Al convertirse en el líder del país más poderoso del mundo, Donald Trump habilitó y dio legitimidad a los autoritarios de todo el mundo. Lo hizo a través de un uso mediático de la mentira y la práctica autocrática cuyo pasado es claramente otro, el de las democracias en crisis de los años de entreguerras del siglo pasado.

Pero ahora que Trump se ha ido, ¿Qué pasará con aquellos que siguieron sus recetas de violencia, mentiras absolutas y a granel, racismo, autoritarismo y militarización de la política al pie de la letra y se legitiman a través de ella? En América Latina los seguidores de una política llanamente trumpista no piensan cambiar de rumbo. Y son aún mas explícitos en su defensa de modelos autocráticos a través de la gran mentira de que son democráticos.

El caso mas reciente de es Keiko Fujimori en Perú, quien en clave bolsonarista y trumpista combina su idea de establecer una “democradura” en su país con la predica contra un enemigo inexistente: “la ideología de genero”. Al igual que Trump y Bolsonaro, Fujimori se presenta como la candidata de la mano dura pero dudosamente como la del combate a la corrupción ya que está procesada por ese mismo delito, además de una clara tendencia al nepotismo.

Al igual que Fujimori, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, comparte una impaciencia autocrática con el funcionamiento de la democracia, pero también la disfraza con ropajes democráticos. Es más, Bukele precedió a Trump en un intento de ocupar el Congreso. En febrero de 2020, el caudillo salvadoreño ordenó a tropas de militares y policías que ocuparan el edificio y cuando entró en él, como más tarde harían los seguidores de Trump, oró sentado en la silla que normalmente ocupa el presidente del parlamento.

Antes de salir del edificio, Bukele dio a los legisladores una semana para aprobar sus propuestas. Está claro que el presidente de El Salvador ha seguido, y con frecuencia, anticipado la receta de Trump. Y al igual que él, usó y abusó de las redes sociales para anunciar decisiones gubernamentales desde Twitter e incluso comunicarse con miembros de su gabinete.

También declaró en twitter: “soy oficialmente el presidente más genial del mundo”. Y en otra ocasión, en un tweet publicado a las 2.46 a. m. “ordenó” a los ciudadanos que se fueran a dormir. En lugar de ser idiosincrásico, este uso novedoso del panorama mediático siguió el patrón trumpista y presentó al país realidades alternativas que se combinaron con ataques planificados a la legitimidad de la prensa libre.

De manera similar, Bolsonaro en Brasil tosió cerca de periodistas cuando era positivo de Covid-19, y también usó, y continúa usando insultos violentos, homofóbicos y misóginos cuando se dirige a periodistas o se refiere a medios independientes. Dos informes de organizaciones de libertad de prensa concluyeron que 2020 fue el año más peligroso para el periodismo profesional en la historia reciente de Brasil y que el gobierno de Bolsonaro fue la principal fuente de los ataques.