A punto de cumplir 60 años y frente al inminente proceso de divorcio con Reino Unido, la Unión Europea quiere evitar convertirse en el muerto vivo del «Sacro Imperio» y dar un nuevo impulso a un proyecto vital debilitado por una serie de crisis.

Aunque durante años los líderes europeos han repetido como un mantra la célebre frase de Jean Monnet, uno de sus padres fundadores, de que «Europa se forjará en las crisis y será la suma de las soluciones aportadas a esas crisis», actualmente en Bruselas casi nadie se arriesga.

El 2017 será el año de todos los peligros. La UE deberá enfrentar el inicio de las negociaciones de divorcio con Reino Unido y los partidos ultraderechistas y antieuropeístas, que se frotaron las manos después del referéndum británico, esperan progresar como nunca en las próximas elecciones en Francia y Alemania.

«Lo que cambió, es que actualmente no enfrentamos sólo una crisis importante, sino una multiplicidad de crisis muy graves y complicadas», según Stefan Lehne, investigador asociado al centro de reflexión Carnegie Europe. «Ya no podemos garantizar que la UE saldrá de estas crisis en 2017 y 2018».

El sentido de la vida en común 

Pero incluso si la UE sigue existiendo respecto a su mercado único, por las «poderosas lógicas económicas en las que se basa», a este ex diplomático austríaco se le viene a la mente el «Sacro Imperio Romano Germánico, que siguió existiendo varios siglos después que muriera políticamente».

Desde la política de la silla vacía del general francés Charles de Gaulle en 1965-1966 a la adhesión tardía de Reino Unido en los años 70 en un contexto de choque petrolero y crisis monetaria, la UE ya vivió otras crisis, recuerda Frédéric Allemand, investigador en la universidad de Luxemburgo.

«Pero las crisis a las que se enfrenta actualmente cuestionan el sentido profundo del proyecto europeo», estima. «Evidentemente, la paz continúa siempre al frente, pero, a parte de esto, ¿qué modelo económico y social queremos en Europa?».

Desde hace un decenio, este proyecto llamado Europa, nacido de los escombros de la Segunda Guerra Mundial y décadas de conflictos, no ha conocido un respiro.

El desempleo sigue siendo elevado y el crecimiento moderado, consecuencias del crash financiero del 2008 y de la posterior crisis de la deuda en los países del Sur, a la que Bruselas respondió con impopulares curas de austeridad. En 2015, Grecia estuvo incluso a las puertas de salida del euro.

Los desencuentros con Grecia siguen al orden del día, los europeos no han conseguido frenar el sangriento conflicto en Siria ni tampoco en su vecina Ucrania, fuente de tensión con la Rusia de Vladimir Putin, y los atentados yihadistas han cambiado radicalmente la seguridad en Europa.

La llegada de 1,4 millones de migrantes y refugiados entre 2015 y 2016 a través del Mediterráneo profundizó las diferencias entre algunos países como Hungría, que construyó alambradas, y como Alemania, que los acogió en un primer momento con los brazos abiertos.

‘Crisis existencial’

«Nunca vi una tal división y tan poca convergencia en nuestra Unión», reconoció el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, de 62 años, describiendo una Europa en plena «crisis existencial».

En este contexto, las próximas negociaciones del Brexit pueden dar la impresión de que la UE pende de un hilo, pero, según los expertos, el horizonte podría despejarse si en las elecciones en Francia y Alemania emergen líderes capaces de enardecer de nuevo el proyecto europeo.

Aunque será difícil dar un nuevo impulso, volver hacia atrás está descartado, según el politólogo Hendrik Vos, profesor de la universidad de Gante.

«Los dirigentes de todos los Estados miembros saben bien que lo construido en estos 60 últimos años -el mercado único, el espacio [de libre circulación] Schengen, la zona euro- han permitido el nivel de vida elevado que disfrutamos actualmente en Europa«, apunta.

A condición eso sí de contar con el favor de la opinión pública, que en los sondeos parece mostrar un creciente desamor, advierte Iain Begg, profesor de la London School of Economics (LSE).

Europa ya dilapidó su «capital político», advierte, y «si se degrada demasiado, esto podría llegar a un punto que marque realmente el final».