La familia Chaves Rubio siempre ha sido unida. Desde que Jairo y Carolina se conocieron, esa complicidad existió. Ambos se apoyaron en su toma de decisiones, estuvieron ahí para que el otro pudiera levantarse ante momentos difíciles y fue esa unión la que les inculcaron a sus hijos: Esteban y Bryan. Sin importar el inconveniente, la decisión la toman juntos. La mayor expresión de esa unidad la dieron el sábado, cuando llegaron por sorpresa a Guillestre, salida de la etapa 20 del Giro de Italia. La idea era inyectarle ánimo a su hijo mayor, Esteban Chaves, quien estaba haciendo historia para Colombia.
La sonrisa del líder del Orica y de la carrera fue notoria, aunque es un gesto que casi siempre lo acompaña. Esa mañana, los nervios estaban de punta, tenía que defender su posición ante ciclistas excelsos como Vincenzo Nibali y Alejandro Valverde. Ver a su familia antes de la salida fue una emoción sublime para Chaves. Un aliciente para su físico, que estaba golpeado después de tres semanas de carrera. Su corazón latió con la misma fuerza con la que lo haría horas más tarde en el ascenso a Santa Anna. Aunque al final fueran emociones distintas.
Esteban siempre estuvo acompañado, sus padres sufrieron tanto como él lo hizo, se quedaron sin aliento y sin piernas. “Sus frustraciones son las mías”, dijo su padre Jairo. Aunque sus piernas no respondieron como Colombia lo deseaba, este joven demostró en el Giro de Italia que está hecho para grandes cosas. Se batió como guerrero de la época medieval en los Alpes, peleó hasta el final y nunca bajó los brazos.
No fue fácil, pero nunca lo ha sido para este bogotano. Desde el día de su nacimiento, siempre luchó, nunca se dio por vencido. Lo hizo para no dejar el vientre de su madre, hasta que el 17 de enero de 1990 fue vencido por una cesárea y vio la luz en la Clínica San Pedro Claver. Desde niño admiró a su padre, quien sagradamente cada domingo, salía a montar bicicleta, y siempre quiso seguir sus pasos. Era su héroe. Fue Jairo quien buscó la manera para que su hijo practicara algún deporte. Lo metió en fútbol, bicicrós y natación, pero ninguno le llamó la atención a Esteban hasta que conoció el atletismo. Era fondista y no lo hacía mal. No obstante, fue en una carrera de duatlón en Guatavita donde hizo algunos kilómetros en bicicleta y se dio cuenta de que eso era lo suyo.
–Papá, yo quiero ser ciclista –fueron las palabras de un ilusionado Esteban Chaves.
La alegría no se ocultó en la cara de Jairo. Sus ojos se cristalizaron de la emoción, su pecho se hinchó de felicidad. Era lo que quería y estaba sucediendo. Hizo lo posible para que su primogénito tuviera las facilidades y pudiera entrenar. En ese momento se dedicaba a fabricar muebles y para comprarle la primera cicla hizo un trueque con el dueño de la tienda: le diseñó un comedor por una bicicleta roja, hecha a la medida de su hijo. Era perfecta. Recientemente la había dejado en la bicicletería Oliverio Cárdenas; el destino parecía hablarle al joven, que en ese momento tenía 12 años.
A partir de allí solo fue cuestión de tiempo para que este bogotano comenzara a brillar. Los entrenamientos los hacía con su padre. Inicialmente no recorría muchos kilómetros. Iban desde Bolivia –su barrio– hasta el Alto del Vino, después aumentaron el recorrido y pedaleaban hasta Mondoñedo. “Con el paso del tiempo hicimos trayectos más lejanos, porque el cuerpo le iba dando para eso”, le dijo Jairo a El Espectador. Hasta que a los 14 años buscaron un club y se metieron a la liga de Bogotá.
En 2004 dejó el colegio de su infancia, el Liceo Bolivia, y pasó al Jorge Gaitán Cortés, donde estudió en la jornada de la tarde para realizar sus entrenamientos. Y no se demoró en demostrar su talento, aunque en su primera carrera con el Club Monserrate en un circuito en el 7 de Agosto no pasó la meta por problemas mecánicos, con el paso del tiempo fue mejorando. Esteban siempre se destacó por ser un joven despierto, vivaz y tranquilo. Siempre atendió de la mejor manera los consejos de su padre y aprendió lo suficiente de un deporte que el sábado en la tarde le robó por primera vez la sonrisa. Y no será la única.
No obstante, la mentalidad de Chaves está hecha para triunfar. Así lo moldeó su padre. “Él es una persona paciente, es una de sus mayores virtudes. Sabe que las cosas no se construyen de la noche a la mañana y esa es su mayor ventaja. A mis hijos siempre les inculqué que el ciclismo es como la vida: si quieres obtener algo, hay que trabajar mucho. Cuando tienes un sueño, tienes que luchar por él y solo así se cumplirá tarde o temprano”, afirma Jairo Chaves.
Ese joven, que se desvive por dos cosas: su familia y el ciclismo, cuando puede no cambia por nada un ajiaco o un pollo sudado hecho por su mamá, Carolina, y que además disfruta de las cosas simples como caminar, ver una película, charlar o sonreír, en Turín se convirtió en el segundo subcampeón colombiano de la historia del Giro de Italia. “No tengo palabras para expresar el orgullo que siento por mi hijo. Sólo sé que cuando lo veo sobre una bicicleta el corazón me late a mil por segundo y su sonrisa se convierte en la mía, así como sus frustraciones y sus tristezas”.