Cuando en 2006 su abogada le pidió que le contara todo lo que había dicho a sus interrogadores en la cárcel de Guantánamo, el detenido mauritano Mohamedou Ould Slahi le contestó sarcásticamente que contarle siete años de interrogatorios diarios y sin interrupciones sería una tarea tan complicada como preguntarle al actor Charlie Sheen con cuántas mujeres había salido.

Slahi lleva 13 años en la isla y, aunque un juez federal haya dictado su libertad en 2009, la única razón de su presencia en Guantánamo no es el hecho de pertenecer a Al Qaeda o haber atentado contra Estados Unidos, sino haber tenido contactos con Abu Hafs, un pariente que en algún momento fue parte del círculo más cercano a Osama Bin Laden. Lo más surrealista es que desde 2012 Abu Hafs es un hombre libre, con el visto bueno de las agencias de inteligencia estadounidenses, según contó Slahi en las memorias que escribió desde la cárcel en 2005 y que fueron desclasificadas.

En un momento en que empiezan a conocerse por distintas fuentes más revelaciones sobre las sistemáticas torturas en Guantánamo, a las que se suman relatos de cautiverios en la cárcel símbolo de la guerra contra el terror de la era Bush, la historia de Slahi es desafortunadamente parecida a la de muchos de los detenidos.

El informe del Senado estadounidense de diciembre pasado sobre las técnicas de interrogación utilizadas por la CIA después del 11 de septiembre ha certificado el uso de la tortura y revelado relatos de antiguos detenidos y sus abogados que hasta el momento se veían obligados por la CIA a no hacer público el contenido de esas sesiones de interrogatorio.

Majid Khan, un miembro de Al Qaeda que admitió su participación en varios atentados y ahora es testigo protegido del Gobierno, declaró recientemente que en Guantánamo fue víctima de alimentación rectal forzada, algo que los expertos consideran inútil a nivel terapéutico y que, al contrario, se tiene que considerar un acto de violencia sexual.

En los últimos días otra investigación comprobó que la CIA contrató un equipo de médicos y psicólogos para explorar nuevas formas de tortura en la prisión y al mismo tiempo establecer cuánto podía aguantar físicamente un detenido las duras sesiones de interrogatorios sin que ocurrieran imprevistos, o sea, establecer el límite para que el detenido no muriera en sus manos.

El informe del Senado y los relatos de los detenidos mencionan vejaciones físicas y psicológicas, tal como lo contó uno de los seis presos que fueron trasladados en diciembre a Montevideo, o las falsas cartas de los familiares, con quienes los detenidos como Slahi tienen derecho a comunicarse dos veces al año.

Las torturas sobre las que hablan los exreclusos no son muy diferentes a las escalofriantes vejaciones de las que fueron víctimas los periodistas españoles Marginedas y Espinosa cuando estuvieron en manos del Estado Islámico (EI) y de Yihadista John y cuyos diarios fueron publicados en marzo. No lo habían podido hacer antes por salvaguardar la vida de los rehenes que permanecían en manos yihadistas.

En ambos casos, los relatos de los detenidos de Guantánamo y los de los rehenes del EI, las torturas parecen una rutina que no tiene un objetivo pragmático más que satisfacer una supuesta venganza o apaciguar el alma de personas mentalmente perturbadas. En muchos de los casos los detenidos de Guantánamo, los que ya fueron reubicados o los 122 que aún están en la isla, no han sido formalmente incriminados. Como comentó recientemente el antiguo recluso británico Moazzam Begg, el hecho de que en 2015 haya personas detenidas en un territorio bajo control de Estados Unidos pero fuera de sus confines nacionales, y sin acusaciones formales, es algo inconcebible, completamente ilegal y de carácter medieval.

La ilegalidad de Guantánamo es incuestionable y la ocupación de la bahía representa un vestigio de colonización territorial en medio del Caribe. Con el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos y la publicación de estos nuevos relatos de cautiverios y los informes gubernamentales sobre el uso de la tortura parecen abrirse nuevos escenarios. A nivel práctico, los temas fundamentales son el cierre de la cárcel y la devolución del territorio a Cuba. Pero después del acercamiento entre Cuba y Estados Unidos iniciado en diciembre, Raúl Castro ha exigido tímidamente la devolución de la bahía, consciente de que hay temas más importantes sobre la mesa, como el fin del embargo económico.

No obstante, a pesar de que se multipliquen los intentos, reales o ficticios, de Barack Obama y la iniciativa de trasladar o reubicar a los reclusos, algo a lo que se opone la mayoría de los republicanos, el posible cierre de la prisión o su devolución no marcarán el final de una época.

Las promesas hechas en 2009 por Obama de cerrar Guantánamo y salir de Irak y Afganistán se desvanecen con la estrategia contra el Estado Islámico. La misma consolidación del EI en Irak y Siria representa el rotundo fracaso de una guerra contra el terror que ha provocado en menos de 15 años, directa o indirectamente, alrededor de 1’300.000 muertos.

Médicos que torturaban por orden de la CIA
En noviembre de 2013, un informe de la Fuerza de Tarea para Preservar el Profesionalismo Médico (una entidad estadounidense) reveló que numerosos sospechosos por terrorismo, encarcelados en la prisión de Guantánamo, eran torturados o degradados con la anuencia de las autoridades. Los principales señalados fueron el Departamento de Defensa y la CIA (la principal oficina de inteligencia del país), que utilizaron a los médicos como “oficiales de seguridad” e implementaron métodos como la privación del sueño o el ahogamiento para obtener información sobre  supuestos ataques terroristas y sus participantes. Parte de la información que los doctores recibían durante sus sesiones de trabajo psicológico o médico era utilizada como una herramienta de presión durante los interrogatorios. Después de la tortura, ningún sospechoso recibía un paliativo. Desde entonces, el Departamento de Defensa se comprometió a detener ese tipo de prácticas y a crear mecanismos para reportar este tipo de abusos.

* Doctor en estudios culturales mediterráneos y docente de la Universidad del Norte.