La toma del Capitolio de Washington (EE. UU.), el pasado 6 de enero por parte de simpatizantes de Donald Trump, marcó un antes y un después en la historia de Estados Unidos. Fue la transgresión de un límite de una democracia que venía manifestando grietas desde hacía años. Y no por la elección de uno u otro presidente, sino por cómo fue cambiando el aparato estatal a lo largo de los años del presidente Trump, que a punta de una narrativa violenta y desinformadora en redes sociales logró un nivel de violencia física y simbólica insospechada. ¿Cómo ocurrió? Usó irresponsablemente sus cuentas en Twitter, Facebook e Instagram, promoviendo noticias falsas y usando un lenguaje que rayaba con los discursos de odio, incitó a miles de personas a la violencia, poniendo en duda la legitimidad de las instituciones de su país, y promovió teorías conspirativas en su base electoral.

Un punto preocupa meses después de lo ocurrido: mandatarios de otras partes del mundo han entendido lo eficaz que es esta estrategia y han comenzado a emular el comportamiento. La consecuencia son sociedades polarizadas en las que aumenta la violencia a todo nivel. Así lo asegura una investigación del profesor estadounidense de ciencias políticas James Piazza, quien publicó en el portal The Conversation: “En una encuesta realizada en 156 países entre 2000 y 2017, los lugares en los que los políticos nunca o rara vez utilizaron el discurso del odio vieron menos incidentes promedio de terrorismo doméstico que los países en los que los políticos utilizaron el discurso del odio a veces, y mucho menos que los lugares en los que los políticos a menudo o extremadamente a menudo participaron en el discurso del odio”.

El profesor agrega: “Lo que dicen los personajes públicos puede unir o dividir a la gente. La forma de hablar de los políticos influye en el comportamiento de la gente y en la cantidad de violencia que sufren sus países. El discurso del odio también ha ocupado un lugar destacado en la retórica reciente de los líderes políticos de diversos países, como Rusia, Colombia, Israel, Egipto, Ucrania, Filipinas, Italia, Grecia, Sri Lanka e Irak”.

Frente a estos datos el camino debe ser un compromiso y una responsabilidad insoslayable de las compañías tecnológicas y de la ciudadanía a la hora de frenar estos fenómenos. En el caso de Trump la reacción de Twitter y Facebook llegó tarde, pero llegó. “Como resultado de la situación violenta sin precedentes y en curso en Washington, hemos requerido la eliminación de tres tuits que se publicaron en la cuenta @realDonaldTrump por infracciones graves y repetidas de nuestra política de integridad cívica”, aseguró en su momento la red social. La pregunta es si ha hecho lo mismo en los otros casos o, si por el contrario, ha sido más o menos permisiva.

Las preguntas sobre si es censura o no, sobre si se está reprimiendo la libertad de expresión, sobre quién sí y quién no, es un debate largo y borroso. Nandini Jammi, cofundadora de las organizaciones Sleeping Giants y Check my Ads, aseguró a este diario hace unos meses: “Las plataformas privadas establecen sus propias reglas, por lo que están en su derecho de eliminar a los usuarios que violan sus políticas y ponen en peligro a su comunidad de usuarios. No se trata de censura, sino del derecho de una empresa privada a gestionar su negocio como quiera. Dicho esto, creo que las plataformas deberían aplicar sus normas de forma coherente, sea o no el usuario en cuestión un VIP”.

India, con poder absoluto

El gigante país asiático ha venido cambiando su régimen político poco a poco con el pasar de los años. Según el instituto V-Dem, “la mayor democracia del mundo se ha convertido en una autocracia electoral. El proceso de autocratización de la India ha seguido en gran medida la pauta típica de los países de la ‘Tercera Ola’ durante los últimos diez años: un deterioro gradual en el que la libertad de los medios de comunicación, el mundo académico y la sociedad civil fueron los primeros y los más restringidos”.

Solo en las campañas parlamentarias de 2019 se libró una batalla mediática cargada de odio contra los musulmanes como bandera electoral para exaltar el nacionalismo hindú. Poco o nada ha pasado en ese aspecto desde las oficinas de Twitter y Facebook. Pero la última polémica llegó de la mano del mandatario Nerendra Modi, cuando se conoció que, por petición de su gobierno, Twitter eliminó una serie de tuits críticos hacia la gestión de la pandemia. Sí, en India el primer ministro, quien es altamente mediático, tiene el poder de controlar a los gigantes tecnológicos y de moldear la sociedad como le convenga. Ese es otro tipo de irresponsabilidad en uno de los países más golpeados por la crisis sanitaria y que actualmente se está quedando sin oxígeno para atender a sus contagiados por COVID-19.

