El jugador internacional

Han pasado 27 años desde que en 1991, justo después de la Guerra Fría, en una sobria alocución presidencial, Mikhail Gorbachev anunciara el final de la Unión Soviética. “Esa fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, lamentó en un discurso Vladimir Putin, quien desde que asumió la Presidencia de Rusia en el año 2000 ha buscado recuperar la grandeza perdida de su país, sobre todo en el plano internacional.

El nuevo milenio coincidió con el ascenso de Putin, quien recibió una Rusia hecha añicos, endeudada hasta los dientes, con una fuerte recesión económica y el orgullo nacional por los suelos. El presidente Putin, que no se considera un comunista ni un socialista, optó por restablecer la Madre Rusia a través del nacionalismo y la fuerza.

Su estrategia política internacional ha sido acorde con esta postura. Rusia quiere establecer un nuevo orden internacional e instituir nuevas reglas en las relaciones exteriores. Para eso mantiene su silla en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, desde donde ha saboteado toda resolución que amenace ese dominio. Se ha ubicado como el principal contrapeso de los intereses de Occidente, encabezados por Estados Unidos y la Unión Europea, que en los últimos 20 años no consiguió integrar a sus vecinos exsoviéticos en economía, seguridad y democracia.

Errores que Putin supo aprovechar para mantener su zona de influencia. Las intervenciones militares en su esfera imperial histórica (Georgia en 2008 y Ucrania en 2014) tienen su sello. La última de ellas, la anexión de la península de Crimea a Rusia, le significó el repudio de la comunidad internacional, pero también una gigantesca ganancia geopolítica.

Con su adhesión, Rusia no sólo envió un fuerte mensaje al mundo, sino que se hizo con la base naval del puerto ucraniano de Sebastopol y la ubicación geoestratégica clave de la península en el mar Negro, ruta de intercambios comerciales globales y ductos que transportan petróleo y gas de oriente a occidente. Y aunque Crimea sigue siendo parte de Ucrania, según la legislación internacional, es de facto un territorio controlado por Rusia.

La situación de Crimea le significó, entre otras cosas, fuertes sanciones económicas por parte de Occidente. Rusia fue expulsada del G-8, que agrupaba a las naciones más poderosas del planeta. Pero Putin no se quedó solo. Ante el aislamiento al que Occidente lo ha condenado, el presidente ruso ha jugado sus cartas en diferentes mesas. Estrechó lazos con aliados estratégicos como China, Irán y Venezuela, que le han dado un margen de influencia en tres zonas geográficamente divididas, pero con un fuerte potencial geopolítico.

En el caso chino, por ejemplo, Putin ha sabido recomponer las maltrechas relaciones del gigante chino y la Unión Soviética. Hoy en día, China es el principal socio comercial de Rusia, cuyos negocios significaron US$69.525 millones en 2016. Mientras que con Teherán, la relación se ha fortalecido por las sanciones económicas que han obligado a Rusia a buscar nuevos aliados.

El papel de Rusia con Irán es clave, no sólo por su importancia económica, sino también estratégica. Irán es uno de los alfiles políticos más importantes de Oriente Medio y ambas naciones han visto en la cooperación una relación en la que ambas ganan. Aprovechando la coyuntura en la que Donald Trump ha amenazado con acabar el acuerdo nuclear, Teherán se ha acercado al Kremlin y Putin le ha abierto las puertas a un gobierno que sirve de contrapeso a la otra potencia de la región: Arabia Saudita, aliado histórico de Washington.

Pero Irán no es el único bastión por el que Vladimir Putin ha buscado ingresar a Oriente Medio. Putin se ha convertido en el principal aliado del gobierno de Siria, en guerra desde hace siete años, pero cuyo presidente, Bashar al Asad, sigue en el poder. El Kremlin, que vio con malos ojos las primaveras árabes, no titubeó en apoyar las fuerzas oficiales en Siria, que gracias a eso mermaron la influencia de los yihadistas del Estado Islámico y de los rebeldes apoyados por Occidente. “Putin se mostró como un líder en el combate contra el terrorismo y también como el único capaz de resistir la imposición de EE. UU. en el mundo”, dijo Famil Ismailov, analista ruso, a la BBC.

