Una semana después de los atentados en París, la capital de Malí, Bamako, fue el centro de una incursión terrorista. Cerca de las 7:30 de la mañana de ayer, un grupo de militantes del grupo yihadista Al-Murabitún, ligado a Al Qaeda y con una historia de casi una década en ese país, se tomó las instalaciones de un hotel y retuvo por varias horas a 140 huéspedes y 30 empleados. Entre los huéspedes se encontraban por lo menos 60 extranjeros (entre ellos doce empleados de Air France) y de acuerdo con las autoridades un belga, miembro del Parlamento de la comunidad francesa en Bélgica, fue asesinado. La cifra parcial de las autoridades sumaba 22 huéspedes muertos y dos asaltantes abatidos. Pese a que el ataque fue reivindicado por Al-Murabitún, su incursión es producto, por un lado, de un extenso conflicto nacional en el que ha intervenido Francia desde 2013 con sus fuerzas militares, y por otro, de una muestra de poder entre grupos yihadistas.

Con el ataque, las autoridades francesas se sintieron aludidas de inmediato, al punto que el ministro de Defensa francés anunció el envío de fuerzas especiales a Bamako para intervenir en el ataque (las autoridades malienses afirmaron que ellas controlaron la intervención sin ayuda hasta su final, a mitad de la tarde) y el presidente François Hollande estuvo pendiente de toda la operación. Malí es un lugar especialmente sensible para el gobierno francés, dada la influencia de los ejércitos yihadistas en la zona: en la actualidad, hay cuatro grupos activos que pretenden imponer una visión radical del islam y, del mismo modo, recoger adeptos para la formación de un estado islámico en África.

De acuerdo con la BBC, en Malí transitan los grupos Ansar Dine (parte de sus miembros habían luchado del lado oficial en Libia, otro bastión donde intervino Francia), Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQIM, con orígenes en Argelia, relacionados con Al-Murabitún y quienes se declaran en contra del legado colonial francés), el Movimiento por la Unidad y la Yihad en África del Oeste (ligado al anterior) y el reciente Batallón Firma en la Sangre (responsable de un ataque en enero de 2013 a una instalación de gas en Argelia).

A causa de la extensión de las pretensiones extremistas, Francia intervino en enero de 2013 en el conflicto maliense con el envío de tropas para detener el avance de grupos relacionados con Al Qaeda, que desde abril de 2013 se habían tomado el norte de Mali y amenazaban con seguir hacia Bamako. En julio de ese año, después de que las tropas francesas capturaron Gao y Timbuctú y entraron a Kidal, un pueblo gobernado por rebeldes afines a las causas yihadistas. Desde 2012, la zona norte del país se encuentran en una constante lucha entre el Movimiento Nacional por la Liberación de Azawad, que pretende la independencia de dicha región y de hecho la declaró en 2012, y los grupos con intenciones extremistas.

Sobre las razones de Francia para entrar en un conflicto que en primera instancia atañó sólo a las instituciones malienses, la Corporación Rand, dedicada a la investigación de campo en zonas de conflicto, escribió en un informe de 2014: “Los franceses también creían que la caída de Malí en manos de los islamistas desestabilizaría la región entera y elevaría de manera significativa la amenaza terrorista en Francia”. Además, cerca de 7.000 europeos, entre ellos 6.000 franceses, se encontraban por entonces en Malí.

En julio de 2013, tras el retroceso de los grupos extremistas, Francia entregó la responsabilidad a las autoridades nacionales, aunque continuó con cerca de 1.000 soldados desplegados en toda la región. A pesar de los resultados iniciales y de la presencia de cerca de 6.000 soldados de las Naciones Unidas, el diario The Guardian reportó en 2014 el retorno de las fuerzas yihadistas al norte del país y el asesinato de algunos miembros del pueblo tuareg. La hipótesis se reafirmó con numerosos ataques en los siguientes meses y el homicidio de ocho personas en Sevaré, centro del país, en agosto de este año.

La incursión de Al-Murabitún (liderado por Mojtar Belmojtar) tiene una lectura adicional. Las divisiones entre Al Qaeda y el Estado Islámico parecen cada vez más profundas y, en este caso, el primer grupo tenía que demostrar su brazo de influencia en África, donde también existen células que se han declarado leales al Estado Islámico. Jason Burke, corresponsal del sur de Asia para The Guardian, dijo ayer: “El mundo de la militancia está desgarrado entre divisiones y diferencias doctrinales, hostilidades personales y rencores. También hay una competencia feroz por el reclutamiento, la donación de recursos (a su causa) y la atención. Los servicios de seguridad saben desde hace tiempo cómo escala la violencia cuando los grupos se dividen (…). El grupo está tratando de robar de nuevo algo de la atención que solía tener y dominar de nuevo la agenda informativa con el primer ataque de gran perfil en mucho tiempo”. Las autoridades malienses se encontraban en alerta porque en los últimos meses varios atentados fueron frustrados en Bamako y uno, en el restaurante La Terrace, causó cinco muertos.