La Copa Mundial de Fútbol Sub20 de 1987, jugada en Chile mientras Juan Pablo II intentaba convencer a Pinochet de volver a la democracia, fue un torneo particular desde el punto de vista político. Las selecciones laureadas en el podio –Yugoslavia con el oro, Alemania Federal con la plata y Alemania Democrática con el bronce– se extinguieron, con todo y federación de fútbol, tiempo después de la caída del Muro de Berlín en 1989.

Gracias a la Reunificación Alemana de 1990, Federales y Democráticos unieron sus respectivas instituciones de fútbol y siguieron cosechando en conjunto los títulos más importantes del balompié. Pero en el caso de la Selección de Yugoslavia ocurrió todo lo contrario, pues la federación se fragmentó en cinco durante las guerras balcánicas, siendo cada una de estas naciones vetadas por la FIFA hasta la Eurocopa de Inglaterra 1996.

El Mundial Sub20 de 1987 fue el último torneo disputado por la selección de Yugoslavia. A pesar de la violencia de la ‘Guerra de los Balcanes’, esa generación eslava que se consagró en aquel Mundial juvenil, conformada por jugadores en su mayoría serbios y croatas, encontró destino en los mejores clubes del mundo en la década del 90.

El palmarés de Yugoslavia fue heredado por la nación de Serbia y Montenegro, que se autodenominó RF Yugoslavia tras su independencia. La nueva selección se clasificó al Mundial de Francia 1998 producto del repechaje frente a Hungría, a quienes les metieron 12 goles en dos partidos. Además, dentro de su plantel se encontraban jugadores de la Lazio, Porto, A.C. Milán, Valencia, Aston Villa o Real Madrid, además del Estrella Roja local, vencedor de la Copa de Europa a principios de década.

De la misma forma, Croacia celebró su independencia conformando una nómina de altísimo nivel: sus jugadores más importantes militaban en el Parma, Everton, Napoli, Valencia, A.C. Milán y Real Madrid. La selección comandada por el gran goleador Davor Šuker, vistió desde 1991 con cuadros rojos y blancos, en honor a la bandera de armas de su república independiente.

El 4 de diciembre de 1997, se realizó el sorteo para el Mundial de Francia 1998. Previo al juego del destino, con bombos y balotas que definen la suerte de los planteles, se disputó el inédito ‘Partido del Sorteo’ que confrontó las selecciones de Europa y el Resto del Mundo. Entre los europeos se destacaban Fernando Hierro, Zinedine Zidane y Patrick Kluivert, acompañados en la delantera por el croata Alen Bokšić, campeón Sub 20 con Yugoslavia en Chile.

El seleccionado del Resto del Mundo, a pesar de llevar un nombre bien excluyente, vapuleó a sus rivales europeos con un contundente 5-2. Los goles de la victoria fueron marcados por Ronaldo y Batistuta, en dos ocasiones, y Antony ‘El Pitufo’ de Ávila, un jugador colombiano que tenía mucho olfato de gol y una estatura que lo hacía parecer un niño. Luego, ‘El Pitufo’ sería convocado por Hernán Darío Gómez para disputar Francia 1998. Para su infortunio, los colombianos quedaron en el tercer lugar del Grupo G y quedaron eliminados del último Mundial del siglo.

Volviendo a el ‘Partido del Sorteo’, en aquella oportunidad el croata Alen Bokšić utilizó la camiseta ‘11′, merecida por su gran temporada en la delantera de la Lazio, y el talento suficiente para asegurarse un cupo al Mundial de Francia 1998. Pero el fútbol es un deporte que da y quita de manera incomprensible, sino que lo diga Bokšić, quien siendo el único jugador croata que representó a su nación aquel partido, se perdió por lesión el Mundial inminente.

Por otro lado, Bokšić iba directo a engrosar una estadística peculiar para los amantes de las historias insólitas: Jugadores que disputaron el Mundial con dos selecciones diferentes. El primer caso fue protagonizado por Luis Monti, mediocampista argentino que perdió la final del Mundial de Uruguay 1930, y que luego fue llamado por Vittorio Pozzo a reforzar la Italia campeona de 1934. Ferenc Puskas también hace parte del grupo, esto debido a que salió subcampeón con Hungría en 1954 y luego, tras nacionalizarse español, disputó Chile 1962 con los ibéricos. Bokšić se quedó a las puertas de defender a Croacia en Francia 1998, luego de haber representado a Yugoslavia en Italia 1990.