“La supresión de la información y de las críticas al gobierno no sólo es peligrosa para la India, sino que está poniendo en peligro a personas de todo el mundo”, aseguró el abogado Mirza Saaib Beg, quien había escrito algunos de los tuits retenidos por la compañía. El peligro de este tipo de acciones solo dañan a la plataforma, pues pierde coherencia frente a lo que hace en unos países y lo que deja de hacer en otros.

Por su parte, Pawan Khera, portavoz del partido de la oposición Congreso, cuyos tuits también fueron retenidos, dijo: “Cuestionar la decisión del gobierno de India de permitir concentraciones masivas… en las que se reunieron personas de todo el país y violaron los protocolos de seguridad de Covid… no puede considerarse que se esté violando ninguna ley del país”.

El paro en Colombia y la irresponsabilidad de algunos

Colombia ha vivido durante los últimos días escenas difíciles y dolorosas. Justo días antes de que empezaran las manifestaciones, un tuit del expresidente Álvaro Uribe Vélez cruzó el límite de lo que está permitido por Twitter. En el mensaje, el expresidente de derechas apelaba al “derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad”, lo que la red social consideró que podría inspirar a terceros a cometer actos de violencia.

Twitter bloqueó el tuit por la misma razón que bloqueó un tuit del presidente Donald Trump antes de la toma del capitolio, cuando dijo que “enviaría a la Guardia Nacional”, advirtiendo que “cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos”. El argumento para bloquearlos fue la glorificación a la violencia. “Tomando en cuenta el contexto de la situación actual en Colombia, hemos accionado ese Tweet, por violación de las Reglas de Twitter”, estimó la red social.

“Según estándares internacionales, la policía solo puede emplear armas de fuego como última opción para impedir una amenaza cierta a la vida o la integridad física”, le respondió al expresidente (2002-2010) el director para las Américas de Human Rights Watch (HRW), José Miguel Vivanco.

Luego, un segundo trino del expresidente colombiano generó curiosidad en la comunidad digital, pues poco se entendió la expresión de “Resistir a la Revolución molecular disipada”. El tema resultó no siendo tan superficial y, lejos de una parafernalia, lo mencionado por Uribe parece ubicarse dentro de las maneras, o si se prefiere, la doctrina, en las que las nuevas derechas en Latinoamérica conciben la protesta social. El término lleva directamente a Alexis López, un investigador chileno, entomólogo, que en la voz de varias voces consultadas, adoptó la revolución molecular disipada para referirse a pequeñas acciones de resistencia que, a medida que escalan, se masifican y llenan espacios, terminando por desatar grandes revoluciones.

En diálogo con El Espectador, el investigador Richard Tamayo Nieto, doctor en derecho de la Universidad del Rosario y maestro en Filosofía de la Universidad Javeriana, explicó: “López es un chileno que fue muy polémico en su país hace 20 años, porque lideró un encuentro internacional nacionalsocialista que fue cancelado en su momento, pues se dieron cuenta de que podía ser muy peligroso. El tipo alcanzó a saltar un poco al ambiente político y dirigía en esa época un movimiento claramente nacionalsocialista, o sea, nazi. Hoy es reconocido como neonazi, esa no es una novedad ni un apelativo que se le esté dando desde la oposición”.

Y agregó: “Es importante decir que Uribe no habla en un solo trino de esa revolución molecular disipada. En otros trinos, él ha hecho referencia a dos conceptos que están relacionados con eso, o a dos fases de lo que se supone es la tal revolución molecular disipada, que son el copamiento y el escalamiento. Si uno se fija en su Twitter, nos encontramos con que hace referencia a eso”.

Bukele, un mandatario digital

Un tuit publicado en Twitter el 22 de octubre de 2017 por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, deja entrever su aproximación como mandatario a las plataformas digitales: “Pasan en las redes sociales tratando de convencer que las redes sociales no son importantes”. Actualmente ya tiene más de 2,3 millones de seguidores en la plataforma social y ha implantado un verdadero sistema de gobernanza digital, donde se dictan órdenes y medidas con su gabinete.

Más allá de sus extralimitaciones como presidente de El Salvador, Bukele ha adoptado una retórica que, para algunos, está inspirada en Donald Trump. El director del área de Investigación y Políticas Públicas de la ONG latinoamericana Derechos Digitales, Juan Carlos Lara, aseguró a DW que los presidentes de la región son asesorados por expertos en comunicaciones, pero también tienen la influencia de Trump: “El uso de la misma red social por otros mandatarios en todo el mundo viene a partir del éxito de Trump en la elección de 2016. En general, ese ejemplo ha servido como hoja de ruta hasta ahora, respecto de cómo lograr una mayor resonancia. Independientemente de cuántos comentarios negativos provoque un “post”, este crea muchas reacciones y una mayor atención de lo que están haciendo estas figuras”.

