En la tarde del martes, a tres días del partido Francia-Rumania con el que se abrirá la copa Uefa 2106, varias estaciones del metro y el tren de cercanías (RER) de París continuaban cerradas como consecuencia de las inundaciones que desde hace dos semanas azotan el país. El clima, sin embargo, parece mejorar y según un portavoz de la alcaldía municipal ya no hay razones para temer evacuaciones masivas en la capital: “El nivel máximo ya fue alcanzado durante el fin de semana, ahora nos preocupan los departamentos que están río abajo y por supuesto el trabajo de reconstrucción de las estructuras dañadas por la creciente”.

Ninguno de los diez estadios que recibirán a los 24 equipos participantes en la Eurocopa está ubicado “río abajo”, pero el daño que las inundaciones dejaron en estructuras eléctricas y de transporte no podrá ser evaluado hasta que el caudal del Sena haya descendido lo suficiente. Para entonces ya el campeonato habrá comenzado.

“Es como si nos hubieran caído las plagas de Egipto”, comenta Rachid, un vendedor de souvenirs en Montmartre que ha reemplazado la mayor parte de sus recuerdos turísticos —motivos de Toulouse-Lautrec, la Monalisa y el Moulin Rouge— por productos más o menos originales referentes a la gran cita del fútbol europeo. “Yo imaginaba que desde una semana antes París estaría invadida de hinchas de toda Europa. Por ahora si acaso se ven algunos ingleses y alemanes y más en plan familiar”.

El pesimismo es compartido por grupos hoteleros como Accor, que confirma el rumor de que los hoteles de la cadena estarían llenos apenas entre el 30 % y el 40 % de su capacidad. “Una cifra normal para un mes de junio, pero que todas maneras muestra una recuperación después de los meses desastrosos que siguieron a los atentados”. “Alrededor del 60 por ciento”, según la oficina de la presidencia de la Federación Francesa de Hotelería. “Esperábamos que la Copa adelantaría los meses de lleno total del verano, pero parece que eso no ocurrirá”.

Las cifras ponen en peligro el objetivo de dos mil millones de euros en entradas económicas para el país, con el que el gobierno francés esperaba al menos recuperar las inversiones realizadas para albergar una competición cuyo éxito sería la mejor carta de presentación para las aspiraciones de París como sede olímpica del 2024.

“También es posible que los viajeros prefieran encontrar alojamiento a través de plataformas como AirBnB”, dice Paul, administrador de un hotel de 45 habitaciones en el sector de los Grandes Bulevares, en el que se concentran decenas de bares que transmitirán en directo los encuentros. “Los hinchas son fieles y por eso no hemos tenido ni una sola anulación a pesar de las inundaciones y las huelgas”.

Porque si el clima-clima parece mejorarse, el clima social sigue siendo de tormenta. La cuestión de la reforma al código laboral está lejos de resolverse y el lunes pasado decenas de empleados de los ferrocarriles nacionales bloquearon durante horas las vías de la estación de Montparnasse. “Valls (el primer ministro) dice que no entiende cómo hay gente que no quiere que se realice la Copa y no es que nosotros no queramos, es que no pueden coger la copa como excusa para imponernos una ley que echa para atrás setenta años de conquistas sociales”, explica una veterana sindicalista.

Tanto los sindicatos como las autoridades lo saben: la acción de Montparnasse era un simulacro de una posible ocupación de las vías de la Estación del Norte, un paso obligatorio para todos los trenes que unen la capital con el aeropuerto y el estadio de Francia. “Un bloqueo en ese punto y la mitad de los espectadores no podrán llegar al estadio”, confirma otro de los militantes. “Valls va a intentar dar prebendas a los empleados del sector ferroviario, pero como se trata de un movimiento que agrupa muchos sectores, lo que queremos es que al menos se comprometa a negociar, no después de la copa sino ahora”.

Lo mismo opinan varios de los asistentes al movimiento de la Nuit Debout (noche en pie), que un día antes de la inauguración celebrarán los cien días de ocupación de la Plaza de la República, un sector clave para la hotelería de la ciudad. “No estamos contra el fútbol como deporte, pero sí contra los megaespectáculos que acaban con la idea de pasatiempo para convertirlo en una mercancía”, dice Dorothée, una estudiante de ciencias políticas, mientras con un megáfono invita a los transeúntes a una manifestación en la Fuente de Saint-Michel horas antes del pitazo inicial.

Pero si las inundaciones, las manifestaciones diarias contra las reformas laborales, la respuesta violenta de la policía y una bonanza turística que parece que no llegará inquietan a los organizadores, el gran temor de visitantes y residentes es un nuevo atentado como los que sacudieron en los últimos meses a París y Bruselas. Cientos de miles de aficionados son a la vez una masa difícil de controlar y un blanco fácil para los extremistas armados de todo tipo, y las advertencias oficiales de los gobiernos inglés y norteamericano a sus ciudadanos que piensan asistir a la Eurocopa parecen confirmarlo.

“No se trata de una reacción a los hechos de ayer”, explica la Embajada Británica refiriéndose al arresto en Ucrania de un ciudadano francés miembro de un grupo de extrema derecha quien se preparaba a entrar en la Unión Europea con un arsenal de guerra y habría declarado proyectar quince ataques durante la competición deportiva.

Los partidos en sí preocupan menos a las autoridades que las aglomeraciones en zonas urbanas. “Desde antes de los atentados de noviembre y con mayor razón después, un estadio es un lugar que podemos tener bajo control. Hay puntos de acceso, detectores y zonas de requisa por las que todo mundo tiene que pasar, pero es mucho más difícil controlar la gente que sale a celebrar en las calles o a ver los partidos en bares y restaurantes”, admite un responsable de la Prefectura de Policía.

En el centro de las inquietudes están las “fan zones”, espacios al aire libre equipados con pantallas gigantes y que, como en el caso del Campo de Marte (a los pies de la Torre Eiffel), pueden reunir más de noventa mil espectadores. Las complicaciones a la hora de garantizar la seguridad en este tipo de espacios llevaron incluso al expresidente Nicolás Sarkozy a solicitar que sean desmantelados argumentando que “nuestras fuerzas del orden tienen cosas más importantes que ocuparse de cien mil personas en pleno centro de París”.

Cuarenta y cinco mil policías (diez mil de ellos en la capital) y treinta mil gendarmes se encargarán de establecer dobles perímetros de seguridad alrededor de los estadios y las “fan zones” y de patrullar las calles, mientras la totalidad de las compañías de CRS, el ESMAD francés, estarán en alerta para dividir sus esfuerzos entre la represión de manifestantes y el control de las barras bravas.

Las autoridades han solicitado los refuerzos de cerca de 200 policías originarios de los países que participan en la competencia, así como de 3.500 agentes de seguridad privada. La última revelación, dada a conocer por el semanario Le Point, es que cerca de cien de ellos aparecerían en las “Fichas S”, el archivo de los servicios de inteligencia franceses en el que están señalados los sospechosos de estar en contacto con grupos radicales.

En su primera plana del lunes el diario Le Parisien titulaba: “Euro 2016: ¿Por fin vamos a divertirnos?”. Por ahora es difícil imaginar una respuesta.