Cuando Astrid Herrera llegó a Estados Unidos, a finales del año pasado, tenía planeado empezar una nueva vida trabajando a bordo de un lujoso crucero por el Caribe. Fotógrafa de profesión, había conseguido un empleo a bordo del Liberty of the Seas, uno de los barcos de la firma Royal Caribbean, para tomar fotos de los turistas y de la tripulación. Era un trabajo soñado.

Por unos meses el sueño se cumplió. A pesar de las agobiantes jornadas de trabajo, ella se sentía bien y tranquila por hacer lo que le gustaba. Viajaba por el mundo y disfrutaba del crucero. Pero a raíz de la emergencia mundial por el coronavirus, el barco, que se había convertido en su nuevo hogar, se transformó en una especie de lujosa prisión.

“La soledad cumple un papel importante en todo esto. Estoy en ese punto en el que ya no recuerdo la última vez que tuve contacto con alguien. Y bueno, como todo el mundo, intento mantenerme ocupada y positiva. Trato de no perder la cabeza, porque nada de esto está en mis manos”, cuenta Astrid a El Espectador.

La industria de los cruceros, que mueve cerca de US$134.000 millones al año y transporta a cerca de 29 millones de turistas, fue uno de los primeros sectores que sintió con mayor impacto la crisis de la COVID-19, declarada como pandemia en marzo. Casos como el del Diamond Princess en Japón, en el que se presentaron 542 casos positivos, asustaron a las autoridades nacionales de todo el mundo, que desde Estados Unidos hasta Australia prohibieron el desembarco de los cruceros en sus puertos.

Las operaciones de estos barcos fueron inicialmente suspendidas por 30 días en marzo, un tiempo que entonces parecía suficiente para que pasara la pandemia. Pero pasó el tiempo y eso no ocurrió, dejando a los trabajadores en un limbo que se extendió por 50, 60 y más días en algunos casos. Mientras los pasajeros de los cruceros fueron repatriados gradualmente en marzo y abril, muchos miembros de la tripulación no han corrido la misma suerte. Según un artículo del 17 de mayor del diario estadounidense Miami Herald, se estima que hay más de 100 mil personas en todo el mundo atrapadas en los cruceros por cuenta de la emergencia del COVID-19.

“La incertidumbre, el tiempo que llevamos sin estar en tierra, sin poder socializar, sumado a la angustia de ser rechazados en los puertos a los que arribemos son cosas que alargan esta tragedia”, cuenta Santiago Puerta, un tripulante colombiano del crucero Carnival Glory, el cual se encuentra navegando por el mar Caribe.

Como Santiago, son más de 400 los colombianos que se encuentran en esta embarcación esperando regresar al país. Después de meses de navegar sin rumbo fijo, su empresa decidió reubicar a todos los trabajadores colombianos, que estaban distribuidos en 12 barcos por el Caribe, en este crucero, con capacidad para 2.974 pasajeros y 1.150 tripulantes. Al terminar el traslado, comenzaron una travesía que los ha llevado por las islas de Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Granada, Barbados y finalmente a República Dominicana. Su objetivo es, sin embargo, desembarcar en Cartagena el próximo 26 de mayo, aunque aún no han recibido una respuesta por parte Gobierno colombiano.

Y es que desde que comenzó la emergencia sanitaria por cuenta del coronavirus, el Gobierno de Colombia ha gestionado la repatriación de más de 5.000 personas que se encontraban “varados” en distintas partes del mundo. Sin embargo, quienes se encontraban trabajando en cruceros parecen ser los grandes olvidados de esta operación. Muchos de ellos estaban en alta mar cuando estalló la crisis y la gestión de sus repatriaciones ha sido complicada.

“Hemos hecho una solicitud al Gobierno para que permita el desembarco de tripulantes que están en navieras y que se acojan a un protocolo de seguridad”, manifestó a este diario Juan David Vélez, representante de los colombianos en el exterior y quien ha mediado con el Gobierno para que se hagan las repatriaciones.

“Ansiedad, tristeza y soledad”

La salud mental de los tripulantes dentro de los barcos es otro de los problemas que ha dejado la pandemia. En los últimos dos meses se han reportado al menos cinco suicidios de trabajadores de cruceros en diferentes partes del mundo. El último de ellos fue un hombre que cayó por la borda de un barco que navegaba por el mar Mediterráneo. Estas noticias, naturalmente, llegan a los demás “varados” y han aumentado la ansiedad a bordo de los cruceros en el mundo entero.

«La moral del grupo depende mucho de las noticias. Si hay un rumor o noticia mala, como que algún país negó el permiso para arribar, eso inmediatamente desmotiva a la tripulación porque no se sabe hasta cuándo durará esta situación», dice Lorena a EFE.

Y mientras pasan los días, la paciencia de muchos de los tripulantes en los cruceros del mundo se agota. Trabajadores de algunos barcos han protagonizado protestas en las últimas semanas por la reiterada cancelación de los planes de repatriación. Muchos de ellos están muy lejos de sus países de origen y la coordinación para abordar un vuelo humanitario es, en la mayoría de los casos, imposible.

“El sueño se hace difícil de conciliar, la ansiedad se hace presente y por momentos la esperanza flaquea”, cuenta Juan Carlos Abella, músico colombiano que trabaja en un crucero por el sudeste asiático y se encuentra “varado” en las costas de Manila, en Filipinas. “No veo el momento de ser llamado a abordar rumbo a mi casa”, cuenta.

Pero, dada la gran cantidad de empleados de distintas partes del mundo que tienen, lograr enviarlos a todos a sus casas es un problema logístico importante para las empresas de cruceros. Los tripulantes colombianos que contaron sus historias a El Espectador manifestaron que sus empleadores se han portado bien con ellos y que han contemplado todas las opciones para enviarlos de vuelta al país. Pero eso no ha sido tan sencillo, pues dicen que el Gobierno colombiano no les ha dado el permiso para atracar en Cartagena.

“La única alternativa que nos queda es continuar con el itinerario inicial que incluía llegar a Cartagena tentativamente entre el 26 y 28 de mayo, después de dejar a los nacionales de Belice, Guatemala y Honduras, que sí tienen permiso para desembarcar”, cuenta Santiago Puerta, del barco Carnival Glory.

El panorama después de la pandemia para estos colombianos no es esperanzador. Mientras la tripulación espera por una repatriación, algunos se han quedado sin salario. Al comienzo de la crisis, una de estas empresas les comunicó a los pasajeros que pagaría uno o dos meses de sueldo y trataría de enviarlos a sus países. Pero debido a que dicha tarea no pudo concretarse en vuelos chárter como estaba planeado, a la gran mayoría la pusieron como “huéspedes a bordo”.

“Al principio sentíamos que estábamos en un paraíso temporal y que, en un parpadeo, estaríamos de vuelta, continuando con nuestras vidas. Pero empezaron a correr los días y cada vez esa ilusión de volver a la normalidad se alejaba sustancialmente”, cuenta Juan, un tripulante colombiano atrapado en un crucero en Barcelona.

Los tripulantes colombianos en los cruceros manifiestan estar listos para regresar al país. Cumplieron sus tiempos de cuarentena y dicen estar completamente sanos desde hace meses. Hemos cumplido nuestro tiempo de cuarentena bajo estrictas medidas y protocolos de salud”, cuenta Juan, quien, como otros colombianos alrededor del mundo, esperan una solución del gobierno para los que quedaron varados en alta mar.

“Es momento de volver a Colombia, de donde salimos buscando un sueño”, dice.