La última vez que el trofeo de Primera División del fútbol inglés se paseó por los pasillos de Anfield Road, el mítico estadio del Liverpool FC, no fue el equipo dueño de la cancha el que celebró el título, aunque sí lo hicieron de manera eufórica sus hinchas.

Era 1995. El modesto Blackburn Rovers, liderado en la cancha por Alan Shearer y en el banco por Kenny Dalglish, se jugaba la vida en el estadio de los Reds para conseguir su primera Premier League tras una dura lucha con el Manchester United. El Liverpool, que no era campeón desde 1990, no se jugaba nada más que el honor tras una decepcionante temporada.

Si bien ningún hincha del fútbol va a su cancha queriendo que su equipo pierda, jugadores cuentan que el ambiente ese día en Anfield era distinto. Una victoria del Liverpool le dejaba el título servido al Manchester United, que debía ganarle al West Ham en Londres. Periodistas e hinchas se preguntaban si era mejor perder el partido a ver a sus eternos rivales levantar la que podría haber sido su tercera liga de forma consecutiva.

Pero los jugadores no pensaban lo mismo. Un gol en el último minuto del Liverpool enmudeció a la tribuna. De manera involuntaria, los Reds le estaban otorgando al United una ventaja inesperada. Pero fue solo cuando los radios anunciaron el final del partido en Londres que los murmullos se desvanecieron. Los de Manchester no ganaron su partido y el Blackburn fue campeón. Los hinchas de los dos equipos celebraron, aunque solo unos tenían derecho a hacerlo.

Ese partido contra el Blackburn Rovers fue solo un ejemplo de lo mucho que había retrocedido el Liverpool en solo cinco años, desde que consiguieran su último título de liga. Acostumbrado a ser protagonista de los campeonatos, los Reds se habían convertido en un simple animador del fútbol en Inglaterra. El equipo no se adaptó a los nuevos tiempos y se adentró en un ciclo depresivo que duró décadas, en el que sus rivales le recortaron terreno.

El Manchester United, que en 1990 sumaba una Copa de Europa y solo siete ligas inglesas, desde entonces ganó dos Champions y 13 títulos de la Premier. El Chelsea (5), el Manchester City (5) y el Arsenal (3) le siguieron en la conquista, y hasta el Leeds, el Leicester y el Blackburn Rovers se llevaron la copa, este último en la cancha de los Reds.

Pero no se puede decir que el Liverpool no estuvo cerca de romper el maleficio. En 2009, el técnico español Rafael Benítez rozó la gloria con un equipo que giró alrededor de Steven Gerrard y Fernando Torres. Hicieron 86 puntos, perdieron solo dos partidos, y firmaron una campaña que en otros años habría sido suficiente para alzarse con el título. Pero quedaron segundos, a solo cuatro puntos del Manchester United.

Muchos pensaron que esa temporada confirmaba el regreso del Liverpool a la lucha por los trofeos, pero fue solo el final de un ciclo exitoso. Una temporada decepcionante al año siguiente provocó el despido de Benítez y los Reds regresaron a su ya conocido papel de reparto. Fueron años turbulentos, sacudidos por crisis administrativas en los que el equipo llegó a pelear puestos de descenso y sus figuras deseaban abandonar el barco.

Pero en 2014 un equipo más modesto, inspirado de la mano de su capitán Steven Gerrard y el uruguayo Luis Suárez estuvo a tres puntos de la gloria. Nadie los tenía como favoritos al título, pero a pocas fechas del final del torneo parecía que el trofeo no se escapaba de Anfield Road. Un error de Gerrard, su amuleto, a tres jornadas del final en un extraño partido contra el Chelsea de José Mourinho, fue el obstáculo y sentenció la liga a favor del Manchester City. Los Reds, esta vez dirigidos por el norirlandés Brendan Rodgers, volvían a ser subcampeones. Y de una forma dolorosa.

El efecto Klopp

El arquitecto del hegemónico Liverpool de los 60′s y 70′s, el escocés Bill Shankly, decía que en el club había una santísima trinidad que no debía alterarse: “los jugadores, el entrenador y los hinchas”, pero para octubre de 2015 esa comunión estaba rota. Brendan Rodgers fue despedido en octubre y en su reemplazo llegó Jurgen Klopp, carismático entrenador alemán que en su primera rueda de prensa dijo que buscaba transformar a los “escépticos en creyentes”. A los pocos meses todos se habían subido en el barco.

El equipo dio muestras de mejora. En su primer año el Liverpool llegó a dos finales, aunque las perdió. Nadie dudaba de que había progreso, pero la pregunta que surgía era si Klopp era el hombre indicado de llevar a los Reds al máximo nivel, o si solo le alcanzaría para un papel secundario. Entretenido, pero sin títulos en la vidriera.

Pero la carrera de Klopp en el Liverpool fue siempre ascendente. En su primera temporada completa el equipo aseguró su regreso a la Champions League tras cinco años de ausencia. El año siguiente los Reds, contra todos los pronósticos, llegaron a la final de la competición más prestigiosa de Europa en la que perdieron de manera dramática contra el Real Madrid. Al alemán le señalaban de perder finales, pero él sabía que de ganar la primera vendrían otras más.

Y fue la campaña siguiente en la que Klopp rompió su maleficio. A pesar de un nuevo subcampeonato, a solo un punto de ganar el título de Liga, en una campaña que futbolistas, periodistas y expertos, consideran la más reñida de la historia de la Premier, el Liverpool tuvo su premio en Madrid en una nueva final de la Champions League. La sexta orejona para el museo de Anfield y la sensación de que en 2020 sí iba a ser el año.

Y efectivamente así lo fue. El Liverpool continuó con el nivel con el que terminó la campaña del 2019. Imbatible de principio a fin rompió todos los récords y se coronó campeón de la Premier League con siete fechas de anticipación, algo que no había sucedido en los 132 años de la Primera División inglesa. Fue oficialmente el campeón más sobrado en la historia de la liga inglesa. No tuvo –ni quiso tener– rival de principio a fin.

Y este miércoles contra el Chelsea, que en 2014 fue su verdugo, Jordan Henderson recibirá de parte de Kenny Dalglish, último entrenador en ganar la liga con el Liverpool, el trofeo que diez capitanes no pudieron levantar desde 1990. Una espera que se alargó unos meses por la pandemia, pero que, como dice una de las estrofas de su himno, “al final de la tormenta llegará un cielo dorado”.