Ahora bien, la disolución de Yugoslavia hubiese gestado, en el Mundial de Francia 1998, un partido de las dimensiones políticas del mítico Alemania Federal contra Alemania Democrática de 1974. Tanto Croacia como RF Yugoslavia se clasificaron a la fase de grupos del certamen internacional. Los croatas quedaron en el Grupo H, mientras que los serbomontenegrinos se ubicaron en el Grupo F.

Ambas selecciones alcanzaron el segundo lugar de su respectivo grupo, lo cual les permitió acceder a octavos de final del Mundial. En la primera llave de la fase final, tanto Croacia como RF Yugoslavia se ubicaron en lados opuestos de las ramas que llevan a la final. Si los seleccionados hubiesen ganado todos los partidos a partir de allí, se hubieran medido en la gran final, dejándole al mundo uno de los partidos de fútbol más tensos desde el ámbito político.

Ojalá Croacia y RF Yugoslavia hubiesen llegado al último partido, pues habrían demostrado que existía un poco de luz en la penumbra de la ‘Guerra de los Balcanes’. Tanto en el plantel de Croacia como en el de RF Yugoslavia, había jugadores que disputaron juntos, con Yugoslavia, la Copa Mundial Sub20 de Chile 1987. Un total de ocho futbolistas que, tal vez, se habrían hecho amigos en las concentraciones juveniles en Santiago de Chile, que pudieron compartir carteles de sus jugadores favoritos en cuartos de hotel, quizás soñando con devorarse el mundo en esa etapa de rebeldía. Y lo lograron, cada uno de ellos jugaba en los mejores equipos del planeta. De hecho, el croata Davor Šuker y el montenegrino Mijatović jugaban juntos en el Real Madrid de España.

Las flores blancas iraníes

Cuando el ‘Partido del Sorteo’ terminó, en el Estadio Vélodrome de Marsella, diferentes directivos de la FIFA y personalidades del fútbol iniciaron el sorteo de selecciones para la fase de grupos del Mundial. Todo transcurría con normalidad hasta que la suerte –o mala suerte– se presentó en el Grupo F, ya conformado por Alemania, Estados Unidos y RF Yugoslavia.

El secretario de la FIFA, Joseph Blatter, anunció el cierre del Grupo F con la inclusión de Irán, todo mientras la bandera del país asiático hondeaba en la pantalla digital puesta en el estadio. “Fue abrumador”, confesó Steve Sampson, entonces entrenador estadounidense, en una entrevista con Fox Sports. Iraníes y estadounidenses habían roto relaciones diplomáticas desde 1979, y las tensiones entre ambos países se venían acrecentando como una bola de nieve en bajada.

Todo comenzó con la Revolución Iraní de 1979, un fenómeno que cambió la historia del país de Medio Oriente para siempre. Irán había vivido un proceso de ‘occidentalización’ durante décadas, producto de las buenas relaciones del Sah –Rey– Mohamed Reza con Gran Bretaña y Estados Unidos. Sin embargo, el pueblo iraní apenas recibía migajas de las millonarias exportaciones petroleras de su gobierno, que evitó la nacionalización del recurso natural a través de un golpe de estado en 1953.

A finales de la década del 70 la situación fue insoportable para los habitantes de Irán, donde cuatro de cada diez personas no tenía hogar propio. Además, el Sah Mohamed Reza respondió a las movilizaciones sociales con represión, y forzando el exilio del máximo líder de oposición: el Ayatolá Jomeini, que era el líder religioso de la rama chiita del islam. Cuando las protestas se hicieron multitudinarias, el Sah huyó rumbo a Estados Unidos junto a su familia.

