Su más reciente proyecto en televisión fue “Diomedes, el cacique de la junta”. Luego, en octubre, estuvo muy activa en el Festival Audiovisual de los Montes de María. ¿Cómo fue la experiencia?

Colaboré en diferentes actividades: animación, presentación, talleres, porque es una forma de mostrar la recuperación que han tenido esas zonas de conflicto y que resultan un ejemplo de vida. Por eso, considero que no voy a enseñar sino a aprender. Beatriz Ochoa me invitó hace unos años para colaborar en este proyecto y ahí me quedé.

En agosto confesó sin tapujos que fuma marihuna. ¿Por qué lo hizo?

Sí, pero lo que me aterra es que un país se escandalice porque uno dice que fuma marihuana y no por las masacres que se han cometido. Descubrí la marihuana a los 35 años cuando era una mujer hecha y derecha, pero a mí nadie me incitó. Desde que probé la marihuana me gustó el efecto que causa, de relajamiento y alegría, pero no me la paso fumando desde que me levanto hasta que me acuesto. No quiero ser la portavoz de la marihuana y tampoco me interesa convencer a la gente de que la fume, yo lo hago porque me gustó. Estoy de acuerdo en que la legalicen, porque nadie puede asegurar que al legalizarla, aumente el consumo.

Y sin tapujos también dice que le gusta cada vez más estar sola.

Sí, porque fue algo que escogí. Fui descubriendo eso de mi personalidad, que soy una persona que le gusta estar sola, que necesita espacios largos de soledad y que es muy difícil la convivencia. No puedo convivir con alguien.

Entonces, ¿cómo fueron esos cinco años de matrimonio con el director de teatro Miguel Torres?

Fueron bien. Pero también me di cuenta de mis capacidades y carencias en cuanto a la convivencia. Cuando uno está casado tiene que negociar la cotidianidad, y eso que estaba casada con un hombre muy liberal, de mente muy amplia, pero no funcionó.

¿Y tampoco soñó con tener hijos?

Nunca quise tener hijos. No era algo que estuviera en mi proyecto de vida. Creo que si hubiera sido madre, hubiese sido una mamá llena de conflictos entre mi libertad y la responsabilidad de criar un hijo.

De alguna manera el haber sido educada con monjas franciscanas influyó en su desinterés por formar un hogar.

Sí, es cierto. Pero no solamente en el colegio, sino en la cultura cartagenera de los años 60. Eran unos valores muy tradicionales, una cultura muy arraigada, además de no ser cuestionada. Una buena mujer era la que cocinaba, cuidaba a los hijos, atendía el marido y no trabajaba en lo posible y yo rompí eso.

¿Cómo recuerda sus primeros años de teatro en la Universidad Javeriana?

Era un teatro muy panfletario, muy comprometido políticamente, en el que la estética no importaba tanto como el contenido. También era una herencia de las dictaduras de Argentina, de Chile. A nosotros nos afectó cantidades como estudiantes el golpe a Allende, y como había tanta producción de teatro, que venía de allá, nosotros montábamos esas obras, totalmente políticas. Empecé a querer al teatro como un medio de expresión en contra de la industrialización y el consumismo. Para nosotros, movimientos como la guerrilla colombiana más la revolución cubana era nuestro ejemplo, porque creímos en un cambio profundo, éramos muy idealistas.

¿Pero nunca le interesó hacer parte de algún movimiento?

No. Era simpatizante. Tenía amigos que sí militaban y que yo apoyaba de cierta manera, prestaba mi casa para hacer reuniones, pero nunca milité en ningún partido, no soy militante de nada. Creo en las ideas, pero también sé que hay personas que las ejercen mal y las distorsionan.

Aparte de estudiar filosofía y letras, también estudió sicología. ¿Por qué no terminó la segunda carrera?

Porque no terminé la tesis. No encontré un tema que me interesara. En ese entonces la facultad de sicología de la Javeriana era conductista y no me interesó. La terminé por pura disciplina, pero fue una carrera que no me interesó, me gustó más filosofía y letras, porque me abrió un mundo muy interesante a la antropología, las artes, la historia, la literatura, era una carrera muy completa. Además fue una forma de acercarme a las actividades extracurriculares como el coro. Pertenecía al coro de la universidad, un grupo de cámara dirigido por el maestro Rito Mantilla.

Y le quedó gustando cantar, porque compuso e interpretó las bandas sonoras de algunas novelas.

Empecé escribiendo canciones para novelas con Josefina Severino en “Café, aroma de mujer”, luego también con “Perro amor”, fue algo que se me facilitó. A mí no me gusta nada que me cueste trabajo, por eso con la música tuve problemas; creo que tengo buen oído, pero no es suficiente, no tengo la destreza para los instrumentos. Me inscribí a un curso de música en la Universidad Nacional, me pareció difícil y desistí.

¿Cómo fue el paso del teatro a la televisión?

A mí no me interesaba la televisión, pero no porque tuviera un prejuicio, sino porque había encontrado el teatro y era feliz. Luego fueron a buscarme al Teatro Local, una compañía que permitía que los actores trabajaran en televisión, además porque ese medio, en los 80, se empezó a alimentar de los actores de teatro, pero nunca pedí entrar a la televisión.

¿Alguna vez ha rechazado algún personaje?

Sí, obras ligeras no hago, porque no hago teatro para comer, sino para vivir. Y en televisión, si veo que es un personaje que no me interesa, no me agrada o no sugiere algo de complejidad lo rechazo.