En los últimos años, América del Sur ha vivido un nuevo fenómeno: victorias muy ajustadas en las elecciones presidenciales de Brasil, Colombia, Venezuela, Argentina y ahora Perú, donde la ventaja de Kuczynski sobre Keiko Fujimori será menos de 1 %, lo que evidencia una división nacional.

Pareciera ser que los electores no encuentran un candidato que realmente represente un cambio, sino que más bien deciden votar sin convicción por el candidato “menos malo”.

Las elecciones en Perú han sido seguidas de cerca por los medios regionales e internacionales sobre todo por el perfil de los dos candidatos a la presidencia: Pedro Pablo Kuczynski, exministro de economía, y Keiko Fujimori, la cual no logra alejarse del peso de su apellido en la historia reciente de Perú.

Los comicios reñidos derivarán en una victoria bastante apretada, con una pequeña diferencia de votos entre ambos candidatos. Los programas de Kuczynski y Fujimori han demostrado el consenso de ambos partidos en cuanto a la ruta que Perú debe seguir: un modelo de extracción, anclado en el sector minero, concentrado en las manos de pocos, con desplazamientos y un devastador daño ambiental.

Con su política exterior, respaldada por una diplomacia comercial, Perú deberá reafirmar su identidad de país bisagra en el Pacífico y fortalecer sus relaciones con China y los países signatarios de la Alianza del Pacífico: Colombia, Chile y México.

No obstante, así como sucede en otros países de la región, Kuczynski llegará a la presidencia gracias a los votos de la izquierda comandada por Verónika Mendoza, a partir de un acuerdo temporal establecido con el objetivo de alejar de Perú el fantasma del fujimorismo. Mendoza ya afirmó que lo apoyará solamente durante las elecciones, pero que posteriormente seguirá haciendo oposición al nuevo gobierno.

La votación por el “menos malo” sacará a Perú de la sombra de los Fujimori en el poder ejecutivo en los próximos años, pero días difíciles vendrán porque no será fácil la relación del nuevo gobierno con el Congreso, cuya mayoría es fujimorista y que tuvo como diputado más votado a Kenji Fujimori, hermano de Keiko, quien ayer no salió a votar.

En los últimos meses hemos visto golpes blandos —parlamentarios— en la región provocados por disputas de tendencias distintas en la esfera política, justificados por la ausencia de gobernabilidad y precaria articulación con el Congreso “a nombre de la democracia y de la lucha en contra la corrupción”.

En Perú, las agendas de ambos candidatos no presentaron una marcada diferencia. Lo que estaba en juego era cuál élite política va a gobernar: la de Pedro Pablo Kuczynski o la de Keiko Fujimori. No obstante, la llegada de Kuczynski al poder no tocará las estructuras endémicas del país y la élite cercana a los años de dictadura estará próxima a él en los años venideros.

Sin embargo, la segunda derrota de Keiko Fujimori por mínimo número de votos deja claro que por más popularidad que conserve esta casta, gran parte de la población no quiere estar bajo el legado de los Fujimori, las heridas no se han cerrado del todo y la mayoría de los peruanos no estarían dispuestos a asistir al indulto de Fujimori, en caso de que Keiko venza en las elecciones.

Males del sur: el poder a veces se alterna, pero casi siempre es hereditario. Está por verse si Kenji Fujimori se convertirá en candidato en las próximas elecciones, ya que su hermana no logró convertirse en la presidenta de Perú.