Giulio Ciccone llega a la zona mixta luego de ser segundo de la sexta etapa del Tour de Francia, con la camiseta amarilla, y antes de hablar ante las cámaras, hace una aclaración: “con el inglés no me va muy bien así que tengo que hablar lento”. Se le colorean los pómulos y, con más miedo que fascinación, hace el intento de responder las preguntas que le hacen. Ya en la rueda de prensa sus compatriotas hablan con él en italiano y se siente más cómodo, más al natural y confiesa que quería ganar este jueves, que estaba enojado por no hacerlo apenas cruzó la meta, pero que todo cambió cuando le dijeron que era el líder de la carrera.

Ciccone es uno de esos escaladores ligeros que a punta de ataques desmedidos se quedó con la camiseta azul en la pasada edición del Giro, además de ganar en una jornada (la 16). Nada comparado con lo que le sucede ahora. “Il sogno che avevo fin da bambino” que traduce: “el sueño que tuve desde niño”. Para los periodistas de su país ha despegado rápido y a pesar de su altura sabe sacarle provecho a la fuerza de sus piernas. Además, tiene otra cosa que le ayuda: le gusta sufrir más que a otros y por eso lo ovacionan como una muestra de admiración.

Giulio, que nació en Chieti, una provincia italiana que tiene restos de edificaciones romanas y en la que el ciclismo es como la vida misma, llegó a las filas del Trek este año y en las dos primeras carreras grandes de la temporada ha demostrado que tiene la energia no solo para ir adelante, sino para tomar el testimonio del ciclismo de su Italia, un país que no gana en los Campos Elíseos desde 2014 (con Vincenzo Nibali) y en el que la gente demanda por el nacimiento de nuevas estrellas para que haya un recambio.

“Somos la tierra de Coppi y Bartali. Es lo mínimo que podemos esperar. Siempre nos hemos caracterizado por tener buenos rodadores, pero mejores escaladores. Y Ciccone ilusiona. No con un título, pero más adelante se le puede dar. Vamos a ver hasta dónde aguante, hasta dónde le dé la cabeza porque esto, aunque sea con las piernas, es muy mental”, dice Luca Gialanella, periodista del periódico La Gazzetta dello Sport.

Los italianos están felices, teclean con un afán frenético, con fuerza, como si aún lo hicieran en una máquina de escribir. El tímido de Giulio, que irá perdiendo eso a medida que pase más días de amarillo, los tiene con una gran dicha. Este viernes el estandarte del líder estará al lado del bus del Trek y será el que guíe a los aficionados antes de la salida de la séptima etapa.

A ellos no les importa mucho el nombre, tampoco lo que ha hecho, les interesa ver el maillot más importante de todos, el que por ahora tiene un joven de 24 años que sin quererlo es el que comanda la clasificación general  del Tour de Francia.