No. Los terremotos no son una maldición divina. Hay una explicación, por supuesto, para los movimientos telúricos y para que el centro de Italia sea, de nuevo, epicentro de un gran terremoto: el 6 de abril de 2009, un terremoto de 6.7 grados en la escala de Richter sacudió la región de Abruzo, ensañándose, sobre todo, con la pequeña población de L’Aquila. Hubo varias réplicas, incluso, de hasta 5 grados en la escala de Richter y, al final, 308 personas murieron, 1.500 salieron heridas y casi 50 mil perdieron sus casas. Ahora, Amatrice, un poblado a escasos 50 kilómetros de L’Aquila vive su mista suerte: un sismo de 6.2 grados en la escala de Richter sacudió esta población de 2.730 habitantes, acabando con la vida de, por lo menos, 73 personas.

Todo apunta a que en este caso no va a haber tantos muertos como en el terremoto de L’Aquila. Por una razón: porque en la región afectada por el sismo, que se produjo a las 3:36 de la mañana de hoy (hora italiana), viven muchas menos personas. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, dijo que «no dejaremos a nadie sólo, a ninguna familia. Nos tenemos que poner a trabajar». Y anunció que visitará, esta tarde, las poblaciones afectadas. Por su parte, la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, le dijo hoy presidente de Italia, Sergio Mattarella, que la Comisión Europea está preparada para movilizar «todos los recursos» necesarios para atender las consecuencias del sismo.

Varios países ya han anunciado ayudas para atender a los heridos e, incluso, el papa Francisco envió a seis miembros del grupo de bomberos del Vaticano para ayudar con las labores de rescate y atención a los heridos en las pequeñas poblaciones del centro de Italia, algunas de las cuales casi que han desaparecido del mapa producto de un terremoto que, aunque inesperado, tiene una explicación. Tanto el terremoto de L’Aquila, como el de hoy, se deben a movimientos telúricos en un punto que bien podría considerarse un nudo sísmico, debido a la confluencia, en ese punto, de varias placas tectónicas, sobre todo, la Placa Adriática, que algunos consideran parte de la Placa Africana, y la Euroasiática; a estas mismas placas se les debe el surgimiento, hace millones de años, de las dos principales cadenas montañosas de Italia: los Alpes y los Apeninos.

La tensión entre estas dos placas tectónicas explican, de la misma forma, la serie de sismos producidos en mayo de 2012 en el norte de Italia, sobre todo, en la región de Emilia-Romaña, que dejaron cerca de 30 muertos y unos 200 heridos. Antes del terremoto de 2009, entre 1997 y 2002, hubo, por lo menos, cinco grandes temblores en la península, que dejaron 46 muertos; tres de ellos fueron en el sur de Italia, uno en el norte y uno en la región central. El mayor terremoto del que se tenga registro en 150 años, fue el ocurrido en Messina, Sicilia, en 1908, en el que murieron 70 mil personas. De nuevo, a todos los une esa tensión entre placas, que ha convertido a Italia en una zona de terremotos, lo que, desde tiempos inmemoriales ha afectado, incluso, a la cultura italiana.