Otra de las estrategias de la Rusia de Putin ha sido la desestabilización, cuyos orígenes se remontan a la vieja KGB soviética. A través de apoyo político, económico y ahora tecnológico, Rusia ha buscado torpedear los procesos políticos de países de Occidente para su propio beneficio. Incluso, según informes de prensa, estaría tratando de intervenir en las campañas presidenciales de Colombia. Los apoyos a partidos euroescépticos de países tradicionalmente occidentales, como la Liga Norte de Italia y el Frente Nacional de Francia, junto con la supuesta intervención rusa en las elecciones de EE. UU., que tiene contra las cuerdas al presidente Donald Trump, son prueba de cómo sus tentáculos han logrado dividir y confundir a Occidente, sin llegar a una confrontación directa.

Y mientras la tensión con Occidente crece, por cuenta también del envenenamiento de un exespía ruso en el Reino Unido, Rusia ha optado por mostrar su poder nuclear, que en palabras del mismo presidente fue una respuesta al “monopolio de armas por parte de los Estados Unidos”. Putin aludió en su discurso a la humillación sufrida por Rusia en los años que siguieron a la desintegración de la URSS en 1991, cuando “nadie hacía caso” a Moscú, y presentó cinco armas de última tecnología. Cinco juguetes con los que Vladimir Putin deja claro que hará lo que haga falta por devolverle la grandeza a Rusia.

El enigma de su vida personal

La vida íntima de Vladimir Putin, nacido el 7 de octubre de 1952 en el seno de una familia obrera de Leningrado (hoy San Petersburgo), es una mezcla de mitos y verdades. Después de más de 20 años de vida política, apenas en 2017 habló de su infancia. Contó que, a pesar de la pobreza, su familia tenía un televisor y lo primero que vio fue un noticiero, por lo que se apasionó por la información. Desde niño, Putin entendió que esa es un arma, relativamente barata, pero de altísimo impacto. Por eso la cuida con celo.

En 2012, The New York Times aseguró que “cuanto más gobierna Rusia, la información sobre su familia es más tabú”. Pese a eso, se sabe que en 1983 se casó con Lyudmila Ocheretnaya, quien, según BBC, lo describió como un adicto al trabajo. Tiene dos hijas, María, hoy de 31 años, y Katerina, de 29, quienes estudiaron en la Universidad de San Petersburgo, según el diario Pravda, sin que nadie lo notara.

La hija menor se cambió el nombre a Tikhonova, en honor a una de sus abuelas, y participa en competencias de rock acrobático. Según la agencia Reuters, está casada con Kirill Shamalov, hijo de uno de los amigos cercanos de Putin que trabaja en la industria petroquímica. María, la mayor, tiene una especialización en endocrinología y vivió en Holanda alejada de la prensa. Está casada con un científico surcoreano.

En 2013, el matrimonio de Putin llegó a su fin y, ante los medios de comunicación, el presidente aseguró que fue una decisión mutua. Se rumoró que el hombre fuerte de Rusia sostuvo una relación con la exgimnasta, medallista, exdiputada y hoy directora de un periódico ruso Alina Kabayeva. La revelación le costó caro a Moskovski Korrespondent, diario que 24 horas después de la publicación cerró “por razones económicas”.

Putin domina el alemán y, según The Huffington Post,  Los Beatles hacen parte de sus bandas preferidas y su canción favorita es Yesterday. Le gusta leer a Ernest Hemingway y al poeta romántico Mijaíl Lérmontov. “En mi mesa siempre está Lérmontov, para pensar, distraerme y sumergirme en otro mundo”, reveló. Su madre le enseñó que la caridad era importante y por eso en 2010, haciendo gala de su voz, hizo un pequeño cover de la canción Bluberry Hill para ayudar a una fundación.

Fuentes cercanas a Putin afirman que le gustan el arroz y el trigo, pero no la avena. Tiene debilidad por los pasteles, probablemente por cuestiones nostálgicas, pues su madre se los preparaba en su infancia con repollo, carne o arroz.

Russia Beyond the Headlines aseguró que sus marcas favoritas de trajes son Kiton y Brioni. A su vez, Squire afirmó que la ropa que usa para hacer ejercicio roza los US$3.200. Una inversión que vale la pena, pues va al gimnasio todos los días. Es fanático del hockey, por influencia de su madre, y octavo dan en judo. No le gusta el fútbol, pero afirmó que el Mundial era intocable. Por eso hizo todo para quedarse con el que se celebrará este año en la casa rusa.

El señor de las guerras

Foto: EFE

En septiembre de 1999, una serie de bombas detonadas presuntamente por chechenos en Moscú y Volgodonosk catapultaron la figura de Vladimir Putin al poder. Siendo el primer ministro del entonces presidente Boris Yeltsin, Putin lanzó una operación antiterrorista para recuperar el control de Chechenia, que declaró su independencia en 1991.

