Los ecuatorianos salieron a votar este domingo para elegir a su nuevo presidente y a los nuevos miembros de la Asamblea Nacional en medio de una grave emergencia económica y de salud. El candidato correísta Andrés Arauz ganó las elecciones de Ecuador este domingo con una diferencia de más de 10 puntos porcentuales sobre sus rivales Yaku Pérez y Guillermo Lasso, aunque insuficiente para imponerse en primera vuelta, según los primeros resultados.

Con estas cifras, Ecuador deberá elegir Presidente en una segunda vuelta el 11 de abril. La expectativa ahora se concentra en el candidato que pase en segundo lugar. Los datos del Consejo Nacional Electoral (CNE) –que eran esperados a las 8 p.m. pero se tardaron más de lo esperado– arrojaron a las 10 p.m. del 7 de febrero que Arauz ganó las elecciones con el 32,76 % de los votos, mientras que los resultados muestran un empate técnico entre Lasso y Araoz. ¿El regreso del correísmo?

Incluso desde su exilio en Bruselas, y aunque su rostro no aparecía en la papeleta, Rafael Correa estuvo siempre en el centro de los comicios electorales en Ecuador. No importan las denuncias, los juicios ni las condenas por corrupción en su historial, el exmandatario continúa dominando el debate político en el país, como ha hecho desde que asumió el poder hace quince años. Y su presencia, a través del candidato Andrés Arauz —su nuevo ahijado político—, y esa explosión de candidaturas sin estrategias ni plataformas políticas serias, pero que tenían en común el antagonismo con Correa, refleja que algo en el país está funcionando mal.

“Es un síntoma de la degradación del sistema político y del liderazgo en mi país. El sistema de partidos es casi inexistente, pues se reduce a una farsa electoral con actores de muy baja calidad en la mayoría de los casos. También escasean los líderes de excepcional factura. El debate presidencial mostró a un conjunto de candidatos impreparados, de muy pocas luces e incluso con serias dificultades de expresión, salvo pocas excepciones. Ecuador sufre un grave déficit de liderazgo trascendente, mientras pululan cabecillas menos que mediocres”, señaló Jaime Costales Peñaherrera, antropólogo de la Universidad Católica del Ecuador con múltiples estudios en política y gobierno.

La palabra que puede definir entonces el ciclo electoral en Ecuador, sea cual sea el resultado, es “resignación”. Antes del día de los comicios, el 40 % de los votantes estaba indeciso, planeaba anular su voto o votar en blanco. Y en esta resignación la figura de Correa es central, pues él y su intento de liderazgo hegemónico ha sido el encargado de sumir al país en un escenario de máxima polarización, que es negativo para el ejercicio de la democracia.

Correa, que fue uno de los protagonistas de la llamada “marea rosa” en América Latina, tuvo un gobierno hiperpresidencialista que se encontró con una popularidad que no se había visto en Ecuador. Durante su tiempo en el poder, supo aprovechar medidas populistas y clientelistas para politizar a la ciudadanía. Concebía su gobierno como una “revolución” y así incentivó un juego de ganadores y perdedores absolutos, según Simón Pachano, doctor en Ciencia Política de la Universidad de Salamanca. De esa manera condujo a que la política girara en torno a él, en lugar de a las necesidades de la población.

“Cumple el rol del caudillo mesiánico, para lo cual montó desde 2006 una inmensa farsa electoral y de gobierno, disfrazada de cambio, pero que en realidad retrocedió a la política ecuatoriana a la década de los años 70, al menos. Sobre todo, produjo un gran retroceso en cuanto a derechos humanos y libertades ciudadanas y dio pábulo a la más grande corrupción política de la historia del Ecuador. Es un caudillo charlatán que ha usado una propaganda manipuladora muy eficiente para fanatizar a parte de la población. Utilizó maliciosamente el simbolismo de lo heroico, disfrazándose de un patético ‘héroe’. Adicto al poder, ha envenenado de odio y división a la psicología colectiva de los ecuatorianos, como clásico método populista para acceder al mando y perpetuarse en él”, dice Costales.

La polarización de Correa, que gobernó con mano de hierro su partido, estuvo acompañada de una dispersión de las fuerzas políticas. La coalición que en 2013 se oponía a Correa hoy está dividida en cinco plataformas diferentes que, aunque comparten el rechazo al expresidente, no se toleran. En este escenario caótico la apuesta de las fuerzas más grandes y tradicionales, como bien apunta el historiador ecuatoriano Pablo Ospina Peralto, es regresar al viejo escenario de polarización entre dos polos. Ospina habla de una “repolarización” en la que figuraban tanto Arauz como el candidato conservador Guillermo Lasso. Pero en este nuevo esquema es importante reconocer el valor que ha adquirido una tercera fuerza: la del candidato indígena Yaku Pérez.

“Tiene un rol emergente que debe ser tomado en consideración, sobre todo por la multicentenaria marginación de nuestros pueblos indígenas. Pero Pérez encierra un conjunto de contradicciones que le privan de brújula: parte de la actual dirigencia indígena tiene visiones violentas y extremistas, cuya ideología y métodos provienen de la caduca, pero muy peligrosa concepción de la extrema izquierda (y en los hechos, tales dirigentes violentos son favorables a Correa antes que a Pérez), mientras hay otros dirigentes de posiciones más democráticas”, concluye Costales.

El apoyo a Pérez fue llamativo, pero no se desmarca tampoco de la pugna entre correístas y anticorreístas que define al país. Después de todo, él también es anticorreísta. Hay que destacar que en estas circunstancias, las elecciones no resolverán los problemas en Ecuador. Fueron una plataforma para presentar ideas igual de populistas que en el pasado. Arauz, con su campaña “Recuperar la patria”, prometió US$1.000 para un millón de familias vulnerables si llegaba a ganar, por ejemplo. Los analistas políticos coinciden en que la recuperación será difícil para cualquiera.

“Vamos a vivir momentos muy complicados. Hay muchos motivos para protestar que se suspendieron por el miedo al coronavirus. Estas elecciones cumplen un papel placebo, pero en la realidad no resolverán todos los problemas”, le dijo Alberto Acosta, expresidente de la Asamblea Constituyente, a BBC Mundo.

Las tensiones seguirán creciendo en Ecuador mientras que el debate esté enfocado en la figura de Correa en lugar de la realidad que vive el país. El caso ecuatoriano, como el de algunos de sus vecinos, revela lo perjudicial que resulta que un líder continúe ejerciendo tanto control en los comicios incluso luego de salir del poder. Es un mal que se extiende por toda la región y conduce a un efecto desmoralizador de la ciudadanía en el sistema, y también a ese cansancio y resignación al no poseer alternativas que se ajusten a las necesidades. Porque todo, como señala The New York Times, se ha transformado en un “referendo del pasado”.