El genocidio de Ruanda tuvo como antecedente inmediato un proceso de paz, y la guerra en Malí tuvo como marco de inicio las marchas de la sociedad llamando a la guerra. Por paradójico que parezca, los enemigos de la paz pudieron más que las voluntades de negociación.

Ruanda

Es ampliamente conocido lo que sucedió en un poco más de 100 días de 1994 en Ruanda: en cada uno de ellos alrededor de 8.000 personas fueron asesinadas a machete en una movilización masiva de odio en la que los propios vecinos violaron y decapitaron tanto a tutsis como a hutus moderados.

Tal genocidio no sólo nació de la falsa distinción entre hutus y tutsis (originalmente una diferencia más de clase que de etnia), ni de los problemas por la tenencia de la tierra (variable económica del conflicto poco recordada), sino también por la construcción de un rechazo sistemático al proceso de paz entre el gobierno hutu y los rebeldes tutsis.

A finales de 1980 fue creado el Frente Patriótico Ruandés, cuya bandera principal es la inclusión social y política de los tutsis. El gobierno ruandés. en manos de un hutu dispuesto a la paz, el presidente Juvenal Habyarimana, estableció una negociación en el vecino país de Tanzania. Finalmente se firmaron los acuerdos de Arusha, los cuales daban participación política a los rebeldes.

Pero esto no fue aceptado por los enemigos de la paz que desde 1992 habían iniciado la creación de unos grupos armados paramilitares, los interahamwe (que significa “los que pelean juntos”), importaron miles y miles de machetes, crearon en los medios de comunicación una campaña de miedo hacia los tutsis y de rechazo a la paz, y finalmente asesinaron al presidente de Ruanda.

Algunas de las razones del fracaso de la implementación de los acuerdos de paz fueron la falta de confianza, la falta de recursos para hacerlo, las preocupaciones sobre la seguridad en el proceso de desmovilización y las tensiones políticas en sectores gubernamentales.

No fue sólo que hubiera problemas en la implementación de lo acordado, cosa por demás común a todos los procesos de paz, sino que un sector de la población aliado con el ejército y los paramilitares fue capaz de arrastrar a Ruanda de un corto posconflicto a un genocidio.

Malí

El conflicto de Malí es más viejo que su propia historia como país independiente. Allí los tuaregs reclamaron a Francia, el poder colonial hasta los años cincuenta, la creación de un país para ellos. El deseo francés de dejar las colonias lo más débiles posibles para poder controlarlas llevó a la creación de naciones sin tener en cuenta sus comunidades.

Así nació Malí mirando a las élites bambaras de la capital, Bamako, pero desconociendo por completo las zonas periféricas y más pobres del país, donde precisamente hacen presencia los tuaregs. Esa comunidad se levantó en armas varias veces y fracasó estrepitosamente.

La última aventura armada se nutrió de la experiencia militar y de los pertrechos de guerra adquiridos en el conflicto de Libia durante 2011.

La ofensiva tuareg fue mal recibida por las élites de Bamako, pero en todo caso hubo un sector dispuesto a negociar. Curiosamente, en febrero de 2012, el entonces presidente Amadou Toumani Touré planteó la posibilidad de otro proceso de paz con los tuaregs, que ya controlaban buena parte del norte del país, en su más exitosa operación militar de las varias que habían intentado.

Pero al mes siguiente, en marzo de 2012, las calles se llenaron de marchas en contra de esa propuesta de paz, en las que se acusaba al presidente de ser responsable por la muerte de los soldados en los combates y se exigía mayor apoyo del Gobierno a las operaciones militares.

Ese sentimiento fue canalizado por el capitán Amadou Haye Sanogo, quien dio un golpe militar con un importante apoyo de la población y, sobre todo, frustró cualquier intento de negociación. Finalmente, la parte norte del país fue controlada por los rebeldes tuaregs.