Con el Sah Mohamed Reza exiliado, y una sociedad sedienta de reformas estructurales, el Ayatolá Jomeini regresó a Irán con la promesa de ser la fuerza de cambio. En menos de dos meses se creó la República Islámica de Irán, introduciendo la sharia –ley divina– para regir la vida social y política del país. Con esto, las autoridades religiosas se tomaron el gobierno, basándose en el Corán como método de conducta general. En poco tiempo las mujeres fueron obligadas a usar velo completo, se prohibió el consumo de cerdo y alcohol, y se empleó a los ‘Guardianes de la Revolución’ para vigilar el cambio. Con el transcurrir de los años, la población femenina fue la gran perjudicada de las nuevas reformas. Las prohibiciones hacia ellas, inclusive han llevado a que tomen medidas extremas. Uno de los casos más dicientes es el de una mujer iraní se prendió fuego el 10 de septiembre de 2019, desesperada porque le negaron la entrada a un partido de fútbol. Un mes después, entre jubilo y esperanza, el Gobierno Iraní permitió la inclusión de mujeres en los estadios de balompié.

Ahora bien, la Revolución Iraní llegó a magnitudes radicales cuando 52 diplomáticos estadounidenses fueron tomados como rehenes en su Embajada en Teherán, a finales de 1979. Más de 500 estudiantes, inspirados en los discursos anti-americanos de Jomeini, cercaron el edificio por más de un año. El objetivo del secuestro fue pedir en extradición al antiguo Sah Mohamed Reza, a quien querían hacerle pagar por tantos años de desigualdad.

“Los cincuenta y dos rehenes, diplomáticos, marines, seguramente algunos agentes de la CIA; agregados militares y funcionarios, habían sido exhibidos casi a diario en un desfile patético, los ojos vendados, las manos atadas”, aseguró el periodista argentino Alberto Amato, quien fue corresponsal durante la crisis. Amato dijo, además, que la figura internacional de Maradona funcionó como ‘salvoconducto’ en Irán, pues hablar de ‘El Diego’ reducía la hostilidad de los radicales con la prensa argentina.

Cuando el antiguo Sah Mohamed Reza murió en 1980, el gobierno de Estados Unidos negoció con Irán la liberación de los secuestrados a cambio de la no intervención americana en asuntos internos iraníes. A principios de 1981, los rehenes fueron enviados a la República Federal Alemana y, luego, fueron recibidos como héroes en Washington D.C., casi como si fuesen actores de Hollywood. De hecho, Ben Affleck se inspiraría en la ‘Crisis de los Rehenes’ para dirigir y protagonizar su cinta ‘Argo’, ganadora del premio Oscar a la mejor película de 2013.

La enemistad entre Irán y Estados Unidos había tocado los niveles sociales más importantes desde 1979, y el fútbol recién entraría en esta disputa para el Mundial de Francia 1998. Desde luego, como “el fútbol es como la vida misma” –de acuerdo al viejo adagio del balompié–, no había forma de que escapase. La película de suspenso, esta vez, resultó ser: Irán vs Estados Unidos por la segunda fecha del Grupo F. La expectativa estaba en su punto máximo, pues se trataba de duelo con jugosos tintes políticos y, además, el perdedor quedaría eliminado del Mundial.

Al contrario de las especulaciones, la selección de Irán deleitó a los espectadores con uno de los gestos más sublimes de la historia del fútbol: cada uno de los jugadores del seleccionado asiático saltó al campo con un ramo de flores blancas, entregados a los 11 compañeros de profesión estadounidenses. Después de entonar los himnos correspondientes, ambos equipos se mezclaron en abrazos y posaron para la foto oficial del partido.

Atrás quedaron las discusiones políticas de los noticieros y la propaganda de guerra de cada bando. Las tensiones internacionales se dejaron a kilómetros de distancia como lo hubiese querido el mismísimo Jules Rimet. Luego, en el partido, el seleccionado de Irán dejó la amabilidad en la fase previa, pues venció a los estadounidenses por 2-1 y los envió directo a casa, cuando todavía restaba un partido de la fase de grupos.

Tras la victoria iraní sobre Estados Unidos, los asiáticos se midieron con Alemania en el Stade de la Mosson, en Montpellier. La selección de Irán perdió 2-0 y se despidió del Mundial de Francia 1998 tras no superar la fase de grupos. Sin embargo, dejó un claro mensaje: los problemas se dejan fuera del campo de fútbol. Como diría Maradona: “La pelota no se mancha”.

