Donald Trump está furioso y sediento de venganza por su derrota frente al demócrata Joe Biden, y sus represalias no se hicieron esperar. El viernes, la administración del republicano despidió a Bonnie Glick, administradora adjunta de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, sin ninguna justificación.

Su despido obedece a que Glick estaba a punto de convertirse en la administradora interina por el tiempo que llevaba como administradora adjunta, y el presidente no quería eso. Trump quería a John Barsa, quien es más cercano a sus posiciones y es leal a su círculo, y además pidió no cooperar con el equipo de transición de Biden. Todo va por esa línea. De ahora en adelante el presidente le hará la vida imposible a su sucesor.

El magnate aprovechará los dos meses que le quedan en la Casa Blanca para poner adentro a fichas claves para mantener su legado durante más tiempo en el gobierno y deshacerse de las piezas a las que considera como “traidoras”. Es un juego de tronos.

El lunes cayó otro más: Mark Esper, secretario de Defensa, fue notificado de su despido a través de una llamada del jefe de gabinete de Trump, Mark Meadows, pocos minutos antes de que el mandatario anunciara la deposición en su cuenta de Twitter. El despido de Esper no fue sorpresivo, pues el ahora exsecretario de Defensa nunca tuvo una buena relación con el republicano. De hecho, el viernes circuló el rumor de que Esper había preparado su carta de renuncia para presentarla antes de que Trump lo echara. Esto con el fin de mostrar distanciamiento con su administración.

Pero ahí no acabó su revolcón: en lugar de dejar al subsecretario de Defensa, David Norquist, como secretario encargado, Trump puso a Christopher Miller, director del Centro Nacional contra el Terrorismo, al frente durante estos meses. Esto, según el Sydney Morning Herald, indica que podría acelerar la retirada de Afganistán en sus últimos días de gobierno para mostrar eso como su legado.

La lista de venganza del presidente es amplia, y los republicanos también quieren ver rodar cabezas. El candidato al Senado por Georgia, David Perdue, quien tendrá que correr una segunda vuelta en enero tras no superar el umbral del 50 % en las elecciones generales, pidió la renuncia del secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, por su “vergonzosa” gestión en estas elecciones.

Según Perdue, Raffensperger “le falló al pueblo” al permitir que se contaran supuestos votos ilegales. “La falta de transparencia es inaceptable… debe dimitir de inmediato”, dice el senador Perdue. Pero no tiene pruebas, como Trump, de irregularidades en el conteo de votos. Están siendo malos perdedores. Kelly Loeffler, la otra senadora de Georgia que deberá ir a segunda vuelta en enero, se sumó a los reclamos.

Es importante destacar que los dos escaños de Georgia están en juego, y si los demócratas los ganan en enero dominarán el Legislativo. Lo que hacen Perdue y Loeffler es acercarse al presidente y su discurso sobre un supuesto fraude para mantener a sus votantes de cara a los comicios porque allí está en juego su última esperanza.

Los otros despidos que ha discutido Trump son los del director del FBI, Christopher Wray, y el de la directora de la CIA, Gina Haspel, porque considera que no han sido “suficientemente leales”. Y esto es porque el presidente esperaba que lideraran una campaña de desprestigio contra Biden, pero ninguno lo acompañó en ese plan.

El presidente también quiere despedir al Dr. Anthony Fauci, el principal experto en enfermedades infecciosas del país y una de las cabezas en la lucha contra el coronavirus. Los dos nunca se han llevado bien por la negativa del primero a las recomendaciones de los científicos y expertos. Sin embargo, Trump no podría despedir a Fauci porque él tiene un nombramiento de servicio público y apolítico.

Hay otro aliado de Trump que podría recibir un castigo: Fox News. El canal favorito del presidente causó su furia cuando le concedió la victoria de Biden en Arizona y luego en Pensilvania. El círculo del presidente hizo llamadas desesperadas para revertir esa noticia: Jared Kushner, su yerno, llamó al propio Ruper Murduch, propietario de Fox, y Hope Hicks, asesora de Trump, le escribió al personal interno del canal para aconsejarles cómo cambiar la noticia. No fueron escuchados.

Pero la luna de miel entre Trump y Fox se acabó desde antes: el presidente le pidió a Fox un descuento sobre la tarifa de anuncios publicitarios sobre su campaña, y cuando el canal se negó, la relación se tornó amarga. Por eso su lenguaje hacia Fox se volvió tan hostil.

Ahora Trump quiere hacer su propio canal debido a la “traición” de sus amigos en Fox. No sería fácil competir con ellos ni construir su emporio mediático, un deseo que siempre ha estado en su lista, pues Trump está endeudado.

De hecho, Matthew Knott, corresponsal de The Sydney Morning Herald en Estados Unidos, encontró un punto clave: una de las razones para que Trump no reconozca su derrota es financiera. Su campaña está pidiéndoles donaciones a sus seguidores para las batallas en las cortes que buscan impugnar los resultados, pero les advierte en la letra pequeña que ese dinero también se podría usar para pagar las deudas de campaña. Revisamos los correos y en efecto ahí está la advertencia.

Esta no es la primera purga de Trump. El presidente está acostumbrado al revanchismo. A principios de año, cuando enfrentó un juicio político, hubo purga. Buscó a quienes consideraba “desleales” y los retiró. Rodaron varias cabezas. En 2018, acosado por las investigaciones de “la trama rusa”, hubo purga. En 2019, motivado por impulsar sus reformas de seguridad nacional, igual.

La de ahora es mucho más alarmante, por supuesto, y es porque Trump buscó blindarla para llevarla a cabo. En octubre, el presidente firmó una orden ejecutiva llamada “Orden sobre la creación del anexo F en el servicio excepcional”, que, en pocas palabras, les quita las protecciones a los funcionarios de carrera y le da el poder de purgar trabajadores federales y reemplazarlos con fichas cercanas y leales sin experiencia. ¿Por qué? Para paralizar la administración entrante y arruinar sus primeros meses de gobierno. Esta orden protegerá a los designados de Trump de ser despedidos por motivos de “afiliación política”. A Biden se le dificultará sacar a estas personas asociadas con Trump. ¿Cómo lo hizo? Según dice la administración, busca “deshacerse de los malos resultados”. Pero esto es una excusa.

“Ciertamente, hay espacio para reformar el engorroso proceso requerido para eliminar a aquellos que no cumplen con los estándares. Pero los criterios de este presidente para determinar el desempeño satisfactorio comienzan y terminan con la lealtad personal”, escribió el comité editorial de The Washington Post en octubre.

Y todo esto sin hablar de la lista de personas a quienes Trump les debe un perdón presidencial para librarlos de líos con la justicia. Pero a esto se le tiene que dedicar otro capítulo entero.

Hace cuatro años, Barack Obama invitó a Trump para discutir la transferencia del poder. Se reunieron por primera vez el 10 de noviembre de 2016. La transferencia fue pacífica. Eso no lo veremos ahora. Las siguientes semanas serán más que turbulentas.