pasa con los demás instrumentos porque, por lo general, necesitan un acompañamiento que casi siempre es el piano”, manifestó Manzanero sobre su amor por las blancas y las negras.

Sobre su relación con Colombia también fue generoso en sus palabras y en sus acciones. Durante sus más recientes conciertos en Barranquilla y Bogotá, el mexicano manifestó sin ningún asomo de prudencia: “Para mí ir a Colombia es un regalo de Dios, porque hay buena comida, es un país hermoso con música deliciosa y mujeres hermosas. Qué más se le puede pedir a la vida. Además, los mexicanos y los colombianos tenemos historias similares y eso hace que nos unan muchas cosas”.

La última aparición pública de Manzanero, quien se desempeñaba también como presidente de la Sociedad de Autores y Compositores de México, fue el 11 de diciembre de 2020 en su natal Mérida, capital de Yucatán, donde inauguró el Museo Casa Manzanero. A los pocos días fue hospitalizado en una clínica a las afueras de Ciudad de México por COVID-19 y su salud comenzó a deteriorarse hasta que murió este lunes 28 de diciembre de 2020.

Armando Manzanero deja más de 30 trabajos discográficos y un número superior a las 400 canciones exitosas y la convicción de que, cada vez, hay menos fronteras en la música. Lo dijo él, el alma romántica de América Latina.