Ayer a la medianoche, de acuerdo con la jueza María Servini de Cubría, acabó oficialmente la era Kirchner. Doce años de gestión que comenzaron con Néstor Kirchner en 2003 y que Cristina Fernández, su viuda desde 2010, continuó con dos periodos presidenciales. El final fue todo un novelón, pues Fernández no logró ponerse de acuerdo con Mauricio Macri, su sucesor, para realizar la ceremonia de traspaso de mando. No era un secreto que nunca existió química entre los dos políticos. A tal punto que el debate por en dónde se entregaba el bastón de mando y la banda presidencial terminó en la justicia. Tras una novela de 15 días, cargada de insultos, gritos y acusaciones, Macri interpuso un recurso ante la justicia para que se determinara que a las 0 horas del 10 de diciembre de 2015 llegaba el fin del mandato de Cristina Fernández. El culebrón terminó sin beso y con la protagonista de la novela reemplazada por Federico Pinedo, un macrista nuevo presidente provisional del Senado, quien es presidente provisional del país desde la medianoche hasta hoy al medio día, cuando Macri asuma el poder.

La esperada foto de Cristina Fernández entregándole el mando a Mauricio Macri ya se había embolatado. Antes del fallo judicial, la presidenta optó por no ir a la ceremonia. “La discusión no es política, sino de una imagen” de traspaso que se buscaría evitar, dijo el jefe de gabinete, Aníbal Fernández. Quien agregó: “Para culminar el sainete, se presenta una medida cautelar, firmada por el presidente y la vicepresidenta electa; una cosa que la historia de los argentinos va a maltratar”.

La gestión de Cristina siempre estuvo marcada por la polémica. La abogada de 62 años, que gobernó desde 2007, será recordada tanto por las políticas sociales de izquierda y su defensa del capitalismo de Estado, así como por su permanente estilo confrontativo.

Se enfrentó a los grandes grupos mediáticos, a sectores del poder judicial, a la patronal agraria y del empresariado. En los últimos meses, repitió que entrega un “país normal” luego de que la tercera economía de América Latina estuviera hecha pedazos en 2002. Durante su gestión, tomó como banderas el combate contra los “fondos buitres”, los fondos especulativos en Estados Unidos, y la reivindicación de la soberanía de las Islas Malvinas, que Argentina disputa con Gran Bretaña. Recuperó, no sin polémica, una lectura “revisionista” de la historia argentina e impulsó los juicios por crímenes de lesa humanidad en la dictadura (1976/83). Activistas sociales la consideran vanguardista en derechos de las minorías, que la veneran, aunque excluyendo la despenalización del aborto.

Como último acto de gobierno, “Cristina”, como le dicen todos, develó una escultura de su esposo en el Salón de Bustos de expresidentes de la Casa Rosada, mientras sus seguidores, que ya la lloran, se concentraron en la Plaza de Mayo para “despedir a la jefa”.

Miles de adhesiones se multiplican en el perfil de Facebook “Resistiendo con aguante” y “No fue magia”, una frase de ella que se hizo carne en la militancia. Con la misma pasión con la que medio país le agradece “por estos 12 años en los que se fortalecieron la participación popular y la institucionalidad democrática”, la otra mitad la detesta sin medias tintas.

“En su gesto final la presidenta podría haberse mostrado sabia, magnánima, constructiva, amable, demócrata. Pero eligió una vez más ser dañina. Reina dañina”, acusó el sociólogo Federico González, de la consultora González y Valladares.

En medio de este ambiente es que hoy asume la presidencia Mauricio Macri. Julio Cobos, exvicepresidente de Cristina Fernández y hoy de oposición, remató así la polémica desatada por la saliente mandataria: “El problema del país no es el traspaso del mando. Los verdaderos problemas son la inflación, la calidad de la educación”.