De los 1.237 delegados nacionales que necesita para ser el candidato del partido Republicano, Donald Trump tiene ya 1.047. Ésa no es su única ventaja: después de eliminar a todos sus contendores, las votaciones en los próximos 11 estados (y el caucus en Puerto Rico) lo tendrán sólo a él como candidato. De los 445 delegados que restan, Trump necesita 190. Sin haber terminado las primarias, y sin ningún candidato que le hubiera significado competencia, Trump es ya el candidato de su partido.

Podría pasar que Trump no consiga los delegados que le faltan, pero es una probabilidad menor. Hasta el 7 de junio, cuando terminan las primarias republicanas, Trump tiene el campo abierto para él solo porque fue capaz de determinar la mala suerte de todos sus contendores.

En principio, la campaña de Trump fue tomada por broma. Los analistas auguraban que el discurso mediático y radical de Trump, que comenzó por la propuesta de levantar un muro en la frontera mexicana (o extenderlo, pues ya existe), ayudaría a darle relevancia al discurso menos radical del resto de los candidatos. Pero desde las primeras votaciones, Trump mostró que no estaba allí para servir de resorte del resto de candidatos y que quería ser presidente. Nada en su discurso disminuyó el impulso inicial: primero fue el muro en la frontera mexicana, luego las acusaciones contra los latinos, luego su idea de vetar a los musulmanes, luego sus declaraciones contra las mujeres. Nada de eso lo detuvo.

Tampoco ningún candidato pudo hacerle frente a su bola de nieve. Hay que recordar que la campaña comenzó con Jeb Bush como la ficha principal. Parecía que iban a ser las votaciones a que de tanto en tanto se acostumbra la democracia, en las que ya se sabe el nombre de los ganadores sin apenas haber votado. Pero Bush, hijo y hermano de presidente, con el apoyo de la base republicana más tradicional, fue el primero en retirarse.

Entonces, los republicanos que no quieren a Trump pensaron que Marco Rubio y Ted Cruz podrían alentar un tatequieto a la campaña de Trump. Y Rubio puso todas sus esperanzas en las primarias de su hogar político, Florida. Perdió: Trump se llevó todos —todos— los delegados. Rubio se retiró por completo derrotado.

Quedaba entonces Cruz. La semana pasada, para ganar el voto de las mujeres y de cierta línea republicana muy conservadora, Cruz nombró a Carly Fiorina como su fórmula vicepresidencial. Cruz reconoció por esos días que era “una carrera (presidencial) inusual”. Insistió, pese a que llevaba la mitad de los delegados de Trump y para superarlo tendría que haber ganado todos los delegados de todos los estados que seguían. Este martes perdió en Indiana. Y se retiró.

Tras él se retiró John Kasich, gobernador de Ohio, quien sumaba hasta ayer 153 delegados.

Y quedó Trump solo.

Las campañas de Kasich, Bush, Rubio y Cruz deben estar analizando en estos momentos qué errores cometieron y sobre todo qué les faltó hacer. Estarán obligados a analizar el método Trump: su exposición mediática y su capacidad para expandir un sentimiento contra la élite tradicional y al mismo tiempo contra las minorías. Las agencias de noticias recuerdan que Trump amplificó el voto de protesta y castigo que llevaba sobre los hombros, desde el 2010, el Tea Party. Sus contendores aprendieron también que no son necesarias las ideas, ni los argumentos, ni las propuestas sesudas, ni la experiencia política: Trump no tenía nada de eso (antes de su carrera presidencial era empresario) y aun así arrasó desde el principio.

Trump también ha significado una forma de pensar con la que muchos estadounidenses se identifican. Para Trump, según sus palabras, administrar un país es muy parecido a administrar una empresa y, dado que ha mostrado cierto éxito en sus sociedades, es muy probable que como presidente replique dicha victoria. Trump agrupa en su discurso nociones de progreso, clasismo, desarrollo y franco patetismo que estaban en apariencia por fuera del panorama político de Estados Unidos. En este momento de la vida política de ese país, la mejor propuesta económica es incapaz de llegarle a los tobillos a una idea puramente emocional (y quizá irrealizable en la práctica) formulada por Trump.

El analista James Thurber, del Centro de Estudios Presidenciales y Parlamentarios de la American University, dijo a la AFP: “Sus votantes vienen de esa derecha enojada, tienen la impresión de haber sido abandonados, que el Estado y los empresarios son sus enemigos”. Alimentó su base electoral a partir del desdén del propio partido Republicano, que obstruyó numerosas iniciativas de Obama pero no ha tenido relevancia general en este período.

También el partido Demócrata debe estar pensando en su estrategia. Es muy probable que Hillary Clinton gane la candidatura de su partido y en ese caso quizá deba mejorar sus habilidades para debatir o pedirlas prestadas de su rival, Bernie Sanders: enfrentar la convicción de Trump será su único obstáculo hacia la Presidencia.