El ataque terrorista de noviembre en París, junto con la afluencia de refugiados a Europa, no son más que el síntoma más reciente de las agudas tensiones políticas y económicas en el norte de África y Oriente Medio. Y estos eventos de ninguna manera son hechos aislados. Existen, también, conflictos en apogeo en otros lugares, y hay cerca de 60 millones de personas desplazadas en todo el mundo.

Además, el año 2015 está en camino de ser el año más caluroso de la historia, con un fenómeno de El Niño extremadamente fuerte que ha dado lugar a catástrofes relacionadas con el clima a lo largo del Pacífico. Y tanto la perspectiva de aumento de las tasas de interés en Estados Unidos como la desaceleración de China contribuyen a la incertidumbre y a la mayor volatilidad de la economía mundial. De hecho, ha habido una fuerte desaceleración en el crecimiento del comercio mundial, y la caída de los precios de las materias primas plantea problemas para las economías basadas en recursos naturales.

Una de las razones para que la economía mundial esté tan lenta es que la estabilidad financiera aún no está asegurada, a pesar de que ya transcurrieron siete años desde el colapso de Lehman Brothers. En muchos países persisten debilidades en el sector financiero, y los riesgos financieros están creciendo en los mercados emergentes.

La sumatoria de todo esto lleva a que el crecimiento mundial en el año 2016 vaya a ser decepcionante y desigual. Las perspectivas de crecimiento a mediano plazo de la economía mundial también se han debilitado, porque el crecimiento potencial se ve frenado por un nivel de productividad bajo, poblaciones que envejecen y los legados de la crisis financiera mundial. El alto endeudamiento, el bajo nivel de inversiones y bancos débiles siguen constituyéndose como una carga para algunas economías avanzadas, especialmente en Europa, y muchas economías emergentes siguen enfrentándose a los ajustes posteriores a su auge crediticio y de inversión poscrisis.

Este panorama se ve fuertemente afectado por algunas de las principales transiciones económicas que están creando efectos de derrame y efectos de retorno del derrame a nivel mundial, en especial la transición de China a un nuevo modelo de crecimiento y la normalización de la política monetaria de EE. UU. que se avecina. Ambos desplazamientos son necesarios y saludables. Son buenos para China, buenos para EE. UU. y buenos para el mundo. El desafío es gestionarlos de la mejor forma posible y la más eficiente.

China ha puesto en marcha profundas reformas estructurales para elevar los ingresos y los estándares de vida. Está en la búsqueda de una “nueva normalidad”, con un crecimiento más lento, más seguro y sostenible que se fundamente más en los servicios y menos en la manufactura y las inversiones que requieren un uso intensivo de materias primas. Pero las autoridades de China están enfrentando un delicado acto de equilibrio: necesitan implementar estas reformas difíciles y, al mismo tiempo, deben preservar la demanda y la estabilidad financiera de su país.

El pasado verano se sintió un efecto de derrame de esta transición cuando los temores de los inversionistas sobre el ritmo de desaceleración de la economía china pusieron aún más presión sobre los mercados de materias primas y provocaron importantes depreciaciones del tipo de cambio en una serie de países exportadores de materias primas que dependen de la demanda china. A medida que China invierta menos, su apetito por materias primas se reducirá, y cabe mencionar, por ejemplo, que China consume en la actualidad el 60% de mineral de hierro del mundo. Esto contribuirá a lo que podría ser un período prolongado de precios bajos de las materias primas, mismo que los formuladores de políticas tendrán que gestionar cuidadosamente, sobre todo en países que son grandes exportadores de materias primas, como Australia y Brasil.

La segunda transición importante es la relacionada con la decisión de la Reserva Federal de elevar las tasas de interés. A pesar de que la Fed también ha indicado claramente que se espera que las tasas se mantengan bajas durante algún tiempo, esta transición refleja la existencia de mejores condiciones económicas en EE. UU., lo que también es bueno para la economía mundial.

Las bajas tasas de interés contribuyeron a una búsqueda de rentabilidad por parte de los inversores, que apoyaron la toma de riesgos financieros y las valoraciones más altas de los instrumentos de renta variable, los bonos soberanos y el crédito corporativo. Por lo tanto, la Fed también se enfrenta a un delicado acto de equilibrio: normalizar las tasas de interés y, al mismo tiempo, reducir al mínimo el riesgo de perturbaciones en los mercados financieros.

Hay también posibles efectos de derrame en esto. La perspectiva del aumento de las tasas de interés en EE. UU. ya ha contribuido al aumento de los costos de financiación para algunos prestatarios, incluyendo a las economías emergentes y en desarrollo.

Esto es parte de un necesario ajuste de las condiciones financieras a nivel mundial. El proceso, sin embargo, podría ser complicado por los cambios estructurales en los mercados de renta fija, mismos que se han tornado en menos líquidos y más frágiles, y esa es una receta que lleva a perturbaciones y reacciones exageradas en los mercados.

