La maratónica campaña hacia la Presidencia de Estados Unidos ha entrado en una etapa de desgaste y combate cuerpo a cuerpo. Hace un mes, la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump parecían imbatibles en sus respectivos partidos. Pero las cosas se les han complicado a los dos. Por el lado demócrata, Bernie Sanders le ha ganado a Clinton en ocho de los últimos nueve estados, mientras que en la contienda republicana, Trump ha sufrido golpes varios y es cada vez más probable que no alcanzará a obtener los delegados requeridos para ganar.

Hoy, el turno es para Nueva York, que por su gran número de delegados y por ser el estado donde tanto de Clinton como Trump fijan sus residencias, así como lugar de nacimiento de Sanders, se vuelve decisivo, en particular para los dos delanteros.

Sin duda, el cambio más grande en días recientes ha sido en el tono de la campaña demócrata. Lo que había empezado como debate de altura, centrado en los temas, cordial y a veces hasta aburridor, se ha vuelto confrontacional. Sanders se ha crecido con su impresionante cadena de triunfos y la respuesta de la campaña Clinton no se hizo esperar. Bombardeó a los electores con cuñas mostrándolo como un idealista desconectado de la realidad, con propuestas irrealizables. Sanders ripostó diciendo que Clinton no era cualificada para ser presidente, citando sus “errores de juicio” al haber apoyado la guerra de Irak, votado a favor de todos los tratados de libre comercio y recibido donaciones de Wall Street.

El pasado jueves, en el emblemático Brooklyn, lugar de nacimiento de Sanders y sede de la campaña nacional de Clinton, el burrough más diverso del gran crisol que es la ciudad de Nueva York, se enfrentaron en el que pudo haber sido el última debate entre los dos y ambos se quitaron los guantes.

Sanders, que habla con un acento más neoyorquino que el de Hillary, logró varios golpes contundentes, refregándole el haber recibido 650 mil dólares por una conferencia dictada a Goldman Sachs. Pero Clinton también puso a Sanders contra las cuerdas por sus posición en contra del control de armamento, tema altamente sensible en la Gran Manzana. Hasta ahora, Sanders ha logrado ganar en estados donde los votantes son mayoritariamente blancos y su fuerza está entre liberales de clase media, jóvenes e independientes. Por su parte, Clinton gana donde el electorado es más diverso y es la preferida de los afros, latinos, la clase obrera sindical, adultos mayores y demócratas de toda la vida. Clinton es la gran favorita para ganar en Nueva York, donde ha sido elegida dos veces senadora y derrotó a Obama en las primarias de 2008. Pero por eso mismo, un triunfo de Sanders, o aún una derrota reñida, pueden significar un tropiezo mayor para la exprimera dama.

De todas maneras, Clinton sigue teniendo una ventaja significativa frente a Sanders en el número de delegados y la mayoría de las encuestas y apuestas la siguen favoreciendo. Pero hoy la duda mayor es si ella será capaz de reunificar al partido luego de la pelea en la que se ha convertido la contienda por la candidatura demócrata.

Todos contra Trump

Por el lado republicano, la garrotera ha sido aún más salvaje, con golpes bajos y el delantero –Trump– lanzándoles puños a los árbitros. Para el magnate, estas han sido las semanas más difíciles de su campaña. Las diversas fuerzas anti Trump dentro del Partido Republicano han logrado golpear su imagen con una multimillonaria campaña de medios, develándolo como un ególatra peligroso que llevaría al partido a un descalabro estruendoso en las elecciones generales en noviembre, entregándoles la Presidencia, el Congreso y la Corte Suprema a los demócratas. Para rematar, Trump sufrió varias derrotas a nivel estatal frente a su principal rival, Ted Cruz.

Trump mantiene la delantera en cuanto el número de delegados. Sin embargo, sigue estando por debajo del 50% más uno que se requiere para ganar la candidatura. Por su parte, Cruz ha demostrado tener más capacidad organizativa y mayores respaldos políticos. En Colorado, por ejemplo, el despelote de la campaña de Trump y su desconocimiento de las reglas permitió que Cruz ganara casi todos los delegados. Esto le ha permitido a Cruz consolidarse como el único que tiene opción para alcanzar a Trump y eventualmente superarlo en el número de delegados.

Si bien eso es matemáticamente factible, hoy hay una fuerte posibilidad de que ninguno de los candidatos pueda obtener, antes de la convención del partido en julio en Cleveland, la cifra mágica de 1.237 delegados requeridos para ganar la candidatura. Si eso pasara implicaría lo que se denomina una “convención abierta” en la que, si ninguno logra ganar en la primera votación, los delegados puedan escoger a cualquiera de los candidatos, independientemente de quién haya tenido más delegados, en las votaciones subsiguientes. Es por eso que el tercero en discordia, John Kasich, muy por detrás de los demás, se mantiene. Incluso, es posible escoger a alguien que no haya sido candidato y ya empiezan a sonar nombres como Mitt Romney, Paul Ryan o Condoleeza Rice.

Por ello la importancia de lo que han llamado las dos campañas: una cosa es el proceso por el que cada estado determina cuántos delegados le corresponde a cada candidato, que se hace mediante primaria o caucus (una especie de asamblea partidista). Y otra, el que determina quiénes son esas personas de carne y hueso que irán a Cleveland y ahí es donde el asunto se vuelve aún más enredado. Cada uno de los 50 estados y 6 territorios tiene sus propias reglas. En algunos, las campañas de los respectivos candidatos designan los delegados, pero en la gran mayoría, las estructuras partidistas a nivel local son las que los escogen. También hay estados, como Pennsylvania, donde se eligen delegados no comprometidos (unbound delegates), complicando aún más el asunto.

Viéndose en desventaja, Trump se ha dedicado a criticar el sistema como corrupto y manipulado, donde los políticos y politiqueros deciden por encima de la voluntad de los votantes. Para reversar la mala racha, ganar, y por mucho, en su estado nativo se ha vuelto una obsesión y una necesidad para Trump.

Nueva York ha sido el lugar de las más grandes peleas de la historia del boxeo. Este martes será el escenario de una tremenda batalla política. Tanto Clinton como Trump tienen que ganar por nocaut si quieren seguir siendo los más opcionados para llevarse el título.

* Profesor de la Universidad Nacional y ex alto comisionado de Paz.