Bruselas, la capital de facto de Europa y sede de importantes instituciones de la Unión Europea, la OTAN y numerosas organizaciones internacionales, entró en alerta máxima a raíz de los hechos ocurridos en París. La capital belga ha sido una de las ciudades más afectadas por la crisis de seguridad que enfrenta Europa luego de que la policía francesa encontrara evidencias que constataran que algunos de los participantes en los ataques del pasado 13 de noviembre provenían de una de las comunas de Bruselas, Molenbeek.

Una vez se descubrió que personas relacionadas con el ataque terrorista habían cruzado la frontera entre Francia y Bélgica esa misma noche, se incrementó inmediatamente la presión sobre el primer ministro belga, Charles Michel. Las exigencias y los reclamos de Francia no se hicieron esperar y todas las insinuaciones han sido dirigidas a que Bélgica afronte finalmente la amenaza que representa para Europa el yihadismo que se incuba allí.

Durante cuatro días, la policía federal de Bruselas desplegó un operativo que paralizó la ciudad. Las labores de importantes estaciones subterráneas de transporte fueron suspendidas; colegios y centros educativos cancelaron sus clases, mientras que centros deportivos, almacenes y otros establecimientos permanecieron cerrados. Asimismo fueron cancelados eventos y reuniones que pudieran ser objetivos de potenciales ataques terroristas. Bruselas, conocida por ser una ciudad despierta, especialmente su centro turístico, se convirtió durante estos días en una ciudad fantasma. Mientras tanto, los habitantes permanecían encerrados en sus casas a la espera de información suministrada por fuentes oficiales y medios de comunicación.

Poco se observó en las redes sociales durante estos días, en obediencia a un llamado hecho por las fuerzas policiales de mantener total discreción mientras los agentes emprendían la búsqueda de posibles sospechosos que vestían chalecos explosivos como los utilizados en París, lo que sugirió que atentados similares habían sido planeados contra la capital belga. Sin duda, estos acontecimientos han marcado un precedente en la vida de muchos bruselenses, quienes experimentaron por primera vez una especie de toque de queda. Vale la pena preguntarse: ¿por qué Bélgica y por qué Bruselas?

Aunque no es la primera vez que Bélgica se encuentra en el ojo del huracán luego de atentados terroristas, como el realizado en enero de este año contra la revista francesa Charlie Hebdo, donde igualmente los sospechosos provenían de Bruselas, los recientes acontecimientos en París revivieron la discusión sobre cómo la disfuncionalidad del Estado belga afecta a Europa.

A pesar de que Bélgica da la apariencia de ser un Estado moderno, rico y con gran diversidad cultural, enfrenta serios problemas en su organización política y esto se debe a la división que existe entre flamencos —de lengua holandesa— y valones —de lengua francesa—, y en Bruselas conviven ambas culturas, no sin algo de tensión.

La diferencia cultural es evidente en aspectos como el sistema de transporte, las bibliotecas públicas, el sistema educativo, la televisión “nacional”, los periódicos e incluso las políticas de recolección de basuras que varían en sectores de una misma ciudad. Es claro que estas dinámicas se han trasladado a la vida política de Bélgica. Recordemos que es uno de los estados que han permanecido sin gobierno por mayor tiempo, primero en 2007 y luego en 2010, y donde tres primeros ministros han dimitido en menos de tres años. El actual gobierno se configuró gracias a las alianzas políticas entre flamencos y valones. Si embargo, el éxito aún no está asegurado, teniendo en cuenta que una de las figuras más importantes del Gobierno, el ministro del Interior, Jan Jambon, quien proviene del partido flamenco, ha encontrado dificultades en la aplicación de las políticas de seguridad, especialmente frente a la comunidad valona.

