Era un murmullo, una verdad tácita: Real Madrid no estaba muerto. Menos en el Santiago Bernabéu, su recinto, ese lugar que no sueña porque las grandes gestas las vive y no las imagina.

En el global perdía por dos goles. Minuto 89. Ya estaba, pero no. No, porque con Real Madrid nunca está. Porque ya había estado para PSG en los octavos, cuando Mbappé alentó la ilusión de los parisinos. Y no. Y también ya había estado para Chelsea en los cuartos, cuando la remontada de los Blues parecía opacar cualquier gesta del cuadro blanco. Y tampoco. Nunca estuvo. Los merengues contra Manchester City, que llevaba la ventaja, que era favorito, que jugaba mejor, volvieron a romper todo.

Pasado de revoluciones, estrambótico, letal e intenso. En dos minutos, Real Madrid ganó el partido. Si, ahí ganó. No después, cuando Karim Benzema anotó el 3-1 definitivo de penalti, no. El triunfo se construyó cuando, como una tromba, el Madrid arrolló al City. K.O. Los de Guardiola no volvieron al partido y el rugido de la casa blanca aturdió a los ciudadanos. Golpe súbito. El Bernabéu había hablado y el fútbol tenía que guardar silencio.

La realeza del Madrid viene de la Champions, su competición fetiche. Es un escándalo. La ganó 13 veces, seis veces más que el AC Milan, su inmediato perseguidor en el palmarés. No pierde, arrolla. Ha jugado 16 finales y solo ha caído en tres. ¡Pero eso fue hace tanto! Hay que ir tan atrás en la historia para encontrar una caída de los madrileños en un partido definitivo de la Liga de Campeones, que la creencia de que este equipo es imbatible en Europa no parece un mito. Es una leyenda. En el tiempo reciente, después de la última final que perdió, en 1981, el cuadro blanco ha jugado siete finales, las últimas cuatro consecutivas, y las ha ganado todas. Imprevisible.

¿Qué pasa? ¿Es que Real Madrid juega mejor que los otros? No. ¿Es que domina los partidos hasta el hartazgo? Tampoco. ¿Es que tiene la mejor nómina del mundo, la más cara? Son buenos, pero no es eso. ¿Qué es? Que son los mejores. Hay mística, hay camiseta. Suena inverosímil, pero es así. ¿Cómo? La cabeza. El Madrid siempre tiene algo más. Siempre tiene algo guardado que su rival no tiene. Somete desde la grada, desde el blanco de sus colores. Es que suena su himno y en la voz de Plácido Domingo se escucha el “Hala Madrid y nada más” y la pelota, la reina del juego, hace reverencia. Es especial.

Real Madrid merece ganar la Champions. Es un acto de justicia. Por la épica del relato de un título conseguido remando desde atrás. Siempre. La Orejona de las remontadas o de Benzema, el justiciero. Así debería llamarse la película. La premisa: un histórico, un ícono del fútbol, ganándole a los tres equipos de los petrodólares. A las tres escuadras que, a punta de dinero y maquinaria, pretendieron comprar la historia. Pero, así no es el fúttbol. Ni PSG, ni Chelsea, ni Manchester City pudieron, siquiera, asomarse a la jerarquía de Real Madrid.

Y qué decir ahora de la lógica. La banda de Chamartín sí merece el campeonato. Es el favorito, lo dice su historia. ¿Ahora, el fútbol dará una vuelta para que gané otro? ¿Es así de impredecible y de bello este deporte? ¿O no hay nada que hacer y Real Madrid se impondrá de nuevo por la fuerza de su espíritu? Esta vez el partido se juega en París y el Bernabéu no podrá hablar. Y al frente llega la banda de Jurgen Klopp y Luis Díaz: Liverpool, otro histórico, tienen sangre en el ojo, en 2018 Real Madrid le sacó el título. El heavy Metal y la música clásica sonarán como corrientes opuestas en el Stade de France.

Esta vez, la esperanza es que hable el fútbol.