La investigación “La estrategia comunicacional de Nayib Bukele en Twitter durante la pandemia del COVID-19 en El Salvador”, de los académicos argentinos Leandro Soto y Alvaro Fernandez Castex, asegura: “El uso de Twitter en el ámbito político y su relación con la democracia ha marcado una evolución en la forma en que se manejan las campañas electorales y en la interacción entre gobernantes y gobernados. El caso del uso de la red social Twitter por parte de Bukele para promover mandatos, nombramientos y despedir funcionarios da cuenta de un perfil político que concentra alto poder de decisión, apela a la espectacularidad y apuesta por un liderazgo de carácter personalista por fuera de la dinámica institucional que socava la legitimidad del régimen democrático”.

¿Cuál es el resultado? Un estado cuyas instituciones han ido fracturándose hasta rendirse a los pies de Bukele. De hecho, Para muchos la democracia en El Salvador se desvaneció el sábado. “Todos los poderes dependen de una persona, que es Nayib Bukele. No hay nadie en la Corte Suprema, en la Asamblea Legislativa, en el Instituto de Acceso a la Información Pública, en el Ejército, o en la Policía que le diga que no al presidente. En otras palabras, a este país solo le queda la calle como oposición”, dijo el periodista de El Faro Nelson Rauda a El Espectador.

El sábado 1° de mayo la nueva Asamblea Legislativa, donde los aliados de Bukele tienen 61 de 84 escaños, destituyeron en cuestión de minutos a cinco miembros de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, la más importante de ese tribunal, y al fiscal general de la República. Estos magistrados frenaron medidas presidenciales, la mayoría sobre regímenes de excepción, que vulneraban los derechos fundamentales de los salvadoreños.

“Hay un procedimiento establecido en la Constitución vigente del país para destituir a los magistrados y al fiscal. Y no solo eso, también hay un procedimiento para nombrar a los reemplazos, y todo lo hicieron en seis horas. Lo que pasó es ilegal y ellos lo saben”, dijo Rauda, quien además explicó que altos funcionarios, entre algunos magistrados de la Corte Constitucional y el fiscal general, renunciaron a sus cargos porque temen por la seguridad de sus familias.

“Si vienes a El Salvador y preguntas por El Faro te van a decir que somos evasores de impuestos, que somos criminales y lavadores de dinero. Todo esto lo ha dicho el propio Bukele en su propaganda. Mientras que nosotros publicamos temas que son claves para el país: el nuevo presidente de la Corte Suprema, que supuestamente va a combatir la corrupción, negociaba favores judiciales con un fiscal general que ahora está preso, eso lo publicamos”, aseguró uno de los periodistas salvadoreños contactados por este diario.

¿Cuál es la vara de Twitter?

Los límites de tolerancia de Twitter y de Facebook parecen claros, pero no consistentes. Porque si bien han venido haciendo un trabajo de bloqueo de cuentas, decisiones basadas en sus políticas internas, no lo han hecho en momentos clave donde la democracia, la libertad de expresión o el derecho legítimo a la protesta se han visto amenazados o violados. Cuando se bloqueó la cuenta de Donald Trump, el director ejecutivo de Twitter, Jack Dorsey, afirmó: “Esta fue la decisión correcta para Twitter. Nos enfrentamos a una circunstancia extraordinaria e insostenible que nos obligó a enfocar todas nuestras acciones en la seguridad pública”.

Según escribió The New York Times, antes de la toma del Capitolio “Dorsey, proponente de la libre expresión, se rehusó a eliminar ciertas publicaciones de líderes mundiales porque las consideraba de interés informativo. Después de que Twitter anunció ese año que sería más flexible con los líderes mundiales que rompieran sus reglas, la empresa solo había eliminado sus tuits una vez: en marzo del año pasado, borró mensajes de los presidentes de Brasil y Venezuela que promovían curas falsas para el coronavirus”. Esto a cambio de ponerle etiquetas a los tuits que violaran las políticas internas.

Luego del 6 de enero Dorsey tuiteó: “Sienta un precedente que considero peligroso: el poder que un individuo o una corporación tiene sobre una parte de la conversación pública mundial. Todo lo que aprendamos en este momento mejorará nuestro esfuerzo, y nos empujará a ser lo que somos: una humanidad que trabaja junta”. Sin embargo, los hechos muestran que los líderes siguen emulando al expresidente estadounidense.

Como recuerda The Atlantic, hay cuentas de otros mandatarios que han escrito cosas igual o peores a las de Trump y siguen activas. Por ejemplo la del primer ministro de la India, Narendra Modi, “incluso cuando su gobierno toma medidas enérgicas contra la disidencia y supervisa la violencia nacionalista. La cuenta de Facebook del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, está viva y coleando, a pesar de haber armado la plataforma contra los periodistas y en su guerra contra las drogas”. Exigirles libertad de expresión parece una batalla a largo plazo, pero se puede empezar exigiéndoles claridad e igualdad a la hora de tomar estas decisiones.