Su abuelo se desató en risas. Lo vio vestido de arquero cuando tenía cinco años y no pudo contener la carcajada. Y el pequeño Franco le respondió: “¿De qué te reís, si voy a ser un portero profesional?”. Y con esa motivación salió, como tantos sábados de su infancia, a atajar en el barrio Centro de Casilda, provincia de Santa Fe, donde nació. Con el objetivo de que su abuelo sonriera de orgullo en un futuro, se entrenó custodiando el portón de su casa, que hacía las veces de arco ante los remates de su hermano.

Posteriormente llegó a cuidar diferentes porterías con las divisiones menores de Central Córdoba, desde las que partió hacia Estudiantes de La Plata, club que adquirió su pase, pero con el que no logró debutar en el profesionalismo. Aunque sí lo hizo con Ferro Carril Oeste en la categoría Nacional B. Sin embargo, allí tampoco tuvo la continuidad deseada y, sabiendo que debía regresar a Estudiantes, equipo en el que no jugaría, decidió oír ofertas. Fue el entrenador uruguayo Felipe De la Riva quien lo llamó para que fuera a Deportivo Merlo. “Si es para jugar, sí”, le contestó Franco.

Armani se consolidó y logró el ascenso de la B Metropolitana a la B Nacional. Y apareció un día memorable en su vida en 2010. Atlético Nacional realizó una gira de pretemporada en territorio argentino y disputó un amistoso contra Deportivo Merlo. Franco se destacó. El conjunto verdolaga tenía pactado otro amistoso y los arqueros que había llevado se lastimaron, por lo que Deportivo Merlo le prestó a Armani. Y él maravilló a Norberto Peluffo, por entonces director deportivo de Nacional.

En Medellín sufrió. No jugaba, se encontraba por debajo del ídolo verdolaga y su compatriota, Gastón Pezzuti. Y la situación empeoró. O eso pensó Franco inicialmente. En 2012 estaba decidido a regresar a Deportivo Merlo para sentir de nuevo la titularidad. Habló con Juan Carlos Osorio, quien le dijo que tras el próximo partido que atajara le diría si lo dejaba partir o no. En ese encuentro se rompió los ligamentos cruzados, por lo que permaneció en la capital antioqueña.

Lesionado, a punto de acabársele un contrato que no iba a ser renovado, se dieron diferentes hechos que le devolvieron la esperanza al arquero argentino. Luisa, esposa del exjugador del Medellín César Valoyes, conocía a Daniela Rendón, esposa de Armani. La convenció de asistir a la iglesia SOS, del pastor Carlos Bermúdez. Rendón comenzó a ir sola, hasta que se dio cuenta de que lo experimentado ahí le podía servir a su amor. “No dejes que el mal momento por el que estás atravesando te aleje de Dios”, le dijo. Y de la mano lo llevó hasta SOS.

“Sé que hemos tenido una mala doctrina de lo que es el evangelio y lo vemos como prohibiciones, pero para mí son cercas de protección para que la gente no se vaya a un abismo. Y él empezó a ordenar esas cosas en su vida y en su corazón. En una ocasión oramos por sus manos. Él tiene un talento y oramos para que Dios le diera una capacidad aumentada. Hay mucha gente con talento que no logra llegar a esos niveles. Y Franco reconoce que es Dios quien lo ha puesto ahí”, le contó el pastor Carlos Bermúdez a El Espectador

Y Armani empezó a responderle a la hinchada de Nacional. Superó a Pezzuti y se convirtió en el arquero con más títulos en toda la historia del club antioqueño. En una leyenda. Recurrió de nuevo a Bermúdez para que lo orientara en su traspaso a River Plate, al igual que lo hizo cuando estaba luchando por un cupo al Mundial de Rusia 2018, en el que terminó siendo titular con la selección de Argentina. Antes del último encuentro de primera fase contra Nigeria, el cual debían ganar para clasificar a octavos de final, Franco se reunió con algunos compañeros y se comunicó con su pastor para que se uniera a la oración. La albiceleste ganó aquel compromiso. Después Armani lloró la eliminación ante Francia.

Las lágrimas que luego ha derramado Franco Armani han sido de felicidad. Ganó la final más importante de la historia de la Copa Libertadores, contra Boca Juniors, tras ser figura con atajadas claves, como el mano a mano de los últimos instantes del juego de ida ante Darío Benedetto, en La Bombonera. Este martes, de nuevo en ese estadio, le pedirá a Dios que guíe sus manos a las pelotas que salgan de los pies xeneizes. Quizá, como muchas veces, se comunique con Carlos Bermúdez y le diga: “Pastor, ya salgo para la cancha. Por favor, ora por mí”.