Cuando José Altuve entra al estadio Minute Maid Park, un grito ensordecedor se toma las gradas. Dura entre 15 y 20 segundos, pero parecen una eternidad. Los fanáticos de los Astros de Houston lo idolatran. Es la cara del equipo. Un bateador con la capacidad de poner la pelota en cualquier rincón del diamante. De brazos y torso fuertes, piernas ágiles y una mentalidad ganadora. Un jugador entregado al béisbol como si fuera la vida misma.

Llegar a la cima no es fácil. Hay que tener claro qué es lo que se quiere y estar dispuesto a dejar todo por un sueño. Luchar incansablemente por lograrlo, repetir una y otra vez si es necesario. Nunca darse por vencido. Saber levantarse y mantener el ímpetu si existen adversidades. Sólo basta una oportunidad y eso fue lo que siempre buscó José Altuve. Nunca pidió nada más. Sin embargo, una de sus limitaciones fue su estatura. Siempre fue el más bajito del terreno de juego, pero eso lo llevó a entrenarse más y a sobresalir por encima del resto. A un hombre no se le mide por los metros que se eleve sobre los pies, sino por la grandeza de su espíritu.

Esa decisión con la que afrontó el juego, lo llevó a ser tenido en cuenta por el cazatalentos de los Astros de Houston Wolfang Ramos. Cuando lo vio, quedó deslumbrado. La única cuestión que tenía era: ¿cómo hacer que la organización se fijara en un hombre tan bajito? No era una tarea fácil. Desde las oficinas en Estados Unidos habían sido claros en el momento de impartir órdenes sobre la firma de jugadores jóvenes: los querían altos y atléticos. Un pelotero de su estatura (1,68 centímetros) estaba condenado a ser descartado.

A finales de 2006, el gerente general de los Astros, Tim Purpura, le encomendó a su asistente especial, Alfredo Pedrique, que le llevara información de los jugadores jóvenes que los cazatalentos tenían en República Dominicana y Venezuela. Al pasar por Maracay, el cazatalentos Ramos habló con él aparte y le dijo: “tenemos un jugador que es muy bueno, no te dejes guiar por su contextura física, porque es un jugador pequeño. Simplemente observa lo bien que se desenvuelve dentro del terreno de juego”.

Eso fue lo que hizo Pedrique, quien quedó gratamente sorprendido. “La manera como trabajó, el fildeo, el bateo, la velocidad en sus piernas, corrió muy bien las 60 yardas”, le dijo a El Espectador el mánager de Scranton Wilkes Barre, sucursal triple A de los Yanquis de Nueva York. “En su primera práctica de bateo le dio a la pelota con fuerza, demostró habilidad para conectar para todo el estadio. Sobre todo, por el jardín derecho y central”, agregó.

En esa presentación, a José Altuve se le vio con mucha energía y mucho entusiasmo. “Esa fue una de las características que nos llamaron la atención”, recordó Pedrique. “Después del tercer día de practica lo invitamos para que siguiera entrenando en la academia, para hacer una evaluación más completa sobre su rendimiento. En ese momento decidimos que, si Altuve iba mejorando y se iba adaptando al sistema, a las prácticas y a sus compañeros, había opciones de que se quedara”.

En esos días, a finales de 2006, demostró mucha profesionalidad y respeto hacia los coaches, eso fue decisivo para que se quedara por un mes más. En esos 30 días tenían que tomar la decisión de dejarlo en libertad o firmarlo. Hubo muchas voces a favor, otras tantas en contra. El principal argumento de los que no querían que siguiera, era su estatura. Con el tiempo corriendo en contra, Pedrique viajó a Estados Unidos y su opinión fue contundente: “Vale la pena firmarlo. Tiene habilidad y no va a costar mucho dinero. No tenemos nada que perder”.

Era una época de vacas flacas para los Astros, que finalizaron segundos en la División Central de la Liga Nacional, sin la posibilidad de avanzar a postemporada. Además, no contaban con grandes jugadores jóvenes. El reemplazo de nombres como Lance Berkman, Brad Ausmus, Craig Biggio, entre otros, que llevaron al equipo a disputar su primera Serie Mundial en 2005, no se veía cerca. La decisión de Purpura y Bennett fue positiva, el bono que le ofrecieron a José Altuve fue de US$15.000, una suma baja considerando la cantidad que les han ofrecido a otros peloteros. La respuesta del jugador fue simple: “Sólo quiero la oportunidad de ir a jugar allá. Me encargo del resto”.

Aunque su firma fue algo que se discutió mucho, él solo se encargó de acallar las críticas en su contra. A excepción del primer año, este pelotero, que parece un niño jugando entre adultos, empezó a sobresalir en las divisiones menores de los Astros de Houston. Su velocidad y su efectividad con el bate no pasaron desapercibidas. Desde 2008 siempre terminó la temporada en una división más grande de la que comenzaba. Dejó con los ojos abiertos a más de uno. “Él hizo la demostración de que estaba preparado para afrontar el desafío. A partir de entonces se empezaron a escuchar chistes en Ligas Menores sobre él: el enano que batea, de dónde aprendió a batear ese enano. Adonde iba llamaba la atención por su manera agresiva y la confianza con la que jugaba béisbol”.

Gracias a esa actitud, en 2011 lo llamaron a Grandes Ligas. Debutó el 20 de julio contra los Nacionales de Washington. Tenía 21 años. Jugó segunda base y desde entonces se adueñó de ese puesto. En siete años en Ligas Mayores ha conectado 1.250 imparables y ha disputado cinco Juegos de Estrellas. Se convirtió en la cara de una franquicia que este viernes espera lograr su segundo triunfo en una Serie Mundial y ponerse arriba 2-1 en la serie frente a los Dodgers. Por su humildad y dedicación se ganó el corazón de Houston y gran parte de los aficionados de las Grandes Ligas.