Poco numerosos pero decididos a obtener un cambio, los estudiantes que se manifiestan desde hace más de un mes en Turquía representan un problema espinoso para el presidente Recep Tayyip Erdogan, que replicó desplegando durante los últimos días un tropel de policías. De momento, las manifestaciones no parecen contar con el respaldo de la mayoría de la población, pero han avivado el recuerdo de un gran movimiento de protesta que sacudió el poder de Erdogan en 2013.

Dispuesto a aplastar cualquier forma de revuelta desde la intentona golpista de 2016, el jefe del Estado turco optó de nuevo por la confrontación, aunque tuvo que calibrar fuerzas, deseoso de reparar las relaciones entre Ankara y Occidente, en un contexto de crisis económica. Todo empezó cuando Erdogan nombró, el 1 de enero, a Melih Bulu, próximo a su partido, para el puesto de rector de la Universidad del Bósforo (Bogazici, en turco), uno de los centros educativos más prestigiosos del país.

La elección de Bulu, acusado de plagio, fue la gota que colmó el vaso para muchos jóvenes que solo han conocido a un dirigente en su país, Erdogan, quien llegó al poder en 2003. “No estamos contentos con la situación económica, no estamos contentos con las presiones crecientes” sobre las libertades individuales, explicó Zeynep Kurbanzade, una estudiante de 19 años que forma parte del movimiento de protesta.

“Los feminicidios siguen quedando impunes, los mafiosos salen de prisión y son tratados como príncipes, pero nuestros camaradas son encarcelados por un tuit. Rechazamos eso”, agregó.

Diabolización de manifestantes

El campus de Bogazici tiene visos parece hoy una fortaleza asediada: se levantaron centenares de metros de vallas metálicas y el video de la policía cerrando la entrada de la universidad el mes pasado no hizo sino azuzar la ira de los manifestantes. Además, las fuerzas de seguridad lanzaron granadas lacrimógenas y balas de plástico para dispersar las concentraciones en Estambul, Ankara y Esmirna (oeste) y detuvieron a más de 500 manifestantes.

La mayor parte de los estudiantes arrestados fueron liberados, pero las detenciones y la brutalidad policial le costaron a Erdogan nuevas acusaciones de autoritarismo. “Bogazici ha cristalizado varios descontentos, del régimen presidencial [instaurado en 2018, que amplió los poderes de Erdogan] al hundimiento de la economía”, consideró Zeynep Gambetty, profesora de Ciencias Políticas en esa universidad.

En un primer momento, Erdogan pareció hacer caso omiso de las protestas, pero luego multiplicó los ataques contra los manifestantes, a los que presentó como instrumentos “en manos de terroristas” y de las potencias occidentales.

También criticó virulentamente a la comunidad de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales (LGTB), cuyos derechos reivindican también los manifestantes, una actitud que Estados Unidos y la Unión Europea condenaron vehementemente. “La verdadera cuestión es la autonomía de las universidades, pero estamos obligados a hablar de los [estudiantes] arrestados. ¿A quién le beneficia este caos? A nosotros no”, declaró Tinaz Ekim, profesora de Ingeniería Industrial en Bogazici.

“Reacción excesiva”

Ustun Erguder, que fue elegido rector de Bogazici dos veces en los años 1990, consideró que hubo una “reacción excesiva” por parte de las autoridades. Incluso durante los disturbios de los años 1970, cuando el campus solía ser escenario de enfrentamientos entre estudiantes de izquierdas y de derechas, “las clases continuaron sin interrupción en Bogazici”, recordó. Según afirma, Erguder aconsejó al rector actual que lo mejor es “tejer lazos” para “ganarse” a los estudiantes.

Pero Balu, a quien la oposición insta a dimitir, rechazó dejar el cargo la semana pasada. Con todo, y a pesar de la energía puesta por los manifestantes, Ozgur Unluhisarcikli, director de la oficina de Ankara del instituto estadounidense German Marshall Fund, no espera que la movilización vaya a más.

La respuesta brutal de las autoridades, la desconfianza de los manifestantes hacia los partidos de la oposición y la ausencia de un líder juegan en su contra. “Los partidos de la oposición saben que las manifestaciones masivas refuerzan la polarización y que eso enardece los apoyos de Erdogan”, según Unluhisarcikli.

Aún así, los estudiantes y quienes les apoyan no parecen dispuestos a tirar la toalla. “Esos jóvenes se pasan la vida en internet, ven que se están bloqueando páginas web y que se está deteniendo a gente por un tuit”, destacó Gurkan Ozturkan, un analista político graduado por la Universidad del Bósforo. “Se ven obligados a expresar su frustración de una forma u otra”.