La ofensiva se intensificó cuando Putin se posesionó como presidente en mayo de 2000. Llegó al poder con una campaña basada en promover el renacimiento del poderío ruso, controlar a los separatistas y mantener la estabilidad y el orden, política que le ha permitido gobernar desde entonces y que este domingo le asegurará un período más al frente del Kremlin. Hoy parece indestronable.

Putin, miembro del servicio de inteligencia soviético desde 1975 hasta 1991, acabó con el poder político de la oligarquía rusa obligando a empresarios a devolverle el control al Estado. Muchos lo alaban por haber devuelto la estabilidad y la prosperidad a Rusia, gracias a la bonanza petrolera que duró años. Con Putin la clase media rusa creció y la situación económica mejoró: el presidente aumentó los salarios, redujo la inflación y la deuda pública.

Pero la bonanza se acabó y el plan económico creado hace 20 años ya no sirve. Putin sabe las amenazas que se ciernen sobre su gobierno: acceso limitado a los recursos financieros internacionales, la tecnología, las sanciones e inestabilidad de mercados, así como la neutralización de conflictos.

Por eso presentó un plan de seguridad económica, que busca mejorar el clima de inversión asegurándose de hacer un balance cada tres meses, pues “las amenazas siempre cambian”. Dicen que para garantizar el control total usa técnicas aprendidas en sus años como espía: emplea información personal de empresarios para obligarlos a ceder.

A pesar de las denuncias de violación de derechos humanos, sus políticas represivas y autoritarias, la anulación de la oposición y la censura a la prensa, la popularidad de Putin se ha mantenido alrededor del 70 % durante 18 años. Así logró ser reelegido en 2004 y luego de un período de receso en el que gobernó su sucesor, Dmitri Medvédev, volvió a la presidencia en 2012. Hoy su aprobación ronda el 85 %.

En 2011, cuando la política local atravesaba un vendaval y miles exigían el fin de la democracia controlada con elecciones libres, Putin volteó la situación con geopolítica. Estratega como pocos, sembró en la cabeza de los rusos el sueño de la ex Unión Soviética y logró la anexión de Crimea a territorio ruso.

Ante los buenos dividendos, el 97 % de los rusos aprobaron su decisión, Putin se involucró en otros conflictos: Ucrania, Georgia y, más recientemente, Siria. Este año será definitivo para sus planes, tal como lo anunció al presentar su candidatura presidencial, en la que no tiene rivales que logren hacerle sombra: “Nuestra nueva doctrina establece la necesidad de reforzar la posición de Rusia como país predominante en el mundo. Nada nos detendrá”, dijo en el cierre de campaña.

El pantallero

Foto: AFP

Los servicios de inteligencia estadounidenses le dicen el “macho alfa”. Su apodo se hizo público con los cables filtrados por Wikileaks, los mismos que dejaron ver que el cuerpo diplomático estadounidense también le decía Batman. A Dimitri Medvédev, su secuaz en la alternancia del poder, le tocaba el papel de Robin.

Dos estadounidenses llevaron a Putin al mundo de los cómics. En una versión contemporánea de las efigies con las que los líderes autoritarios fomentan el culto a la personalidad, desde Julio César en las monedas romanas hasta las pinturas los Kim en Corea del Norte, el artista Serguéi Kalenik creó a Superputin, un héroe que utiliza el judo para pelear contra dos gemelos, tanto en las viñetas como en el imaginario ruso: Protesta y Terrorismo.

Sacar peces enormes del río Tuva, pilotar helicópteros de rescate, jets de combate, submarinos; cazar tigres y osos polares, conducir un fórmula 1 por Petersburgo, cantar en televisión y, por encima de todo, aparecer en ceremonias religiosas que van desde besar íconos hasta sumergirse en un estanque de agua helada: gestos vitales en una Rusia cada vez más conservadora y obsesionada con las viejas costumbres y el patriotismo.

Se rumora que se puso bótox en su frente para poder aparecer en todas partes: los rusos se encuentran a Putin en las botellas de vodka o en las etiquetas de comida enlatada. El líder ruso no solo ha hecho de todo: también está en todas partes y la fascinación que produce ha superado fronteras: “Un país que había desaparecido de nuestro mapa mental, liderado por un hombre decidido y de acero, ha surgido como uno de los ejes fundamentales del siglo XXI”, escribió la revista Time cuando lo nombró personaje en 2007., un poco más de diez años antes de convertirse en uno de los personajes más incómodos para la política exterior de occidente.