Su nombre es Héctor Rusthenford Guerrero Flores y desde una cárcel en Tocorón, Venezuela, ha puesto a sonar las alarmas en Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Con experiencia en crímenes como asesinatos, hurtos y tortura, este delincuente ha sido identificado como el líder del peligroso Tren de Aragua, una megabanda sobre la que la fundación InSight Crime ha advertido en varias ocasiones de sus operaciones en la mitad de la región. Esta organización criminal ha sonado mucho en las últimas semanas en Colombia, pues es señalada de estar detrás de los cuerpos embolsados que han aparecido en la capital.

Guerrero no fundó esta mafia, pues esto habría sido obra de José Álvarez Rojas y Johan José Romero, dos criminales que operaban en Bolívar, Venezuela. Sin embargo, fue el “niño” Guerrero quien expandió sus redes al punto de tener cerca de 4.000 hombres a su servicio, según la asociación Transparencia Internacional. Otras organizaciones estiman que Guerrero maneja a 7.000 personas, y que los negocios de su banda producen más de US$1 millón al año. Ahora se está consolidando fuera de las fronteras venezolanas.

¿Cómo surgió el “Niño” Guerrero?

El alias lo obtuvo hace poco más de una década tras las rejas en la cárcel de Tocorón, en la que se encuentra actualmente y de la cual ya se escapó en una ocasión. Guerrero Flores nació en Maracay, estado venezolano de Aragua, en el centro-norte del país. Se inició en el mundo criminal asesinado policías en Venezuela y robando casas en medio de la recesión de 2009. También incursionó en el microtráfico.

Por esos delitos lo enviaron a prisión, pero luego de dos años detenido se fugó con su medio hermano y su cuñado a la ciudad de Acarigua, en el centro occidente del país. En este punto, la Presidencia del circuito Judicial Penal del Estado Aragua de 2014 detalla algo fundamental para entender el ascenso de Guerrero, como recogió el medio Ex-Ante de Chile: Guerrero se habría escapado con la ayuda de las autoridades para irse con Jimena Araya, una modelo venezolana también conocida como DJ Rosita.

“El director del penal de Tocorón recibió dinero en efectivo, según testigos, la cantidad de 500.000 bolívares fuertes”, señala un documento que resalta las llamadas telefónicas intercambiadas entre el celular que portaba Guerrero y uno que portaba el alcalde de la cárcel de Tocorón.

La corrupción estatal jugó un papel fundamental en la carrera de Guerrero. Cuando Hugo Chávez llegó al poder, Venezuela atravesaba una profunda crisis en el sistema penitenciario. Avergonzado por el caos y la presión de los medios, el expresidente le entregó la tarea de corregir las fallas en el sistema a su entonces vicepresidente, Elías Jaua, quien hizo todo lo contrario.

El 26 de julio de 2011 se conformó el Ministerio del Poder Popular para el Servicio Penitenciario que quedó en manos de Iris Varela, la “comandante fosforito”, una funcionaria sin experiencia para abordar la crisis en las prisiones, pero que llegó a ese cargo por su lealtad al chavismo. Varela se acercó a los “pranes” (acrónimo de Presos Rematado Asesino Nato), líderes de las pandillas que mantienen el control de un penal en Venezuela. Ellos buscaban más poder dentro de las prisiones y lo obtuvieron de la mano del gobierno.

Así empezó a funcionar el sistema penal en Venezuela: con enormes jefes de las bandas criminales operando a pesar de estar tras las rejas, ante la complicidad del Gobierno. El “niño” Guerrero, que fue atrapado de nuevo en 2013 con una identificación falsa, fue condenado a 17 años en 2016 por fuga de detenidos, falsificación de documentos, posesión de armas, usurpación de identidad y robo de vehículos. Los astros se unieron para ver su carrera criminal crecer.

De nuevo en prisión, Guerrero se convirtió pronto en un líder de su penal. El nuevo “pran” habría estado involucrado en el asesinato de Wilmer José Brizuela Vera, alias “Wilmito”. Sin este último en el poder, el “niño” Guerrero” se consolidó en el penal de Tocorón, donde comenzó a consolidar el modelo del Tren de Aragua que se conoce hoy: operaciones de lavado de dinero, tráfico de drogas y de personas, además de hurto y asesinato. A cambio de la lealtad de los más de 4.000 hombres que están en el Tren de Aragua, Guerrero les ofrece comodidades y lujos.

“Fuera de la prisión, la banda tiene personas que trabajan como informantes. Además, cuenta con aliados que presuntamente cobran extorsiones (…). El Tren de Aragua tiene personas en los pasos fronterizos para cuidar cargamentos de droga, oro, armas y chatarra. Su función es actuar en masa como custodia de la mercancía, infundir terror por las zonas en las que se realiza la acción delictiva para que nadie se acerque y, en ciertos casos, liberar el camino de obstáculo”, señaló un informe de Transparencia Venezuela.

Fue la permisividad y las pésimas proyecciones con las que el chavismo abordó la crisis carcelaria las que facilitaron en gran medida la expansión de esta banda criminal. Los gobiernos de la región, en especial los de Brasil, Chile y Colombia, tienen la tarea pendiente de abordar esta situación de manera conjunta y fortalecer los mecanismos de inteligencia y cooperación para capturar a los criminales pertenecientes a esta banda y frenar su expansión. Todo esto sin formular medidas que resulten xenófobas o que contribuyan a la estigmatización de las personas venezolanas que también son víctimas de esta peligrosa red.

La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ya le pidió al canciller Álvaro Leyva Durán, y al embajador en Caracas, Armando Benedetti, que gestionen soluciones con el gobierno de Nicolás Maduro para aislar a los líderes del Tren de Aragua.