A lo largo de la historia, ha existido una conexión entre el deporte y la guerra. Culturalmente, han servido como mecanismos de unión, pues proporcionan sentido de pertenencia y vínculo. Las actividades competitivas, en forma de concursos entre individuos o equipos, imitan la guerra de una manera más o menos consciente.

El deporte está indisolublemente ligado a estructuras sociales, políticas, económicas e incluso bélicas más amplias. Durante un partido, los himnos nacionales sirven no solo como una expresión de patriotismo, sino también como un anuncio de que la acción en el campo está a punto de comenzar.

Más que por los resultados o las actuaciones de sus representantes en los escenarios de juego, un país entero puede ser borrado del mapa deportivo casi de la noche a la mañana por motivos políticos. Así que la exclusión de equipos y atletas, la cancelación de eventos programados o el retiro de honores como castigo ante un acontecimiento bélico no son tema nuevo. De hecho, atletas y selecciones completas han sido afectados por las decisiones políticas de sus gobernantes.

Veto por el apartheid

Toda una generación de atletas sudafricanos fue segregada por las leyes del “apartheid”, impuesto en 1948. Solo los deportistas blancos fueron reconocidos por el Comité Olímpico Sudafricano (COS), excluyendo a la mayoría de la población de ese país por pertenecer a una raza diferente. Solo los atletas blancos disfrutaban de instalaciones adecuadas y suficiente tiempo y recursos para entrenar.

Los espectadores también fueron discriminados en la mayoría de los escenarios deportivos de Sudáfrica, especialmente los fanáticos negros fueron apartados de los demás.

Pero antes de los Juegos de Tokio de 1964, el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió prohibir la participación de Sudáfrica debido al “apartheid”. La decisión sería revocada solo si el país renunciaba a la discriminación racial en el deporte. Sin embargo, el gobierno de Charles Robberts Swart se rehusó a hacerlo. Tras varios años de infructuosas negociaciones, el COS fue expulsado oficialmente del COI en 1970.

En los Juegos Olímpicos de Montreal (1976) se presentó el primer boicot olímpico cuando más de 20 países africanos y árabes terminaron dejando el evento en protesta por la participación de Nueva Zelanda, pues la selección de rugby del país oceánico estaba de gira por Sudáfrica a pesar del reciente levantamiento de Soweto, que provocó la muerte de cientos de manifestantes negros. Más de 4.000 atletas representantes de Egipto, Argelia y Camerún abandonaron territorio canadiense antes de iniciar las justas.

El veto a Sudáfrica duró hasta las Olimpiadas de 1988, en Seúl, Corea del Sur. Después de que el país africano derogó la ley del “apartheid”, en junio de 1991, se permitió a sus atletas regresar a las competiciones a partir de los Juegos Olímpicos de Verano de 1992, en Barcelona.

Una Eurocopa sin Yugoslavia

Eran inicios de los años 90 y parecía que el antiguo imperio soviético empezaba a desintegrarse. El 26 de diciembre de 1991, tras casi 70 años de existencia, Mijaíl Gorbachov anunció la disolución de la Unión Soviética. Siguiendo el ejemplo de la expotencia global, Croacia, Serbia, Eslovenia y Bosnia empezaron a independizarse de la ya extinta Yugoslavia, abriendo paso a las guerras de los Balcanes. El enfrentamiento civil no solo costó millones de vidas, sino también el fin de una dinastía futbolística que empezaba a formarse.

Desde antes del Mundial de Italia de 1990, la selección de Yugoslavia se había mostrado ante el mundo como una potencia del balompié. Tanto así que esa generación ganó el título mundial sub-20 en Chile 1987 y logró llegar a cuartos de final en Italia, donde cayó ante Argentina en la definición por penaltis. Y no era para menos, los yugoslavos tenían figuras como Darko Pancev, Robert Prosinecki y Sinisa Mihajlovic, entre otros jugadores que ganaron la Liga de Campeones de 1991 con el Estrella Roja de Belgrado.

Todo indicaba que la selección sería campeona de la Eurocopa de 1992, que tendría lugar en territorio sueco. Tras comenzar la clasificación para el torneo, Yugoslavia goleó 4-1 a Austria y luego venció a Dinamarca para terminar como líder del grupo cuatro. La clasificación al torneo continental era un hecho, pero la política eclipsó al fútbol en marzo de 1992.