Pero la guerra no paró allí sino que los tuaregs, superiores al ejército de Malí, no fueron capaces con la ofensiva de grupos yihadistas como Al Qaeda del Magreb Islámico, quienes finalmente se quedaron con varias ciudades. Ante ese panorama, Francia intervino en el territorio de su antigua colonia aumentando el drama de la población civil.

Hoy, los tuaregs no lograron su cometido de ser reconocidos ni mucho menos de tener un país independiente, el ejército de Malí no logra un control territorial y las células de radicales islámicos conservan su capacidad militar en varias zonas del país.

Negociaciones, acuerdos y declaraciones de cese del fuego se han visto empantanadas principalmente por el incumplimiento del Gobierno a la palabra dada, además de la repetición de modelos de exclusión política.

Enseñanzas

No es sólo en los casos citados. Recientemente, la esperanza de desatascar el proceso de paz en Filipinas entre el Gobierno y el Frente Moro de Liberación Islámica se frustró porque el parlamento bloqueó la aprobación de un proyecto de ley que daría las herramientas necesarias para avanzar en la negociación.

En general, la violencia directa: muertos, violaciones, torturas, etc., llena las noticias y escandaliza; pero estas prácticas no son posibles sin una cuota de aceptación por parte de un sector de la sociedad. La persecución a minorías y la perpetuación de diferencias sociales sirven para que ciertas prácticas sean posibles, desde la limpieza social hasta el genocidio, pasando por las masacres a la oposición.

En Malí y en Ruanda quienes no tuvieron voluntad de paz no fueron sólo algunos de los guerreros, sino un sector de la sociedad, civiles ellos. Esa caricatura de que los civiles son necesariamente un dechado de paz y amor no es cierta. Hay conflictos en los cuales los combatientes, que saben de los horrores de la guerra, parecieran ser los que más desean la paz, especialmente más que aquellos que sólo conocen la guerra a través de la prensa.

Muchos civiles ruandeses se arrepintieron de haber apoyado la locura genocida y algunos malienses hoy dudan sobre su opción de apoyar la guerra dándole un espacio a Al Qaeda. Pero para las víctimas estos remordimientos llegan demasiado tarde.

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El genocidio de Ruanda 
Hace poco más de  21 años, el 8 de abril de 1994, comenzó uno de los episodios más aberrantes de la historia reciente, en el que el 85% de la población hutu exterminó al 15% de la tutsi. Dos días después de que el avión en el que viajaba Juvénal Habyarimana, presidente de Ruanda,  junto a su homólogo de Burundi, fuera alcanzado por un misil en pleno vuelo, se destaba el terror y las matanzas en ese país africano. En cinco meses fueron asesinados entre 800.000 y un millón de tutsis (y hutus moderados).
Las raíces del odio venían de tensiones históricas, iniciadas  en el siglo XV, cuando los tutsis invadieron Burundi, de donde son originarios los hutus. Entonces, monopolizaron  la política, el Ejército y la economía de los hutus, a pesar de que los hutus solo conformaban una mínima parte de la población total. Una pequeña minoría invasora dominando a la gran mayoría. En ese escenario se enraizó el odio entre hutus y tutsis. De hecho hubo varias matanzas previas: 1965,  1972, 1988 y 1991. La última, la más salvaje.
La paz firmada en Bamako
El pasado 15 de mayo se celebró por todo lo alto en Bamako la ceremonia de firma del Acuerdo Nacional de paz y reconciliación, pero el acto fue boicoteado por la Coordinadora de Movimientos del Azawad (CMA), que agrupa a los independentistas tuareg, así como contra Francia y la Misión de la ONU de estabilización en Mali (Minusma), acusadas ambas de complicidad con ese grupo secesionista. CMA, que exige ciertas garantías para firmar el acuerdo  (autogobierno en el norte y desmovilización de milicias, principalmente).
Desde esa fecha, la violencia no solo no ha cesado, sino que se ha recrudecido en varios puntos del noreste tuareg (Tombuctú, Gao o Menaka) y en la misma capital, Bamako.  Los tuareg han encabezado cuatro rebeliones desde el siglo XX.