Al comenzar esta década, la escena de la música joven en Colombia tenía mucho de ruido y rabia. Basta con mirar el cartel de Rock Al Parque de ese entonces para entender cuál era la estética que se perseguía. Por eso la llegada de Monsieur Periné, con esa animosidad y esa cadencia, implicó tanta novedad. Hoy, cuando vemos que el videoclip de Suin Romanticón alcanzó los 10 millones de reproducciones en internet, sabemos que es el resultado de un proceso artístico acucioso, de una suma de talentos y de aquella idea que tanto defendió el músico de jazz Duke Ellington en los años cuarenta: “Nada significa nada si no tiene swing”.

La primera aparición, digamos, masiva de Monsieur Periné fue en el festival Estéreo Picnic de 2011. Las guitarras rasgadas a la usanza gitana y el ritmo contagioso fueron recibidos como una amable curiosidad, no todavía con el entusiasmo de futuros conciertos. Pero ya desde entonces se destacaba al frente una cantante delgada, medio tímida y por ello mismo encantadora. Enfundada en un vestido de colores, parecía una figura de otros tiempos. Y remataba con una voz aguda y una sensualidad contenida que traían a la mente, no tanto a las cantantes de jazz de antaño, sino a figuras de fantasía cinematográfica como Betty Boop.

Catalina García nació en Cali y en este punto las biografías suelen inferir que escuchó salsa durante su infancia. Claro, la salsa estaba ahí sin duda (no puede dejar de estarlo en Cali); pero lo suyo era otros saberes. Catalina la cantante no había nacido todavía. Ella se decidió por la antropología, que es una profesión donde todo es analizable pero casi nunca se comulga con los escenarios gigantes y las candilejas deslumbrantes que llega a tener el mundo de la música en sus facetas más monstruosas.

Ella iba tranquila, camino a convertirse en antropóloga, cuando empezó a juntarse con amigos músicos. Eran los futuros integrantes de Monsieur Periné. Ensayaban algo de bossa nova y algo de swing. Aprovechando que Catalina hablaba muy ben francés, montaron una composición del gitano belga Django Reinhardt: un clásico del jazz de la época de la Segunda Guerra, llamado Cou Cou. Cuando la tocaron en uno de sus conciertos tempranos, en la Alianza Francesa de Bogotá, se les acercó un señor mayor a agradecerles porque le habían recordado la melodía con que su madre lo arrullaba en las noches de invierno de Bruselas. Cou Cou terminó entrando en el primer disco de Monsieur Periné y marcó el camino estético que ha perseguido Catalina desde entonces.

Hecho a mano, el álbum de 2012, tiene mucho de esa feminidad: desde los colores y los dibujos de la carátula hasta la factura artesanal de las canciones coronadas por la voz de Catalina. Ahí fue cuando se disparó el fenómeno, dentro y fuera de Colombia. Otros países ya habían tenido una moda similar: en Estados Unidos, por ejemplo, fueron los últimos años del siglo XX los que enmarcaron algo llamado ‘neo-swing’. Pero Colombia (y buena parte de América Latina, si a eso vamos) estaba en mora de vivir su propio redescubrimiento del swing. Fue una locura: los jóvenes empezaron a abarrotar los bares, los viejos cines convertidos en discotecas, los festivales al aire libre. Y en el centro de todo ello, una estudiante de antropología que no había terminado su tesis y a la que de pronto la vida situaba en un irónico rol protagónico. Si Mark Twain habló de “Un yanqui en la corte del Rey Arturo” para ilustrar a un simpático descontextualizado, Catalina García pasó a ser una antropóloga sumergida sin previo aviso en la magna industria de la música.

¿Lo disfrutó? Cuando hablé con ella al respecto, hace un par de años, me contó que seguía viéndolo todo con mirada antropológica. Que la experiencia le había servido para estudiar, de primera mano, fenómenos sociales de identidad y representación a través de la música. No sé si a partir del segundo disco, Caja de Música, que es más complejo y difícil de analizar, haya empezado a sentirse más una profesional de la música. Podría hacerlo, perfectamente. Ha demostrado ser una vocalista versátil y, más allá del swing, se le ha medido a géneros como la ranchera o el calipso, que aparecen de soslayo en su discografía.

Una de sus apariciones más llamativas es la de chica normal, sin acentos ni inflexiones, cantando al lado de Juan Pablo Vega sobre los temas más cotidianos del amor en una canción llamada “Nada personal”. La suya es una presencia tan normal, tan carente de ínfulas, que termina llamando la atención. Y, sabiendo de sus aciertos en el pasado, es imposible dejar de seguirle la pista para tener un asomo sin prejuicios del futuro.