Durante años, Jeremy Corbyn, quien hoy es considerado uno de los grandes ganadores de las elecciones del pasado jueves, hizo parte del ala marginal del partido Laborista. Entre 1979 y durante 18 años, el partido Conservador británico se mantuvo en el poder bajo el liderazgo de Margaret Thatcher y John Mayor, lo que obligó a los Laboristas a alejarse de la izquierda dura para tener posibilidades reales de aspirar al poder.

Los mayores opositores del viraje del laborismo hacia el centro y las políticas económicas neoliberales estuvieron entre sus propias filas, y tuvieron en Jeremy Corbyn una de sus figuras emblemáticas. Según las cunetas del profesor y politólogo Philip Cowley, desde que los laboristas recobraron el poder en 1997 y hasta que lo volvieron a perder en 2007, Corbyn se negó a votar a favor de 428 propuestas de sus copartidarios.

Hijo de un ingeniero eléctrico y una profesora de matemáticas, Corbyn se involucró en el laborismo gracias a su familia y, ante la posibilidad de realizar estudios técnicos o universitarios, prefirió ponerse a trabajar al interior de organizaciones sindicales. Poco a poco fue escalando dentro del laborismo hasta llegar a representar al distrito de Islington Norte en la Cámara de los Comunes.

A pesar de que fue reelegido en siete ocasiones antes de llegar al liderazgo de su partido, las ideas socialistas de Corbyn, sus posturas pacifistas y antinucleares junto a su campaña por una salida política al conflicto con los separatistas irlandeses hicieron de él una figura incómoda para el laborismo que lideró Tony Blair y Gordon Brown.

Para muchos laboristas en los 90 y en la primera década del 2000 la posibilidad de que Corbyn se convirtiera en el líder del partido habría parecido un chiste, pero todo cambió con la crisis económica. La recesión hizo que el Laborismo, incapaz de responder al descontento que causó el crecimiento del desempleo y la inmigración, perdiera credibilidad y le tuviera que ceder el poder a un gobierno de coalición entre conservadores y liberales demócratas, en 2010.

Cinco años después, en las elecciones generales de 2015, el partido Laborista obtuvo los peores resultados desde 1983 y convocó a sus militantes a que eligieran a su nuevo líder. Cientos de jóvenes descontentos con el establecimiento político votaron por Corbyn cuyo primer reto fue construir consenso entre los parlamentarios de su propio partido, más cercanos a la corriente del “New Labour” de Tony Blair que a sus ideas socialistas.

La capacidad conciliadora de Corbyn y su distancia frente al acartonamiento de la política tradicional fueron claves para el avance de su partido en las elecciones del pasado jueves.

En una conversación con el periodista Jeremy Paxman, célebre en el Reino Unido por su estilo agresivo de entrevista, Corbyn fue bombardeado por preguntas sobre la ausencia de políticas que lo hicieron célebre a comienzos de su carrera, como la abolición de la monarquía o el Mi5, y que no aparecían en ningún lado en el manifiesto de campaña la laborista. “Hay toda una serie de cosas que usted no fue capaz de introducir en el manifiesto de su partido” le dijo Paxman  a lo que Corbyn respondió con tono apacible que él era un líder, no un dictador y que la plataforma de su partido era el resultado de una deliberación democrática y no una imposición.

Aunque la mañana después de las elecciones Theresa May decidió formar un gobierno minoritario con la ayuda del Partido Democrático Unionista (DUP por sus siglas en inglés), la estabilidad del nuevo gobierno que sumadas las 318 sillas obtenidas por los Conservadores y las 10 del DUP sólo excede con tres sillas las 325 que necesitaba para controlar el Parlamento es extremadamente frágil.

El escenario de unas nuevas elecciones la figura de Corbyn con más opciones para lograr una mayoría en el Parlamento, no sólo porque representa un liderazgo completamente nuevo para la política británica sino porque se supo adaptar como ningún otro candidato a las dinámicas que internet y las redes sociales introdujeron a las contiendas electorales.

Giles Kinningham, antiguo asesor de prensa de David Cameron, la estrategia de los laboristas en redes pues se enfocaron en inspirar a sus votantes a través de videos en Facebook y Twitter en lugar de atacar a sus opositores como lo hizo el partido Conservador.

Según el diario británcio The Guardian, en le día de las elecciones los laboristas gastaron sumas considerables para posicionar el hashtag #forthemany, uno de los slogans de la campaña de Corbyn que hace referencia a su intención de hacer un gobierno alejado de los intereses de las élites. La inversión parece haber dado frutos pues, aunque May sigue ocupando el número 10 de Downing Street (la casa en la que tradicionalmente vive el Primer Ministro), Corbyn una de las pocas figuras políticas que no salió debilitada de las elecciones y es quizás quien más réditos políticos obtendrá del atornillamiento de May en el poder.