En 1978, Karolj Seles condujo diez horas hasta Italia para comprarle a su hija de cinco años una raqueta infantil de tenis. Hizo feliz a su adorada Monica, que no cesaba de pelotear en los estacionamientos del vecindario donde creció, en Novi Sad (entonces Yugoslavia y ahora Serbia). A orillas del río Danubio entrenaba para sus futuros triunfos históricos una pequeña que nació el 2 de diciembre de 1973 y cuyo talento impactaba.

A los 13 años de edad, Monica Seles viajó al estado de Florida (Estados Unidos) para comenzar su camino como profesional. Entrenaba y ni siquiera sabía cómo se contaba el marcador en el deporte que amaba. Ella solo sabía vencer en cada punto. Jugaba desde el fondo de la cancha y únicamente subía a la red si era necesario. Con ese juego, con apenas 16 años, conquistó su primer Grand Slam en el Roland Garros de 1990, tras vencer en la final a la alemana Steffi Graf.

Seles continuó forjando su leyenda, una que parecía la mejor de la historia. No había cumplido 20 años y ya tenía ocho títulos de Grand Slam en su palmarés. Había destronado a Graf, quien, sin saberlo, tenía un fanático que detestaba los triunfos de Seles y se propuso detenerlos. Y llegó el día del horror. El 30 de abril de 1993, en un partido contra la búlgara Magdalena Maleeva por el Abierto de Alemania, Günther Parche se acercó a Seles durante un receso y con un cuchillo de cocina de 12 centímetros le apuñaló la espalda.

La sangre comenzó a fluir del cuerpo de la tenista que iba ganando aquel encuentro 6-4 y 4-3. Los 7.000 espectadores observaron cómo el alemán Parche, de quien después se comprobó que tenía intenciones suicidas cada vez que perdía Graf, fue atrapado por la seguridad del evento. También vieron los pasos que dio Monica antes de caer al suelo, el llanto de Maleeva y el pánico en el escenario deportivo.

Seles estuvo a cinco centímetros de quedar paralítica tras ese siniestro que cambió la historia del deporte blanco femenino. “Mi inocencia, mi número uno, mis ingresos, mis patrocinios. Todo se canceló. Y la única persona que podía hacerme sentir mejor, que entendería lo que eso significaba para mí, era mi padre”, manifestó Monica en declaraciones que recogió El País de España.

Y él, el hombre que le compró su primera raqueta de tenis, sufría cáncer de estómago. La vida de Seles giró más rápido que uno de sus golpes dentro de la cancha. Y ella, que quedó con Wimbledon como deuda personal, volvió al circuito con kilos de más, pues había encontrado en la comida un refugio emocional. Su juego no era el mismo. Su alma tampoco. Aún así, en 1996 triunfó en el Abierto de Australia.

Parche cumplió con su malvado objetivo. Sacó a Seles del camino y Graf volvió a ser la número uno del planeta. Luego del ataque fue recluido en una institución mental en Alemania, donde ha sufrido varios infartos.

Por su parte, la mujer que tenía condiciones y tiempo para ganar más Grand Slams que Margaret Court (24) dejó de jugar en 2003, con 29 años, porque su sobrepeso no le permitía competir. Ahora vive en Estados Unidos y seguramente cuando la humanidad supere el COVID-19 volverá de vacaciones a Francia y pondrá en práctica sus cursos de fotografía.

 “Yo era una tenista y una persona feliz”, escribió en su autobiografía. Desde que plasmó esas palabras ha transitado un sendero familiar que le ha permitido borrar el “era” de su existencia. “Estoy feliz”, dice ahora.