El momento de la verdad ha llegado. Este lunes, el Colegio Electoral se reunirá en Estados Unidos para dar un paso más hacia la oficialización de la victoria del presidente electo Joe Biden. Después de este día solo restará la confirmación del Congreso, la primera semana de enero, para que a nadie le queden dudas de que el candidato demócrata es el ganador. ¿Cómo funciona esto?

A lo largo de la jornada, los 538 electores elegidos por los estadounidenses en las pasadas elecciones generales se reunirán en las cámaras estatales para emitir sus votos por Biden o por Donald Trump, dependiendo del resultado del voto popular en sus estados. Este es el voto que importa realmente. Recordemos que, en estos comicios, los ciudadanos no eligen directamente a su próximo presidente, sino a un grupo de personas —los electores— a quienes le encomiendan la tarea de votar en el Colegio Electoral por uno u otro candidato. Y en casi la totalidad de estados, los electores se comprometen a votar por la boleta presidencial que ganó el voto popular en su estado.

Ya no hay ingredientes de suspenso para esta jornada. No hay forma de que Trump escape de su destino. El pasado 8 de diciembre, los cincuenta estados y el Distrito de Columbia certificaron los votos de sus respectivas poblaciones, otorgándole a Biden 306 votos electorales, venciendo así a los 232 de Trump. Además, la Corte Suprema dictaminó en julio que los gobiernos estatales pueden prohibir los electores infieles que no voten según lo acordado en las papeletas.

Este proceso, que en otra época era considerado una mera formalidad, sellará entonces la derrota del presidente republicano y podría ponerle un alto a su bochornoso intento de impugnar la voluntad del pueblo en las urnas… podría, nada más. Pues mientras haya flujo de dinero de por medio, Trump intentará convencer a sus seguidores de que las elecciones están todavía en juego y que todavía tiene oportunidades de ganar. Y es que toda esta campaña de Trump para impugnar los resultados quizá no le haya conseguido una permanencia en la Casa Blanca por otros cuatro años, pero fue todo un éxito para él y su bolsillo.

Comencemos por aclarar lo que pasó hace un mes. En pleno conteo de los votos, Trump recrudeció sus denuncias sobre un supuesto fraude electoral con el que los demócratas buscaban “robarle las elecciones”. Una vez se decantó la victoria para Biden en los estados claves del conocido Cinturón de Óxido, el republicano comenzó a recaudar fondos para llevar las elecciones a los tribunales y pelear por los resultados que, según él, deberían favorecerlo. Esas batallas legales que el presidente y su círculo promovieron con tanto bombo fueron un rotundo fracaso y una de las mayores vergüenzas en la historia presidencial.

Primero los números: hasta la primera semana de diciembre, la campaña de Trump había perdido 46 batallas legales, según el grupo de defensa Democracy Docket. Solo consiguió una victoria, en Pensilvania, la cual no cambiaba en lo más mínimo los resultados de las urnas. Esta serie de derrotas tiene una explicación muy obvia: no había pruebas.

Al ser miembros del colegio de abogados, los letrados tienen reglas de ética profesional y de procedimiento civil. Si las incumplen se exponen a sanciones del colegio de abogados, que van desde multas hasta la suspensión de su licencia. Por esto, muchos abogados demandantes tenían que dar marcha atrás a sus solicitudes, porque tienen la obligación de que sus afirmaciones tengan evidencia que las respalden. Sin tal evidencia, los jueces desestiman los reclamos. Y eso fue precisamente lo que pasó. En otros casos, fueron los jueces, algunos nombrados por el mismo Trump, quienes desestimaron las demandas por falta de evidencia.

Esto fue un respiro para la democracia, pues indicó que los jueces federales no son los peones del presidente, por más intentos que este haga por afectar los procesos democráticos. El viernes, los nueve jueces de la Corte Suprema, incluidos los tres nombrados por Trump, desestimaron el último intento del presidente por revertir su derrota en Texas.

Hay más hechos penosos para esta campaña. El equipo de Trump pagó US$3 millones por un recuento de votos en Wisconsin, que terminó otorgándole más de un centenar de votos extra a su rival. Y los supuestos testigos estrella que anunció su equipo legal fueron incapaces de argumentar el supuesto fraude. Una de estas testigos brindó un testimonio tan endeble que la oposición incluso aseguró que estaba ebria cuando se presentó en la corte. Entonces, si la humillación en los tribunales era inevitable, ¿por qué Trump insistió en pelear? La respuesta se encontraría en los últimos 500 correos de su campaña.

El equipo del presidente envió cerca de 500 correos a sus seguidores en los que les aseguraba que las elecciones habían sido fraudulentas y que por ello necesitaba fondos para pelear en las cortes. Trump les pidió que le consignaran dinero al Fondo de Defensa Electoral. Así consiguió cerca de US$207 millones después de las elecciones. Esta cifra es mucho mayor que la de las recaudaciones mensuales de su campaña antes de los comicios. Pero en medio de ese flujo de caja hay una pregunta que los seguidores del presidente deberían hacerse hoy: ¿en dónde terminó ese dinero?

La letra pequeña de esos correos les informaba a los seguidores del presidente que el dinero recaudado no solo estaba destinada a las batallas legales, sino que en su mayoría serviría para pagar las deudas de la campaña de Trump e iría a dar a Comités de Acción Política, como el Comité Nacional Republicano, y a otro en especial, el comité Save America, que Trump fundó apenas en noviembre. ¿Cuál es el problema?

El dinero nunca fue realmente al Fondo de Defensa Electoral de Trump. De hecho, este era inexistente. Los fondos fueron a dar al comité Save America. Hay que subrayar que este tipo de comités casi no tienen restricciones, por lo que Trump puede gastar como quiera el dinero que recaudó; es decir, el empresario podría redirigir ese dinero recaudado en el futuro a sus arcas, celebrando mitines políticos en sus hoteles y pagando las cuentas de esos eventos con el dinero de sus seguidores. Y no, esto no es ilegal; sin embargo, resulta una gran estafa para sus seguidores que, por seguirles el juego a las aventuras del presidente, terminaron entregándole su dinero. Trump les vendió a los suyos una lucha sin justa causa con la que podría lucrarse.

En las últimas semanas, acomodándose a la temporada de fiestas, los correos del presidente presentan una oferta: done a la lucha de Trump en los tribunales y reciba una bola de Navidad o una gorra de Make America Great Again (MAGA) autografiada por el mandatario.

Nunca se trató de impugnar los resultados. El discurso del fraude era una mentira; la pelea también: todo se trataba de dinero.