“Perdí la cabeza”, admitió en una entrevista con un rapero evangélico el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sobre sus declaraciones respecto de la pandemia de COVID-19. El presidente se refería a cuando dijo “no soy un sepulturero”, en 2020, respondiendo a la pregunta por el número de muertes por la pandémica. También se disculpó por, en 2021, haber mandado a comprar a los que pedían vacunas contra el coronavirus a “la casa de su madre”.

“Puedes ver que desde hace un año mi comportamiento cambió. Estoy aprendiendo en esta posición”, prosiguió el jefe de Estado arrepentido. Y es que, en su momento, Bolsonaro estaba orgulloso de no acatar las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud para prevenir el contagio del COVID. El mismo presidente, estando contagiado de la enfermedad, hizo apariciones públicas sin tapabocas.

No fue de extrañar que Brasil eventualmente pusiera el 10% del total mundial de fallecimientos por coronavirus y fuera el segundo país más golpeado del mundo por la pandemia. La negligencia del presidente fue tan grave que algunos la consideraron un ‘crimen contra la humanidad’. En febrero de 2022, el Tribunal Penal Internacional de La Haya recibió una denuncia interpuesta por once senadores de Brasil que acusan al presidente y a otras 65 personas del ejecutivo de una “estrategia macabra” que implicó 120.000 muertes que se podrían haber evitado y son el 20% del total de muertes. A los acusados se les señala de demorar deliberadamente la compra de vacunas, promocionar medicamentos no probados, ignorar casos de corrupción y de no actuar para evitar el colapso de la sanidad en el Amazonas. Frente a este último señalamiento, se consideró incluso una imputación por genocidio contra los grupos indígenas, pues allí el virus disminuyó la población luego de que los hospitales se quedaran sin oxígeno. Esto implicó la casi destrucción del patrimonio hablado que, en las comunidades indígenas, conservaban los más viejos y vulnerables.

“Soy un ser humano, lamento lo que dije, no lo diría de nuevo”, dijo el presidente en la entrevista el pasado fin de semana. Eso sí, su remordimiento era por las declaraciones que ampliamente circularon en videos, pero no por su gestión.

Bolsonaro pretende reelegirse, pero las encuestas proyectan que quedará segundo ante Luiz Inácio Lula da Silva, su opositor y eso, en parte, se relaciona con que el mal manejo de la pandemia le costó apoyos.

¿Se aprendió la lección?

Después de semejante tragedia, queda entonces preguntarse si en Brasil, en términos de salud pública, se aprendió la lección.

Como un déjà vu, Brasil es el país más afectado de América Latina por la viruela símica. Para finales de agosto, había allí más de 4 mil casos confirmados.

El presidente Jair Bolsonaro solo se ha referido al virus una vez hasta el momento y fue con una broma homofóbica: en un pódcast, se burló del presentador e insinuó que era gay cuando este dijo que, si pudiera, se vacunaría. Caso de inmediato, dos concejalas transgénero denunciaron al presidente.

Aún así, esta vez hay más coordinación entre las autoridades de salud y el gobierno. El ministerio de Salud elevó la alerta sanitaria al tercer nivel, el último paso antes de declarar una emergencia de salud pública nacional. La decisión se tomó porque hay transmisión comunitaria de casos, no hay medicamentos para tratar la enfermedad y se requiere una amplia respuesta del gobierno.

Pese a la alerta, el ministerio de Salud ha llamado a la calma. Marcelo Queiroga, ministro de salud, dijo en entrevista para el programa A Voz do Brasil, que la pandemia de COVID dejó como legado el fortalecimiento del Sistema Único de Salud (SUS). “Los Centros de Inteligencia Estratégica para la Vigilancia en Salud aumentaron de 55 a 164 y se ampliaron, especialmente en las zonas fronterizas”, dijo. Además, se aumentó el presupuesto de la red de atención primaria. Según el ministro Queiroga, el sistema de salud de Brasil salió fortalecido de la pandemia y sabría cómo enfrentar otra.

Pero ese fortalecimiento no es necesariamente atribuible al gobierno nacional. De hecho, en plena pandemia, Bolsonaro intentó privatizar el SUS que, financiado con impuestos, ha garantizado por décadas cobertura universal a toda la población. En esto no tuvo ni siquiera el apoyo de sus copartidarios.

En la pandemia, ante la inacción del presidente, los gobernadores de los distintos estados tomaron las riendas de la respuesta a la crisis. En ese sentido, otro legado de la pandemia para Brasil es el fortalecimiento del sistema federal.

El secretario de Ciencia, Investigación y Desarrollo en Salud del gobierno del estado de São Paulo, David Uip, le dijo a El País que, en contraste con como fue en la pandemia de COVID, esta vez “estamos muy bien conectados, hablamos prácticamente todos los días”, en referencia al gobierno central.

São Paulo es el estado que más duramente ha sido golpeado por la viruela símica, pero respondió con firmeza: lanzó un plan con 93 hospitales de retaguardia, se formaron más de 3.000 profesionales en el sector salud y se habilitó un servicio 24 horas para resolver dudas sobre diagnóstico y manejo personas contagiadas.

Se espera, según afirmó el ministro Queiroga, que para finales de septiembre llegue a Brasil una dotación de 50 mil vacunas contra la viruela que se destinarán a profesionales de la salud.

También se espera que Brasil, eventualmente, produzca las vacunas necesarias, pues en ese país hay instituciones públicas con prestigio en la región en cuanto a producción de vacunas.

Precisamente, el Instituto Butantan de São Paulo creó un comité para investigar una vacuna específica contra la viruela símica y la Fundación Oswaldo Cruz de Río de Janeiro afirmó que, si lo ordenaba el ministerio de salud, también podía producir la vacuna.

Entre tanto, el reto en Brasil es generar conciencia. Esto es difícil. Contrario a lo que podría haberse esperado, la salud pública no ha ocupado un lugar central en los debates electorales y la ley electoral de Brasil prohíbe que hasta que no pasen las elecciones, no se emitan publicidades institucionales. Eso incluye campañas de salud pública y actualizaciones en los sitios web de instituciones estatales.

Las muertes diarias por COVID en Brasil bajaron de 3 mil a menos de 100. La pandemia es un tema del que se han abanderado candidatos con pocas posibilidades de ganar. Dejó de ser una preocupación considerable de la ciudadanía y, por eso, el debate gira en torno a la economía.

Los brasileros confían en que el SUS que, en efecto es un sistema destacado y puede funcionar por sí solo sin la intervención de un presidente, tenga suficiente capacidad de cobertura y respuesta en caso de una nueva pandemia.