Bosnia y Herzegovina declaró su independencia y pronto estalló la Guerra de Bosnia, lo que empeoró el escenario en territorio balcánico. El 31 de mayo, la ONU impuso nuevas sanciones a Yugoslavia, que incluyeron el comercio internacional, los viajes aéreos y los intercambios deportivos y culturales. Ese mismo día, Sepp Blatter, secretario general de la FIFA, anunció la expulsión de Yugoslavia de las competiciones internacionales, incluyendo la Eurocopa, que comenzaría en apenas 19 días.

La selección, que ya estaba en Leksand (Suecia) lista para su debut ante Inglaterra, no tuvo más opción que regresar a casa. Su expulsión le abrió paso a Dinamarca, que había sido segundo en el grupo de clasificación. Con protagonismo del guardameta Peter Schmeichel y los hermanos Bryan y Michael Laudrup, los daneses lograron llevarse la copa tras vencer sorpresivamente a Alemania en la final.

Además de la expulsión de la Eurocopa de 1992, la FIFA también prohibió la participación de equipos yugoslavos en todas las competencias internacionales, incluyendo la Copa del Mundo de Estados Unidos de 1994 y la Eurocopa de 1996, que se organizó en Inglaterra.

Solo en el Mundial de Francia 1998 apareció un combinado de Croacia, tras la desintegración de Yugoslavia. Los croatas fueron la sorpresa del torneo y alcanzaron el tercer lugar en su primera participación, dando una ligera sensación de que habrían llegado mucho más lejos si no se hubiese desintegrado la nación a la que pertenecieron.

El mundo del deporte da la espalda a Rusia y Bielorrusia

Tras el inicio de la invasión Rusa a Ucrania, en febrero de 2022, muchos deportistas pagaron las decisiones políticas de Vladimir Putin. La UEFA fue la primera en dar un paso adelante y un día después del inicio del conflicto armado cambió la sede de la final de la Liga de Campeones 2022, que estaba prevista para el 28 de mayo en San Petersburgo, y se trasladó a París. También sacó al Spartak de Moscú de la Europa League, donde debía enfrentarse en octavos de final al Leipzig alemán.

Días después, la FIFA decidió suspender a Rusia y Bielorrusia en todas las competiciones internacionales, dejando a la primera por fuera del repechaje para el Mundial de Catar 2022. Y la selección femenina tampoco pudo disputar la Eurocopa, en Inglaterra, en julio pasado.

El torneo de Wimbledon, dirigido por el All England Lawn Tennis Club, negó la participación de tenistas rusos y bielorrusos, pese a que hasta ahora habían podido continuar disputando las competiciones de la ATP y la WTA con bandera neutral. Esta decisión de los organizadores del Grand Slam más antiguo significó la ausencia de grandes jugadores como Daniil Medvedev (entonces número uno del mundo) Andrey Rublev, Victoria Azarenka y Aryna Sabalenka.

La Federación Internacional de Tenis (ITF) también excluyó a tenistas de estas nacionalidades de otras competiciones por equipos como la Copa Davis y la Billie Jean King Cup, en las que los seleccionados rusos no pudieron defender los títulos conquistados en 2021.

El mundo del deporte a motor no fue la excepción y la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) decidió cancelar el Gran Premio de Rusia de la Fórmula 1, que se disputaría en Sochi. Además, anunció que permitiría que los pilotos rusos y bielorrusos siguieran compitiendo en carreras si no usaban banderas ni símbolos de sus países.

Por dicha sanción, el ruso Robert Shwartzman, subcampeón de la Fórmula 2 en 2021, se vio obligado el año pasado a competir bajo la bandera israelí (pues tiene pasaporte de ese país) para no poner en riesgo su rol de piloto de pruebas en Ferrari en la temporada pasada.

Por estos días, un grupo de deportistas ucranianos, liderado por el boxeador Stanislav Horuna y la tenista Elina Svitolina (medallista de bronce en Tokio 2020), le exige al COI que impida la participación de atletas rusos y bielorrusos en los Juegos Olímpicos de París 2024, siguiendo el ejemplo de las justas de 1948 en Londres, cuando Alemania fue excluida como castigo por su papel en la Segunda Guerra Mundial.

A esa iniciativa se suman poco a poco voces de todo el mundo que condenan la actitud rusa desde el inicio del conflicto y esperan que su exclusión de París 2024 sirva al menos para seguir visibilizando la dimensión del conflicto que cumple un año.