El exprimer ministro británico Tony Blair metió a su país en la guerra de Irak sin agotar las opciones diplomáticas, sin un plan posconflicto y siguiendo ciegamente a Estados Unidos, según una investigación oficial difundida este miércoles.
«Llegamos a la conclusión de que el Reino Unido eligió sumarse a la invasión de Irak antes de agotar las opciones de un desarme pacífico», explicó en Londres el diplomático John Chilcot, que encabezó esta investigación sobre los hechos de 2003.
«Pese a las advertencias explícitas, las consecuencias de la invasión fueron subestimadas. La planificación y los preparativos para el Irak pos Sadam fueron totalmente inadecuados», agregó Chilcot.
La investigación es particularmente incriminadora con el primer ministro británico de la época, Tony Blair, que, según reveló Chilcot, prometió al presidente estadounidense George W.Bush seguirle «pasara lo que pasara», tan sólo un año antes del conflicto.
«El 28 de julio (de 2002), Blair escribió al presidente Bush dándole garantías de que estaría con él ‘pasara lo qué pasara'», explicó Chilcot.
Blair se defendió de las acusaciones en un comunicado en el que aseguró que su decisión fue de buena fe.
«Esté la gente de acuerdo o no con mi decisión de lanzar una acción militar contra Sadam Husein, la tomé de buena fe y creyendo que era en interés del país», aseguró Blair.
Sin embargo, las familias de los 179 soldados británicos caídos en Irak expresaron su «tristeza al descubrir que sus seres queridos murieron innecesariamente».
Siete años después de empezar sus trabajos, la investigación oficial sobre el papel del Reino Unido en la guerra de Irak presentará el miércoles sus conclusiones y se espera que no sean benignas con el primer ministro de la época, Tony Blair.
La Investigación Chilcot se inició en 2009, cuando las tropas británicas se retiraron de Irak, con la misión de investigar la decisión de participar en la guerra de 2003 y la ocupación subsiguiente.
Miles y miles de iraquíes murieron en la guerra y en el brutal conflicto sectario que le siguió, además de 179 soldados británicos, cuyos familiares siguen pidiendo respuestas.
La invasión fue polémica en su tiempo y se llevó a cabo sin un mandato explícito del Consejo de Seguridad de la ONU, con Estados Unidos y el Reino Unido alegando que el régimen de Sadam Husein contaba con unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron.
Aunque Blair dimitió en 2007, su credibilidad nunca se recuperó de aquello, y gran parte de los británicos creen que nunca debió haber metido al país en el avispero iraquí.
Un informe de 2004 sobre la información de los servicios de inteligencia que se usó en aquel momento encontró que se habían exagerado las evidencias, aunque el autor, Robin Butler, dijo el lunes que Blair «creía de verdad» que estaba haciendo lo correcto.
Los detractores de Blair aguardaban el informe con impaciencia, y el ex jefe del gobierno escocés Alex Salmond está buscando apoyos en el Parlamento para abrir un proceso de «impeachment», destitución, o para llevarlo a los tribunales.
El «impeachment», que puede ser retroactivo, se usó en el Reino Unido por última vez en 1806 y se considera obsoleto, pero podría recuperarse para castigar a Blair de manera simbólica, porque ya no ocupa ningún cargo.
Salmond dijo el domingo a Sky News que «es necesario saldar cuentas política o judicialmente».
Blair comentará este miércoles las conclusiones de la investigación.
El informe tiene 2,6 millones de palabras -una cantidad cuatro veces superior a «Guerra y paz», de León Tolstoi- y su elaboración costó 10 millones de libras (11,9 millones de euros, 13,3 millones de dólares).
Más de 120 personas aportaron su testimonio, desde Blair y su sucesor, Gordon Brown, a ministros y altos mandos militares y de los servicios de inteligencia.
La investigación iba a durar un año que se convirtieron en siete, durante los cuales murió uno de los cinco integrantes de la comisión investigadora.
La discusión sobre qué podía publicarse ralentizó los trabajos, por ejemplo sobre la correspondencia entre Blair y el presidente estadounidense de la época, George W. Bush.
La tardanza desesperó a los familiares de los soldados muertos en Irak, que ya estaban enfurecidos por el pobre material de las tropas.