La guerra de Siria, que ingresa el martes en su sexto año, transformó las vidas de millones de personas, entre ellas las de un joven estudiante al que le gustaban las matemáticas, un lutier con talento, un vendedor de telas ávido de libertad y un albañil reciclado a fotógrafo.

El conflicto comenzó en marzo de 2011 tras la represión sangrienta por el régimen de Bashar al Asad de manifestaciones en las que se reclamaban reformas sociales y libertad. En esta guerra, que actualmente involucra a distintos actores y países, ya han muerto unas 270.000 personas y más de la mitad de la población se ha visto obligada a desplazarse dentro y fuera de fronteras.

He aquí cuatro de estos destinos cambiados:

El escolar que amaba las matemáticas

Cubierto de grasa y aceite, Othman al Najar, de apenas 12 años de edad, surge desde las entrañas del automóvil que repara en un garaje en el sur de Damasco. Desde que su familia tuvo que huir de un suburbio de la capital devastado por los combates, trabaja aquí junto a su hermano Rached por 4,5 euros a la semana. Sin su salario, la familia no podría sobrevivir puesto que el padre, enfermo, no puede trabajar. Othman soñaba con otra vida, con juguetes más que con piezas mecánicas de segunda mano, pero la guerra así lo decidió.

«Antes que todo detonara, pasaba mi tiempo estudiando y jugando. Ahora tengo la cara constantemente pegada al motor de algún automóvil, cubierta de grasa y aceite. Mi vida es así y no puedo hacer nada para cambiarla», confía con el corazón en la mano.

«Hubiera preferido estudiar para ser arquitecto. Me gustaban mucho las matemáticas en la escuela y realmente hubiese querido poder terminar mis estudios», continúa este adolescente de físico delgado antes de introducirse nuevamente en el auto que repara.

El vendedor de telas sediento de libertad

Con precaución, Yaser Nabhan, de 38 de años, cubre con su uniforme la prótesis que le sirve como pierna derecha.

«Antes, vendía telas en el souk (zoco) de Alepo (norte), uno de los más antiguos del mundo», recuerda este hombre que vive actualmente en una ciudad dividida en barrios controlados por los rebeldes y las fuerzas prorrégimen. Recuerda los días apacibles pasados (antes de la guerra) junto a su mujer y sus cuatro hijas como «los más hermosos» de su vida.
Cuando comenzaron las manifestaciones contra el régimen de Al Asad, Yaser se integró a las protestas, aunque sabía «que el precio a pagar por la libertad sería muy elevado». Luego tomó las armas. Durante el día vendía telas en el souk y de noche se convertía en un temible francotirador, cuyo blanco eran los partidarios del régimen. En 2013, la vida cambió radicalmente para él.

«Resulté herido por la explosión de una mina colocada junto a una carretera. Perdí mi pierna (derecha) y me convertí en un minusválido», testimonia. Hace algunos meses, ante la ofensiva del régimen y la aviación rusa contra Alepo, su mujer y sus hijas huyeron hacia Turquía. Él se quedó y, a pesar de la soledad, se siente libre en la zona en la que trabaja como asistente administrativo para los rebeldes. «Nunca podría abandonar mi ciudad. Todo lo que sacrifiqué no es nada comparado con la libertad, la justicia y la igualdad», afirma.

El lutier exiliado

De rostro adusto, Jaled Halabi, de 31 años, recibe en la pequeña pieza de un subsuelo que le sirve de taller en un país, Líbano, que no es el suyo. A causa de los combates que devastan su Siria natal no tuvo otro remedio que exiliarse junto a su mujer y su hija, dejando atrás todo lo que su familia había cimentado durante varias generaciones. Los Halabi fabrican ouds, los tradicionales laúdes árabes, desde hace 120 años. Uno de estos instrumentos fabricados por el abuelo de Jaled le fue regalado a la diva egipcia Umm Kulthum y actualmente integra una colección privada en El Cairo.

«Nuestro taller estaba en Daraya (cerca de Damasco), pero desde que estalló la guerra ya no pudimos volver allí», cuenta Jaled. «La guerra nos endureció. Teníamos todo en Siria, yo no sabía qué era eso de pagar un alquiler, era propietario de mi casa, el taller era mío… Aquí tengo que correr todo el tiempo para alcanzar a pagar el alquiler». Jaled fabrica 10 ouds por mes con la ayuda de su amigo Jalil, un sirio de Alepo. Sin embargo, aunque su taller actual es apenas una fracción del que tenía en Siria, está orgulloso de continuar con la tradición familiar.

El obrero convertido en fotógrafo

Muntazer, de 25 años, se encuentra sentado con la mirada absorta en la pantalla de su ordenador portátil en el que carga las fotos que acaba de sacar en el frente, junto al ejército del régimen. «Yo trabajaba como obrero de la construcción en mi aldea de Zahra, cerca de Alepo. Pero con la guerra ya no hubo más trabajo porque mi poblado estaba sitiado (por los rebeldes)». Entonces, decidió dedicarse a la fotografía acompañando a sus amigos que combaten a favor del régimen. «Actualmente gano mucho más que como obrero de la construcción, no obstante, espero de todo corazón que esta guerra termine pronto», apostilla.