Robert Walker, consejero en materias de ciencias espaciales del presidente electo Donald Trump, dijo al diario The Telegraph: “La Nasa ha sido reducida a una agencia logística concentrada en reabastecer sus estaciones especiales y en un monitoreo políticamente correcto del espacio”. Para Walker, la Nasa debería volver a ser una agencia que lleva al hombre a la Luna. “Vemos a la Nasa en un rol de exploración —dijo—, en la investigación profunda del espacio”. Por eso, propone que la financiación para los programas de exploración sea mayor, y que dicho aumento se consiga gracias a una reducción del presupuesto para las ciencias de la Tierra. Es decir, una reducción —y aun la eliminación— de los programas dedicados a medir el impacto de la actividad humana en el clima: los programas que monitorean el cambio climático. En ese campo, la Nasa recibirá US$2 mil millones el próximo año.

Walker promete que para finales de este siglo los humanos habremos explorado todo el Sistema Solar. Sin embargo, esto se haría a costa de la pérdida de programas que permiten ver cómo se retrae el Ártico, cómo cambia el nivel de las aguas y cómo aumenta la temperatura global, lo que tiene un impacto directo en la vida cotidiana de las personas, los cultivos, la industria y la economía. “Creo que la investigación climática es necesaria —dijo Walker—, pero ha sido politizada, lo que minó el trabajo que numerosos científicos han hecho”. Para el consejero, el rol de los humanos en el cambio climático “es una perspectiva compartida por la mitad de los científicos en el mundo. Necesitamos buena ciencia que nos diga cuál es la realidad, y la ciencia podría hacerlo si los políticos no interfieren en ella”.

Walker, sin embargo, erra: de acuerdo con una publicación de la Nasa, el 97% de los científicos están de acuerdo en que es “extremadamente probable” que el cambio climático sea generado por los gases que se lanzan a la atmósfera por la actividad humana. Es decir, las industrias, el ganado y la deforestación, entre otras. En ese sentido, Walker ha tomado una perspectiva que se emparenta con la de Trump, quien esta semana dijo que tiene una “mente abierta” de cara a los acuerdos climáticos que se concertaron en París y en los que Estados Unidos tiene gran parte de responsabilidad: es el segundo país más contaminante después de China.

La idea, según Walker, es que dichas obligaciones sobre investigación climática pasen a otras agencias especializadas, como la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) y la Fundación Nacional de la Ciencia (NSF). Sin embargo, ambas agencias requieren de los satélites y los equipos especializados de la Nasa para hacer dichos estudios. Recortar el presupuesto significaría, a su vez, reducir de plano la investigación en ese campo. Tanto los republicanos como Trump han formulado dudas sobre el hecho de que los humanos sean los directos responsables del cambio climático. El presidente electo dijo durante su campaña que el cambio climático era una “farsa” inventada por los chinos y en estos días aseguró: “Creo que hay alguna conexión (entre el cambio climático y la actividad humana). Algo. Depende de cuánto”. Los republicanos, a su vez, han dicho que la agencia no debería gastarse miles de millones de dólares en “predecir el clima”.

Pese a su seguridad, los republicanos también erran. Las investigaciones que realiza la Nasa sobre cambio climático no son una mera “predicción climática”. Sus satélites y sistemas de información recogen la información del clima en extensos períodos y luego la ponen en perspectiva para conocer el estado general de las cosas y formular recomendaciones. El clima influye en el nivel de los mares, en los niveles de lluvia y la circulación de las aguas marítimas. Todo eso, a su vez, influye en los cultivos, las rutas de comercio, el descubrimiento de nuevos campos de petróleo y gas y, en últimas, en la economía global. Waleed Abdalati, geógrafo de la Universidad de Colorado y exjefe de proyectos en la Nasa, le dijo a la revista Scientific American: “Una pérdida de nuestras capacidades de observación sería como cerrar los ojos y de ese modo anular nuestra capacidad de saber qué pasará mañana, la siguiente semana y en la próxima década”.

El presupuesto que hasta ahora ha sido destinado a ciencias de la Tierra iría para la exploración espacial en la Luna, según Walker, y quizá para la exploración en Marte. El consejero de Trump no ha revelado cuánto del presupuesto será sacrificado. Esta división de la Nasa se benefició de un aumento de 50% en su presupuesto durante la administración de Barack Obama, que estuvo comprometido de manera directa en un cambio energético en el país, todavía por realizarse. Además de su rol en decidir qué sucederá con el presupuesto de la Nasa, Trump también deberá ser en teoría el impulsor principal de los acuerdos de París, que buscan diversificar las fuentes de energía en los países que más impacto tienen sobre el cambio climático. Michael Mann, climatólogo de la Universidad Estatal Penn, dijo al diario The Guardian: “Sería una jugada descaradamente política e indicaría la voluntad del presidente electo de alcahuetear a los mismos lobistas e intereses corporativos que él ridiculizó durante su campaña”. No es la única mala noticia que podrían tener los investigadores del cambio climático: uno de los candidatos —que suena con fuerza— para la secretaría de Energía es Harold Hamm, un multimillonario que ha hecho su fortuna en la explotación de petróleo y gas. Hamm pide leyes más laxas para explotación ambiental.