Afuera de las economías avanzadas, los países están generalmente mejor preparados para hacer frente a tasas de interés que son más altas en comparación con las del pasado. Y, sin embargo, estoy preocupada por su capacidad para amortiguar los shocks. Muchas economías emergentes y en desarrollo respondieron a la crisis financiera mundial dictando audaces medidas anticíclicas, tanto fiscales como monetarias. Mediante el uso de estos amortiguadores de políticas fueron capaces de liderar la economía mundial en su momento de necesidad. Y durante el transcurso de los últimos cinco años estas economías han dado cuenta de casi el 80% del crecimiento mundial.

Sin embargo, estas iniciativas en cuanto a políticas estuvieron generalmente acompañadas por un aumento en el apalancamiento financiero en el sector privado, y muchos países incurrieron en más deuda, una porción importante de la cual se constituyó en dólares estadounidenses. Por consiguiente, el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos y un dólar más fuerte podrían dejar traslucir descalces de monedas, lo que conduciría a moratorias corporativas, y a un contagio vicioso que se extienda a los bancos y a los Estados soberanos.

No obstante, sabemos que los riesgos bajistas de estas transiciones se pueden gestionar mediante el apoyo a la demanda, la preservación de la estabilidad financiera y la aplicación de reformas estructurales. La mayoría de las economías avanzadas, a excepción de la de EE. UU. y posiblemente la del Reino Unido, seguirán necesitando de políticas monetarias acomodaticias. Todas las economías avanzadas, sin embargo, deben incorporar de manera plena los riesgos de los efectos de derrame en su toma de decisiones y deben garantizar que sus comunicaciones sean claras en este sentido.

La Eurozona, entretanto, puede mejorar sus perspectivas al ponerse a trabajar de manera decidida en los préstamos en mora que ascienden a un valor aproximado de 900.000 millones de euros; uno de los principales legados no resueltos de la crisis financiera. Hacerlo permitiría que los bancos aumenten la oferta de crédito disponible para empresas y hogares, y que de esa forma se incremente la potencia de la acomodación monetaria, lo que a su vez mejoraría las perspectivas de crecimiento y reforzaría la confianza en el mercado.

Las economías emergentes necesitan mejorar la monitorización de la exposición de las principales empresas al riesgo cambiario. También deben garantizar la estabilidad financiera mediante el uso de herramientas macroprudenciales para fortalecer la capacidad de resistencia y flexibilidad de los bancos ante la acumulación de deuda externa y de apalancamiento corporativo.

A nivel mundial, existe una necesidad apremiante de completar y poner en práctica el programa de reforma regulatoria con un enfoque especial en la mejora de la transparencia y la supervisión de las entidades no bancarias, o bancos en las sombras. Y, del mismo modo, tenemos otra tarea importante por delante: mejorar la calidad del aún inadecuado marco de resolución para entidades financieras sistémicas y activas mundialmente.

Por el lado fiscal, los países deben utilizar políticas que sean, dentro de lo posible, lo más flexibles y favorables al crecimiento. El Fondo Monetario Internacional sigue recomendando que las economías avanzadas que tienen un margen para estímulos fiscales lo utilicen para impulsar la inversión pública, especialmente en infraestructura de calidad. Los planes fiscales creíbles a mediano plazo también siguen siendo una prioridad, especialmente para EE. UU. y Japón.

Los países exportadores de materias primas que tienen un margen para maniobras de políticas fiscales deben utilizarlo para suavizar su ajuste a los precios más bajos. Otros países deben depender de un reequilibrio fiscal favorable al crecimiento, por ejemplo, mediante la aplicación de reformas fiscales y a los precios de la energía, y la fijación de nuevas prioridades de gasto, incluyendo la protección de los más vulnerables.

Los países exportadores de materias primas, como Chile, Colombia, Noruega y Botsuana, utilizaron el auge de las materias primas para fortalecer sus marcos fiscales frente a los shocks. Esto les ha dado un mayor control sobre el ritmo de ajuste fiscal necesario, lo que a su vez les permite mantener el crecimiento. Una lección útil para otros.

Por último, todos los países necesitan mejorar la calidad de sus estructuras económicas mediante la reforma de sus mercados de trabajo y de productos, sus infraestructuras, sus sistemas de salud y educación y sus políticas de comercio exterior. La implementación, por supuesto, requiere de la hábil y perspicaz formulación de políticas, sobre todo en esta fase de menor crecimiento y mayor incertidumbre. Y, dada la naturaleza colectiva de muchos de los temas involucrados —como el cambio climático, el comercio exterior, la migración, y la red de seguridad financiera mundial—, una mayor cooperación internacional es más urgente y más esencial que nunca.

Me alegré de ver que este espíritu trascendió en la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el mes de septiembre pasado, y dicho espíritu se hizo nuevamente presente en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en París en el mes de diciembre. Asimismo, la crisis de los refugiados en Oriente Medio y Europa no es sólo un asunto humanitario, es también un asunto económico que afecta a todos. Y todos tenemos la obligación de ayudar.

Sí, es verdad que los desafíos que enfrenta el mundo en el año 2016 son grandes. Pero con las políticas, la cooperación y el liderazgo correctos, podemos gestionarlos en beneficio de todos nosotros.

* Directora general del Fondo Monetario Internacional. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos. Copyright: Project Syndicate, 2015.