La colonia de los cracs

La selección de Países Bajos, a diferencia de la mayoría combinados europeos, se parecía más bien a un plantel africano o sudamericano cada vez que saltaba a la cancha. De los 11 futbolistas escogidos por el técnico Guus Hiddink, era claro que una buena parte tenía raíces afrodescendientes.

De su colonia en Surinam, el ‘imperio futbolístico’ de los Países Bajos sacó su materia prima para el Mundial de Francia 1998. En el plantel conformado para levantar la copa, había siete jugadores nacidos en el pequeño país del Caribe o cuyos padres habían nacido allí y se habían mudado a Países Bajos. Todos eran negros. Floyd, Winter, Bogarde, Reiziger, Davids –aquel que usaba gafas protectoras–, Seedorf y Kluivert contrastaban con el hincha promedio neerlandés que los apoyaba, pues siendo apenas unos niños cruzaron el océano Atlántico en búsqueda de mejores condiciones de vida.

Cabe resaltar que Surinam exporta oro, madera, plátano y jugadores habilidosos. Su campeonato nacional apenas sirve para que los futbolistas se diviertan, pues no es profesional y está lejos de serlo. Quienes demuestran potencial, viajan a Países Bajos donde la barrera del idioma no existe, y allí se quedan hasta que ganan la Champions League o un cupo para el Mundial de Fútbol.

Ahora bien, cuando la republica de Surinam logró la independencia de Países Bajos en 1975, un tercio de su población emigró a su antiguo imperio colonizador. El suceso fue suficiente para enviar la materia prima futbolística que llegó a semifinales con Países Bajos, en el Mundial de Francia 1998.

Tesoros heredados del Imperio francés

Christian Karembeu era un jugador francés dueño de un regate impresionante y una melena estilo rastafari apenas comparable con la del ‘Pibe’ Valderrama, debido a que ambos parecían llevar un arbusto sobre la cabeza. Sus buenas actuaciones con el Real Madrid, club en el cual ganó la Champions League, lo ubicaron en el centro del campo de la Selección Francesa para el Mundial de 1998. Sin embargo, la entrega que mostraba con los galos no era suficiente para evitar los silbidos, pues el futbolista retaba a los aficionados franceses con un silencio presumido, casi vengativo. Sí, cada vez que se entonó La Marsellesa durante el Mundial, Karembeu respondió con los labios tan cerrados como piernas que temen a un caño.

Karembeu nació en Nueva Caledonia, un archipiélago de Oceanía cercano a Australia, conquistado por el Imperio francés a mediados del siglo XIX. Allí, los ciudadanos tienen pasaporte franco –con derecho al voto– y reciben visitas de turistas amantes de destinos paradisiacos.

Con un talento natural para fintar a sus adversarios, Karembeu viajó siendo adolescente a Nantes, Francia, donde comenzó su carrera exitosa en Europa. Sin embargo, nunca entonó La Marsellesa porque no se siente francés. De hecho, en su historia familiar hay un pasaje difícil de digerir: su bisabuelo caledonio, Willy, fue exportado como animal de zoológico en 1931, hacia el Jardín de Aclimatación de París.

El caso de Karembeu no es el único, pues la selección de Francia de 1998, fue el reflejo de las andanzas imperialistas de sus antepasados. El exportero Bernard Lama tiene ascendencia de Guayana Francesa, en América del Sur. Liliam Thuram, Bernard Diomède y Thierry Henry, nacieron o tienen ascendencia de las Antillas Francesas, en el Mar Caribe. El exvolante Patrick Vieira –Senegal– y el genio de genios Zinedine Zidane –Algeria–, fueron la cuota del Imperio francés en África.

Un capítulo aparte merece el mago Zidane, cuyos hechizos disfrutó el hincha galo gracias a la Guerra de Liberación Argelina. Sus padres, Smaïl y Malika, emigraron a París cuando los argelinos lucharon por su independencia del Imperio francés, a mitad del siglo XX. Una vez allí, su familia se desplazó a Marsella, lugar donde se dio vida a las mejores piernas que han vestido una indumentaria francesa de fútbol. Así lo confirma el palmarés de ‘Zizou’, quien ganó todo lo importante que un futbolista puede ganar: Eurocopa, Champions League, Balón de Oro y Mundial de Fútbol. ¿El mejor truco de este ilusionista con botines? Sacarse dos goles de la manga en la final del Mundial de Francia 1998.

