Algunas veces, entender la derrota es preparar el carácter, es enfrentar un mismo evento de una manera diferente, sin temor, pero con respeto. El año pasado, en la Vuelta a España, Miguel Ángel López fue a dar dos veces contra el asfalto. La primera en la tercera etapa, cuando se rompió tres dientes y sufrió algunos moretones. Nada grave que le impidiera terminar la fracción, aunque con una pérdida de 12 minutos y 33 segundos respecto al francés Alexandre Geniez, ganador de la jornada.

Era el debut del boyacense en la última de las tres grandes. Por eso la terquedad de no poner pie en tierra, de permanecer en competencia sin importar el sufrimiento. Caer y levantarse, los verbos habituales de López en un deporte en el que su integridad física nunca ha estado por encima de sus objetivos. Tres días después, en la sexta jornada, con una cura encima del labio superior haciendo las veces de bigote y con una malla protectora en el mentón, el ciclista del equipo Astana volvió a tropezar. Había fuerzas para subirse de nuevo a la bicicleta, pero el cuerpo médico de la escuadra kazaja tomó una decisión salomónica: no más y punto.

Ahí concluyó el estreno de Miguel Ángel López en la Vuelta, en una carrera en la que la única responsabilidad era finalizar, conocer e intentar una locura cuerda. Ese mismo año, luego de recuperarse en Sogamoso, de que le arreglaran la dentadura (le tuvieron que poner tres coronas), el boyacense se cayó en un entrenamiento cuando uno de sus compañeros frenó de manera brusca en una bajada y él perdió el control de su bicicleta por tratar de esquivarlo.

Fractura de la tibia de la pierna izquierda. Por fortuna —sí, la suerte esta vez fue aliada—, no hubo un desplazamiento del hueso y sólo fue necesario un aparato ortopédico que mantuviera la extremidad quieta, que obligara al organismo a sanar por sí solo. El talento del nacido en Pesca (Boyacá) ha sido suficiente colchón para que el equipo Astana le tenga paciencia ante los infortunios. “Estamos al tanto de lo que pasó en Colombia y ya coordinamos para empezar de inmediato la recuperación”, dijo en su momento Dmitriy Fofonov, director deportivo del conjunto kazajo.

En esta temporada, cuando López iba a ser la principal ficha de su escuadra en el Tour de Francia, el colombiano, como si fuera un imán del asfalto, terminó en la carretera. El descenso del Simplon, en la quinta etapa de la Vuelta a Suiza, dejó ver su actitud temeraria, la forma arriesgada en la que monta bicicleta. La fractura de su pulgar de la mano derecha, un par de puntos, una que otra raspadura y la pérdida de los mismos tres dientes, las consecuencias de tomar el riesgo en un terreno en el que no es lo bastante ágil.

La imagen del 14 de junio de este año es impactante. Miguel Ángel es sostenido por un aficionado mientras escupe sangre. Los brazos están lacerados y sólo se pone de pie cuando los médicos de la prueba le proporcionan un cuello ortopédico. Lo llevaron a la ambulancia con la delicadeza con la que se mueve una pieza de porcelana. Por fortuna, el boyacense camina por sus propios medios.

Sólo pasaron 17 días para verlo de nuevo montando, en el Tour de Austria, carrera en la que fue tercero de la general, a 59 segundos del local Stefan Denifl. Más allá de soportar los golpes, su cuerpo aprendió a sanar en tiempo récord. Sus ganas de estar ahí a veces son mayores que su talento y eso lo hace un corredor especial, un joven (tiene 23 años) que supera adversidades con el talante de un veterano.

Este miércoles se convirtió en el colombiano más joven en ganar una etapa de la Vuelta (la número 11) con 23 años, seis meses y 26 días, superando a Alberto Camargo.Además, con estra gran victoria, el boyacense se metió al top 10 de la carrera demostrando que hay veces que hay que saber elegir los combates para tener éxito.