Con tan solo 20 años es una de las esperanzas del fútbol brasileño. En 2016 Gabriel Jesus firmó con el Manchester City por 32,2 millones de euros, llegó proveniente del Palmeiras. Su agilidad con el balón, la rapidez en sus piernas y su capacidad de driblar oponentes lo convirtieron en la luz de los ojos de Guardiola y ha respondido con creces. Pero no todo siempre ha sido color de rosa para este joven nacido en Sao Paulo en 1997.

El fútbol fue el deporte que marcó a Gabriel Jesus desde pequeño. Hizo pruebas con el Sao Paulo pero fue rechazado. No obstante, encontró lugar en un equipo amateur de su ciudad natal, que participaba de uno de los torneos más difíciles de Brasil, por su dureza física: el Várzea. No había premio monetario de por medio, pero coronarse de este campeonato le entrega prestigio al barrio vencedor.

Cuando se presentó, todos lo miraron por encima del hombro. Pocos creían que era verdad que iba a jugar. Era pequeño a muchos jugadores le llegaba al pecho. “Recuerdo que todos los jugadores me miraban antes del partido como ‘Quién es este pequeño niño? ¿Es una broma?’”, dijo en una nota publicada en The Players Tribune. Poco le importó. En su primer contacto con la pelota demostró toda su calidad. Armó una jugada de fantasía, dejó a su marca en el camino y marcó. “Recuerdo que ahí todos comenzaron a mirarme como ‘Bueno muchacho, haremos de tu vida un infierno’”.

Así fue. Empezó a sentir la pierna fuerte, tiraban a tumbarlo, a sacarlo del encuentro. Incluso, uno de los rivales con mirada desafiante, lo amenazó: “Voy a romperte las piernas si vuelves a driblearme así”. Pero poco le importaron esas palabras. Mantuvo ese ritmo endemoniado con el que parecía volar sobre el terreno de juego. “Los hice caer sobre su propio trasero”, recordó en el artículo del medio estadounidense.

La faena que tuvo en ese encuentro terminó con un pase sin mirar, que sirvió de asistencia para el definitivo 2-2 y posteriormente para el triunfo desde el punto penal. Entre los festejos, el jugador que lo amenazó se acercó dispuesto a cumplir lo que había dicho: “Te dije que te iba a romper las piernas. Te veo en el estacionamiento”, le sentenció. Gabriel Jesus quedó blanco del susto. No sabía por dónde salir. Sus piernas temblaban, apenas podía hablar. Poco sabía de peleas, a duras penas y podía defenderse de los golpes recibidos en el terreno de juego. Por suerte para el pequeño jugador, sus compañeros lo rodearon y evitaron lo que pudo haber sido una catástrofe.

Después fue fichado por el Palmeiras y el resto es historia. Sin embargo, cuando estaba con el equipo paulista, el pasado volvió a tocarle la puerta. En diciembre pasado, antes de viajar a Manchester, celebraba la navidad junto a su familia. Ese día libre lo aprovechó para realizar unos trámites en el banco. “Dejé mi auto en el estacionamiento del banco y el hombre que entregaba los tickets en la pequeña cabina me resultaba familiar. Me miraba como si me conociera”, recuerda.

El hombre le alcanzó el ticket sin quitarle la mirada de encima cuando de su boca salen las siguientes palabras: “Hey, ¡pequeño niño, pequeño niño!”. Gabriel Jesus volteó para ver si le hablaban a él. “¿Te acuerdas de mí? de Várzea, hermano. Iba a romper tus piernas”, le dijo el hombre. El futbolista quedó pálido y sin palabras al escuchar lo que le decía. No sabía qué iba a ocurrirle. “Hombre, realmente iba a romper tus piernas. ¿Puedes creerlo?”, le dicen a Gabriel Jesus.

El brasileño, con la mano izquierda apretando el bolsillo para calmar los nervios le dice, “vamos hermano, no ibas a hacerlo. Sé que estabas bromeando”. El hombre se levantó del asiento y sin titubear le precisó: “No hermano. No. Realmente iba a romperte las piernas. Y ahora juegas para mi equipo preferido. Te amo hermano. ¡No puedo creerlo! ¿Puedes imaginar si te hubiese roto las piernas?”. “Nos reímos y nos tomamos una foto”, finalizó.