Los hispanohablantes de todo el Caribe exclaman “¡qué vaina!” cuando describen una molestia, una situación o un apuro. Pero el dicho es especialmente versátil en el argot venezolano, donde puede utilizarse para referirse a cualquier cosa, desde objetos hasta personas: las posibilidades son infinitas. Cada vez se oye más esa idiosincrasia en Ciudad Juárez (México), Texas, Florida e incluso en albergues y escuelas de Nueva York, a medida que los solicitantes de asilo venezolanos se asientan en Estados Unidos.

El castellano surgió del latín en Castilla, España, en el siglo XII. Más tarde, los colonizadores españoles lo llevaron al continente americano, donde se conoció como español, llegando a confines tan remotos como Filipinas y Guinea Ecuatorial. Por el camino, se impuso a numerosas lenguas indígenas. En la actualidad, el español es la cuarta lengua más hablada del mundo y la más hablada en Estados Unidos después del inglés.

Los venezolanos son la última ola de migrantes que ha revitalizado el español estadounidense. Desde finales del siglo XIX, han llegado olas de migrantes hispanohablantes de lugares como Cuba, Puerto Rico, El Salvador y Nicaragua. También está la población mexicana que vivía aquí mucho antes de que Estados Unidos reclamara sus tierras.

Cada ola impregnó al español estadounidense de sabor local. Esto se debe en parte a que la lengua hablada en cada país tiene características únicas, tanto a escala nacional como regional. En Argentina, por ejemplo, se usa “vos” en vez de “tú” para la segunda persona, y abundan los sonidos silbantes. En Cuba hay una infusión de palabras originarias de los esclavos africanos y una pronunciación débil de las consonantes, sobre todo al final de la sílaba. El español de América presenta todos estos elementos, que dependen del origen nacional y la ubicación geográfica del hablante.

La asimilación a la corriente dominante trae consigo un tipo de español estadounidense menos diferenciado, más anémico. Los localismos tienden a desaparecer en favor de un lenguaje más neutro. Esto ocurre, en parte, como resultado del consumo de los medios de comunicación: la radio y, sobre todo, la televisión, con su impulso de crear una identidad latina que surge de la mezcla de elementos. Con la esperanza de ampliar su audiencia, Univisión y Telemundo recurren con frecuencia a una mezcolanza, lo que los mexicanos llamamos un revoltijo. Tratando de no alienar a la audiencia, estas cadenas producen programas con un español que es una suma de muchas partes. El resultado es insulso, débil y poco estimulante.

Sin embargo, las apariencias engañan. A medida que el español estadounidense dominante se convierte en el estándar, sus variedades vulnerables pierden terreno. En las montañas Sangre de Cristo, de Nuevo México, hay un dialecto que se habla desde hace más de 400 años, lo que permite a los eruditos como yo apreciar un léxico más cercano al español medieval que cualquier otro utilizado en el mundo. Pero su último aliento está cerca. También está amenazado el ladino, la lengua de los judíos sefardíes, traída a Los Ángeles, Seattle y otros lugares por inmigrantes del Imperio otomano en la década de 1880. La nostalgia no es suficiente para mantener viva una lengua.

El español de Estados Unidos es biodiverso y, por eso, se debe apreciar como un recurso nacional, no ser despreciado como un estorbo. El español que utilizamos no solo incluye los ritmos sincopados de ciudades como Nueva York, Miami, Chicago, Houston y Los Ángeles, así como innumerables zonas rurales; también se exporta a todo el mundo a través del turismo, la música latina, los deportes y los servicios de emisión en continuo. La lengua es libre, y viaja sin obstáculos a través de las fronteras. La polifonía del español de Estados Unidos es hermosa. Debemos protegerla y valorarla como un activo.

A pesar de esta riqueza, Estados Unidos padece lo que parece un defecto incurable: alergia a las lenguas extranjeras. Uno de cada cinco hogares del país se comunica en una segunda lengua, y después del español, las más habladas son, por orden, el chino, el tagalo, el vietnamita y el árabe. Pero el español lo habla más gente que esos cuatro juntos. Se calcula que en 2060 habrá 111 millones de hispanohablantes en Estados Unidos. Eso es más del doble de la población de Colombia.

Es probable que, para entonces, la variedad venezolana del español estadounidense sea bastante reconocible. Su fuerza habrá surgido, en parte, gracias a los actuales emigrantes como los venezolanos que lo arriesgan todo —pierden miembros, incluso mueren en el viaje— para entrar a Estados Unidos. El español estadounidense prospera en su pluralismo. ¡Qué vaina! Luchemos por los matices.