Así, distraído por la división política y el desorden administrativo, el Estado belga ha abandonado sectores de la población, y este es el caso de Molenbeek. En varios sectores de esta comuna, que se encuentra ubicada a pocos minutos del Parlamento Europeo y donde habitan en su mayoría belgas de descendencia marroquí, se encuentran importantes focos de pobreza. Allí predomina una economía informal y se vive un tipo de anarquía, tal y como lo han descrito diferentes académicos y periodistas en distintos medios.

Esa situación ha sido aprovechada por movimientos yihadistas que han logrado reclutar jóvenes, algunos de ellos musulmanes conversos, no sólo de Bélgica sino de otros estados de la Unión, quienes han encontrado en el radicalismo una escapatoria para situaciones de exclusión. El vacío de poder en algunas zonas de Bruselas, la tradicional laxitud del gobierno belga frente a temas migratorios y la incapacidad de la autoridad federal por unificar al país han permitido que esta situación se haya mantenido y exacerbado con el paso del tiempo.

Luego de lo sucedido en París, Bélgica y la UE han sido puestos a prueba y los políticos europeos, los académicos y la sociedad en general debaten acerca de las medidas para enfrentar la amenaza. Sin embargo, algunas de las reacciones generan muchos interrogantes y resulta difícil imaginar que un fenómeno tan complejo como el terrorismo vaya a ser combatido con medidas como el cierre de algunas mezquitas, como anunció hace pocos días el primer ministro belga.

Igualmente, la respuesta de Francia frente a los ataques de París, que ha consistido en intensificar los bombardeos a los campamentos militares de Daesh o Estado Islámico en Siria, quienes se atribuyeron los atentados en la capital francesa, así como la apresurada decisión del presidente François Hollande de convocar el artículo 42.7 del tratado de la UE, que llama a los estados integrantes a apoyar “con todos los medios” a aquel Estado miembro que haya sido víctima de un ataque militar (que, valga decir, fue apoyada por el Consejo de Seguridad de la ONU), se encuentran lejos de ofrecer una solución al problema del terrorismo que afronta Europa por una sencilla razón: la amenaza es interna, estructural y difusa.

Si algo tienen en común los recientes atentados en París con los llevados a cabo en Londres en 2005, o con la tragedia ocurrida durante la maratón en Boston o la matanza de Fort Hood, es que todos fueron perpetrados por nacionales de esos países. Trasladar aviones para atacar a un grupo terrorista —que hoy es Daesh, pero antes era Al Qaeda y años atrás Hizbolá—, que además se encuentra a miles de kilómetros, así como pensar en la creación de un sistema de vigilancia e inteligencia común para la UE, como lo han sugerido algunos parlamentarios europeos liberales, son todas estrategias desarrolladas por Estados Unidos que han demostrado ser fallidas, teniendo en cuenta que no abordan el problema desde sus orígenes y en su lugar han exacerbado la violencia y el resentimiento de aquellos cuyos países han sido invadidos.

Europa, en cambio, debería pensar en desarrollar políticas que integren eficazmente a las comunidades inmigrantes, no sólo a nivel educativo y laboral sino también social. La conformación de guetos en las ciudades son síntomas de una alienación de la población, ya sea por razones económicas o culturales, y son brechas que deben ser subsanadas. De igual forma, la integración debe realizarse con los demás estados miembros de la UE. Ahora, ¿podrá Bélgica contribuir a lograr este objetivo, a pesar de su incapacidad de lograr cohesión en el interior de su propio territorio?

Hoy en Bruselas la alarma ha disminuido y poco a poco se reactivan el comercio, el transporte y las demás actividades, pero ¿volverá la capital belga a ser la misma después de esta sorpresiva operación? Ciertamente, todavía falta mucho para que los residentes de la capital de Europa vuelvan a sentirse seguros, sobre todo cuando se observan policías en las estaciones del metro y otros lugares y se escuchan sirenas día y noche que no cantan sino que más bien nos recuerdan que Bruselas no volverá a ser lo que era antes del viernes 13 de noviembre.