Durante más de una década, el cirujano estadounidense Tom Catena ha sido el único a quien han podido acudir los habitantes de la región sudanesa de las montañas de Nuba, una zona fronteriza con Sudán del Sur sumida durante años en una guerra civil.

«No sé por qué, pero parece que siempre te acuerdas más de las experiencias malas que de las positivas. Es curioso, los traumas se quedan contigo», medita el también misionero católico en una entrevista con Efe en Nairobi, al rememorar el día en que Sudán del Sur declaró su independencia, el 9 de julio de 2011, y estalló otra guerra.

A partir de entonces, esta región del tamaño de Austria -controlada por fuerzas rebeldes opuestas al Gobierno sudanés de Jartum-, comenzó a experimentar un goteo constante de heridos, entre ellos numerosos civiles cuya supervivencia dependía de las manos de Catena.

«Antes de la guerra tratábamos enfermedades comunes: malaria, tuberculosis, gente con lepra, casos de diarrea, de polio y tumores cancerosos», detalla a Efe el médico del Hospital Madre de la Misericordia en la localidad de Gidel, «pero cuando empezó el conflicto pasamos a tener un sinfín de nuevos casos».

Las instalaciones de este centro, con más de 400 camas, se llenaron de soldados heridos por metralla, civiles con casi la totalidad de su cuerpo quemado «que se parecían a momias» una vez vendados y combatientes alcanzados por lanzagranadas antitanque.

Catena recuerda con claridad los años más difíciles; el tener que ofrecer una solución -por placebo que fuera- a quien llegara a su hospital y, pese a la inmensa frustración y el continuo estrés, asegura que nunca pensó en abandonar su papel de misionero.

«Desde fuera, cuando miras sitios como las montañas de Nuba, piensas que tu esfuerzo es inútil. Una gota en el océano», reflexiona en relación a la labor que desempeña a diario junto a más de 200 trabajadores, incluidos enfermeras, personal de laboratorio, cocineros y guardias de seguridad.

«Pero se trata de perspectiva. Cuando llegas a conocer a las personas de aquí, entiendes que su vida tiene un valor enorme. ¡El mismo que la vida de cualquiera! Y los ves como verías a alguien de tu familia o a alguien de tu mismo pueblo», recalca.

Además de curarles, Catena anota desde 2011 la identidad, el origen, el lugar y la forma en la que cada uno de estos civiles fueron heridos, con el objetivo de que cuando las casi tres décadas de poder del presidente Omar al Bashir lleguen a su fin, tanto él como sus militares sean juzgados por crímenes de guerra.

De hecho, sobre el mandatario sudanés ya pesan dos órdenes de arresto internacionales por genocidio, crímenes de guerra y de lesa humanidad presuntamente cometidos en la región de Darfur desde 2009.

«Tenemos imágenes de niños muertos en bombardeos aéreos, personas que tuvieron que ser amputadas. Si bombardeas áreas civiles estás cometiendo un crimen de guerra», subraya Catena, quien en mayo de 2015 se encontraba a apenas 25 metros de su hospital cuando fue bombardeado por la Fuerza Aérea sudanesa.

«Es una sensación terrorífica, no hay otra manera de definirlo», recuerda el misionero, galardonado con el Premio Aurora para el Despertar de la Humanidad 2017, y hoy presidente de esta iniciativa humanitaria.

Pese a las protestas que desde el 19 de diciembre salpican Sudán, primero en denuncia por el encarecimiento del pan y el combustible, y después para demandar la dimisión de Al Bashir; el cirujano no cree que esta sublevación social pueda modificar el «statu quo».

A su juicio, el presidente sudanés sobrevivirá a estas revueltas mientras el Ejército y las Fuerzas de Seguridad sigan apoyándole, y aunque al final sea derrocado o abdique -según Catina-, su paso a un lado servirá de poco si su partido se perpetúa en el poder.

Hace unos días, Al Bashir decretó el estado de emergencia por un año -que de facto prohíbe las movilizaciones en las calles- y remodeló la cúpula militar del Ejército en un intento por sofocar las protestas, que ya suman más de una treintena de muertos, según un último recuento gubernamental, cifra que activistas elevan a 50.

A diferencia de Al Bashir, Catena sí que sueña con ceder la gestión de su hospital a una nueva generación de médicos -originarios de las montañas de Nuba-, para lo que cuatro jóvenes se están formando a día de hoy en la Facultad de Medicina, tres de ellos en Nairobi.

«El objetivo es que con el tiempo se especialicen en campos diversos: uno en cirugía, otro en pediatría…Y yo pueda dar un paso atrás. No quiero cumplir 70 años y seguir operando mientras el joven de Nuba me observa», avisa.