El cineasta español Pedro Almodóvar, presidente del jurado del Festival de Cannes, alcanzó fama mundial con el colorido y el atrevimiento de sus películas, emblema de la España moderna y democrática.

A los 67 años, Almodóvar confiesa ser menos «almodovariano» y sus películas, al comienzo desenfadadas y corrosivas, han evolucionado hacia un tono más introspectivo y sombrío.

«Nunca escribiré mi autobiografía, porque está incluida en las 20 películas que he hecho», comentaba Almodóvar recientemente en una entrevista con eldiario.es.

«Mis películas me retratan, no de un modo inmediato y evidente, pero yo estoy en cada corte del negativo, detrás de personajes que no son los principales, en el color», señalaba.

Uno de sus mayores éxitos iniciales fue el vodevil «Mujeres al borde de un ataque de nervios» (1988). Una loca y desenfrenada historia madrileña pero también, tal y como observó el periodista francés Bernard Pivot, un buen concentrado de la temática almodovariana: «masoquismo, homosexualidad, masturbación, droga, pornografía, ataques a la religión».

«Todos estos temas que se consideran tabú pertenecen a mi vida, no los considero prohibidos ni escandalosos», respondía entonces Almodóvar, apodado el «‘enfant terrible’ de la Movida», el movimiento sociocultural que se produjo en Madrid en los primeros años de la transición de la España posfranquista.

Bastaron unos pocos años para que este manchego, gay declarado, se convirtiera en la encarnación de una España moderna, divertida y tolerante.

Nacido el 24 de septiembre de 1949 en la quijotesca región de La Mancha, en el centro de España, Pedro Almodóvar Caballero habla poco de su padre, un arriero que se ausentaba semanas enteras para ir a vender vino y que falleció el año de su primera película, en 1980.

Su madre, sin embargo, ha sido una gran figura en su vida, y la maternidad uno de sus temas predilectos.

«Mi pasión por el color es la respuesta de mi madre a tantos años de luto y negrura contra natura, fui su venganza contra la monocromía impuesta por la tradición», afirmó en 2004 durante una entrega de premios en Francia.

Pedro tenía 16 años cuando se independizó para ir a Madrid. La escuela de cine estaba todavía «cerrada por Franco», por lo que fue en la filmoteca donde descubrió a sus maestros, de Hitchcock a Bergman pasando por Luis Buñuel, relató el año pasado a unos estudiantes madrileños.

Mientras trabajaba como administrativo en la compañía de teléfonos pública, se lanzó de cabeza al «underground» madrileño, se entregó al «punk-glam-rock» y, desde 1974, empezó a rodar «peliculitas de super 8».

Su primer largometraje, «Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón», parece una alegre fotonovela erótica, con heroínas desinhibidas o en vías de serlo.

Rodó los 19 siguientes en su país, con desigual acogida de crítica y público.

En la mayor parte de ellos, los protagonistas son personajes femeninos, apasionados, obstinados, que tienen que reinventarse para afrontar las crisis y las sorpresas -improbables- que Almodóvar introduce invariablemente en sus guiones. 

Es también uno de los primeros en poblar con transexuales y travestis sus obras humanistas y de estética kitsch.

En los últimos cinco años, Almodóvar pasó de un thriller, «La piel que habito», a una comedia loca, «Los amantes pasajeros», y al drama puro, «Julieta», nombre de una madre a la que abandona su hija.

Para explicar esta nueva seriedad, habla a menudo de su propia vida de hombre solitario y que envejece, recluido con un gato y muchos «fantasmas» en la cabeza.

Almodóvar ha estado cinco veces en competición oficial en Cannes, pero la Palma de Oro del festival siempre se le resistió.

Y eso que en su vitrina tiene ya sendos Óscar por dos de sus mayores éxitos: los melodramas «Todo sobre mi madre» y «Hable con ella».

Hace una década, «Volver» recibió en Cannes el premio al mejor guión y a las mejores actrices para el conjunto de sus intérpretes femeninas, entre ellas sus musas Carmen Maura y Penélope Cruz.