La final del Stade de France

La selección de Francia llegó a la gran final de su Mundial y en frente tenía a un poderosísimo plantel brasileño. De hecho, los sudamericanos contaban con el mejor jugador del mundo, Ronaldo Nazario, y habían ganado todos sus partidos de la competición. A pesar de esto, Francia “tenía alas en los pies”, como diría Eduardo Galeano. Los galos también habían salido vencedores en todas las fases y en su nómina estaba el único que se comparaba con Ronaldo: Zinedine Zidane.

La noche anterior a la gran final, el plantel de Brasil sufrió un percance inesperado: Ronaldo, su figura, fue encontrado en su habitación con dificultad para respirar y salivando excesivamente. “Decidí descansar un poco después de la comida y lo último que recuerdo es que me iba a acostar. Después tuve una convulsión y me vi rodeado de compañeros”, confesó Ronaldo para la revista inglesa FourFourTwo. Según los rumores, Ronaldo fue presionado para jugar la final, esto debido a que Nike, marca que estaba por lanzar unos fabulosos guayos con su imagen, no quería perder la publicidad que el astro lograba con sus goles y gambetas. “La gente de Nike estaba por ahí las 24 horas del día, como si fueran integrantes del staff técnico”, afirmó Edmundo, quien era suplente de Ronaldo, según el diario español Mundo Deportivo.

Con un Ronaldo remendado, la gran final de Francia 1998 se jugó en el Stade de France, el 12 de julio ante la mirada de 80 mil espectadores en gradas. Solo el plantel brasileño sabía lo que había sucedido la noche anterior. Ronaldo, por su parte, se veía pálido y maltratado, no influyó para nada en el juego y caía derrumbado por la defensa francesa como si se tratase de un jugador amateur. “Sea como fuere, yo tenía un compromiso con mi país y no quise defraudar. Tenía mi orgullo y sentí que podía jugar. Obviamente no cuajé uno de mis mejores partidos, pero estuve ahí para cumplir mi papel”, agregó ‘El Fenómeno’.

La selección de Francia aprovechó la palidez de Ronaldo, que aparte se les pegó a sus compañeros, y arrolló al combinado brasileño con un contundente 3-0. Los dos primeros goles fueron obra de Zinedine Zidane, quien se sacó el sombrero de mago para cabecear dos tiros de esquina al 27′ y al 45+1′. Luego, con el partido resuelto, Emmanuel Petit embocó el tercero cruzando la pelota a la mano izquierda del portero Taffarel.

La victoria francesa no solo le dio el primer Mundial a su país, también funcionó como política de Estado para intentar solucionar sus problemas de racismo. En 1998, el Ministerio de Interior Francés registró 200 delitos racistas en la nación. Además, el líder de extrema derecha Jean-Marie Le Pen, jefe del partido Frente Nacional, incendiaba el país con afirmaciones de la siguiente talla: “posiblemente hay una proporción exagerada de jugadores de color”. El título de Francia, desde luego, le cerró la boca a Le Pen y a quienes le seguían. Esos jugadores negros, provenientes de todas las excolonias francesas, dejaron el nombre del país galo en lo más alto del mundo.

El diario francés Le Figaro entendió que se estaba jugando más que un partido. Cuatro días antes de la gran final, el medio publicó lo siguiente: “Un gol ganador de Zidane en la final del Mundial tendría más impacto en los guetos que diez años de políticas municipales”. Así lo evidencio el exjugador Lilian Thuram, negro, espigado y ganador del Mundial de Francia 1998, en una entrevista para El País de España. “Hubo una emoción positiva entorno al equipo de Francia, una mirada muy positiva sobre la composición de la selección. Se plantearon dos cuestiones. Primero, ¿cómo es posible que un equipo multicolor y multirreligioso consiga ganar unido? Esto planteó otra cuestión: ¿Por qué esto no ocurre en otros ámbitos en Francia? Esto es muy importante. El cuestionamiento sobre la igualdad, sobre la historia, se vuelve cada vez más legítimo a partir de 1998″. Así es el fútbol, el deporte más lindo del mundo.