Fin de año siempre es tiempo de hacer cuentas. Mirando hacia atrás, el 2015 que termina, vemos un año en el que la solidaridad europea (a riesgo de sonar demasiado dramático) superó lo que tal vez haya sido uno de sus mayores desafíos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

La solidaridad europea estuvo gran parte del año a prueba por la crisis griega, cuyos efectos económicos y sociales aún se sienten en la eurozona y en toda la Unión Europea. Desde el inicio de 2015, las negociaciones sobre Grecia casi agotan nuestra paciencia. Se perdió mucho tiempo y mucha confianza. Se quemaron puentes. Se dijeron cosas difíciles de desdecir. Vimos a las democracias de Europa manipuladas unas contra otras.

Europa toda se asomó al abismo. Y hasta que no llegamos al borde, no retrocedimos. Al final, los miembros de la UE fueron fieles a Grecia; se hicieron compromisos, se los implementó, se los respetó; se inició un programa nuevo. La solidaridad europea prevaleció, la confianza comenzó a recuperarse. Ahora todo depende de la concreción de las reformas; la Comisión Europea sigue tomando partido por Grecia, con un nuevo Servicio de Apoyo a las Reformas Estructurales, y con la provisión de asistencia técnica en cada paso de lo que todavía será un largo viaje.

En tanto, la solidaridad europea sigue a prueba por la crisis de los refugiados. Este año, la Comisión Europea propuso una política integral de migraciones y tomó medidas inmediatas para hacer frente a la crisis. Triplicamos nuestra presencia en el Mediterráneo, lo que ayudó a salvar vidas. Combatimos a las redes criminales de traficantes y contrabandistas. Mostramos nuestra solidaridad acordando distribuir entre los estados miembros a las personas más necesitadas de protección internacional.

Ya hemos comenzado a reubicar a los refugiados que llegan a Europa, y trabajamos codo a codo con Turquía, cuyo papel en la región es fundamental. También iniciamos una nueva alianza con África para encarar las causas de migración desde la raíz. Y los organismos de la UE siguen ayudando a las a menudo sobrepasadas autoridades nacionales de los estados miembros más afectados para identificar, evaluar y documentar a los migrantes, acelerar la tramitación de los pedidos de asilo y coordinar el regreso de los que no obtengan autorización.

Si parece que la UE tuviera soluciones a todos sus problemas, es que en teoría las tenemos. Pero en la realidad, las cosas son distintas. Ya debo de sonar como un disco rayado, pero todavía no logro entender por qué nos resultó tan difícil adherir a los compromisos asumidos en el más alto nivel político.

Por ejemplo, una reunión tras otra, los gobiernos dicen que enviarán guardias fronterizos para ayudar a Grecia a proteger nuestras fronteras externas, o ayuda financiera a nuestros vecinos en Jordania, Líbano y Turquía para hacer frente a la gran cantidad de refugiados que tienen allí. Pero pasan las semanas, los objetivos siguen sin cumplirse y los compromisos sin respetarse. Lo que tenemos en cambio es un agotador concurso de acusaciones entre los estados de la UE; una carrera de restricciones a los sistemas de asilo nacionales, a ver qué país logra que el suyo sea el menos atractivo; y políticos de izquierda y derecha alimentando un populismo que sólo genera rabia, no soluciones.

Ya sería hora de que tengamos un poco más de fe en la capacidad de Europa para ofrecer soluciones colectivas a los graves problemas que cada estado miembro de la UE sufre por separado. Descartar la legislación de asilo europea no eliminará la obligación que tienen los países de respetar el principio humanitario y la exigencia del derecho internacional de ofrecer asilo a quienes lo necesitan. Por el contrario, es una norma compartida que define el trato dispensado por los países de la UE a los pedidos de asilo y crea un sistema justo que evita que todos los solicitantes se agolpen en un mismo sitio.

Asimismo, una guardia costera y fronteriza europea que no dependa de la voluntad o la conveniencia política de los estados miembros para comprometer recursos nos permitirá restaurar el orden y gestionar con eficacia las fronteras externas de la UE. Aquí también las soluciones son necesariamente europeas.

Si tuviera que comparar el desarrollo de la crisis de los refugiados con el de la crisis financiera, diría que hoy estamos en febrero de 2010, cuando los países europeos todavía creían que sus herramientas de nivel nacional bastarían para encarar problemas que, como sabemos ahora, demandaban una respuesta coordinada de toda Europa.

La solidaridad europea debe prevalecer. Los atroces ataques de noviembre en París fueron un ataque al modo de vida europeo. Pero no nos dejaremos vencer. No cederemos al miedo para volver a alzar muros que hace muy poco derribamos. No confundiremos a los perpetradores de esos crímenes horrendos con quienes huyen de ellos.

Europa, el amor de mi vida. Un continente valiente. Un pueblo noble. Un lugar tenido por ejemplo de seguridad y justicia en todo el mundo. No defraudaremos esa reputación. Mostraremos nuestra resiliencia.

La integración europea es una cuestión multifacética y a menudo complicada. A veces nuestros primeros pasos son en falso. Pero si tuviera que describir a Europa con una sola palabra, sería “perseverancia”. Colectivamente, somos más fuertes que los desafíos a los que nos enfrentamos. Contra todo aquello que busca dividirnos, nos uniremos más. En 2016 perseveraremos. Y triunfaremos.

*Jean-Claude Juncker es el presidente de la Comisión Europea. Traducción de Esteban Flamini. Copyright: Project Syndicate, 2015.