Hoy hace cinco años miles de egipcios celebraban la caída de Hosni Mubarak. Después de 18 días de protesta, el 11 de febrero de 2011 el “faraón” se veía obligado a ceder su cargo. El ejército, donde ha estado desde siempre, lo abandonó y lo reemplazó por una junta militar que organizó elecciones legislativas y presidenciales. Esos fueron los primeros comicios democráticos en la milenaria historia del país. La cairota Plaza Tahrir, en donde se realizaron las masivas protestas que llevaron al derrocamiento de Mubarak, se convertía en un ícono de lo que para entonces se llamaba, de manera muy optimista, la “primavera árabe”.

La caída de Mubarak, entonces, parecía abrir el camino para una “transición a la democracia”. Todo marchaba en la dirección anhelada. Pero era difícil que en el país de los faraones surgieran candidatos demócratas tipo Barack Obama. Fue el islam político el que triunfó en las elecciones. Mohammed Morsi, un integrante de los Hermanos Musulmanes, se convirtió en el primer presidente civil democráticamente elegido en la historia del país. Disputó las elecciones contra Ahmed Shafiq, el exprimer ministro de Mubarak, quien representaba la continuidad del régimen. Después de estar marginados durante tres décadas, en las que sin embargo ampliaron sus bases populares, los Hermanos Musulmanes llegaron al poder en uno de los países más importantes de Oriente Medio, y aliado clave de Israel y Estados Unidos.

En un principio, las expectativas sobre la transición democrática también se incrementaron porque la justicia parecía llegarle a Mubarak. En 2012 fue condenado a cadena perpetua por la muerte de centenares de manifestantes. Sin embargo, luego la misma sentencia fue anulada y un año más tarde se abandonaron los cargos. Más adelante, se anuló el juicio y actualmente se está juzgando de nuevo a Mubarak, en un proceso muy cuestionado y lleno de aplazamientos. En otro proceso, Mubarak, junto a sus hijos Alaa y Gamal, fue condenado en mayo de 2015 a tres años de prisión por apropiación indebida de fondos públicos, los cuales fueron sustraídos del presupuesto público entre 2002 y 2010. En octubre, sin embargo, un tribunal liberó a sus hijos, argumentando que ya habían cumplido la pena por la prisión preventiva. Mubarak está actualmente en el hospital militar, no en la cárcel, supuestamente en estado delicado de salud.

Así que a Mubarak sólo le llegó la justicia a medias, mientras que el proceso de transición democrática sufrió un duro revés. Después de poco más de un año en su cargo, Mohamed Morsi fue derrocado por los militares. Triunfó la contrarrevolución. En las semanas posteriores revivieron las escenas de protesta social y represión militar: más de 1.400 civiles partidarios de Morsi murieron. Alrededor de 15 mil miembros de los Hermanos Musulmanes fueron encarcelados. Centenares de personas fueron condenadas a muerte en juicios rechazados y condenados por la ONU. Entre esas personas está Mohammed Morsi, quien hoy sigue tras las rejas.

Abdel Fatah al Sisi, el comandante en jefe del ejército que destituyó a Morsi, fue elegido presidente en 2014 en unas elecciones en las que no tuvo contrincante. Desde entonces, el Egipto post-mubarak ha sido considerado más autoritario y represivo. Pero a pesar de que los militares están en el poder, la situación de seguridad nacional empeora. Ya la organización Estado Islámico tiene sucursal en el país y ha protagonizado atentados y crueles asesinatos. La lucha contra el terrorismo se pone como prioridad en la agenda del presidente, así como el gran reto de recuperar la economía y el turismo. Mientras tanto, la revolución pasa al olvido y en la opinión pública apenas se habla de vez en cuando, con poco interés, sobre el largo y cuestionado juicio contra Hosni Mubarak.