Esta ha sido la votación presidencial más apretada en la historia de Perú: en segunda vuelta, según resultados que entregaron ayer en la tarde las autoridades electorales, Pedro Pablo Kuczynski ganó virtualmente la Presidencia con 50,12 %, frente a 49,88 % de Keiko Fujimori.
Aunque todavía hace falta una revisión detallada de ese 0,2 % de diferencia, Kuczynski (de 77 años) salió ayer en la tarde a dar un discurso de victoria breve, donde aseguró que trabajará por todos los peruanos y recordó que es consciente de que el país quedó partido a la mitad en materia política.
Será mucho lo que tiene que trabajar. Más allá de sus proyectos económicos, similares a los de Fujimori, Kuczynski tendrá que enfrentarse a un Congreso de mayorías fujimoristas: tienen 73 de 130 escaños y pueden tomar decisiones con tranquilidad. Ese enfrentamiento con el fujimorismo será aún más recio luego de que, en los debates más recientes con Fujimori, se declarara en contra de toda su clase política y del pasado de su padre, Alberto Fujimori, condenado a 25 años de cárcel por crímenes de lesa humanidad.
La candidatura de Fujimori parecía la más fuerte en los últimos embates públicos. Su apoyo se fundamentaba, sobre todo, en una clase popular a la que se había acercado gracias al imaginario común que tienen los peruanos del fujimorismo: lejos de los crímenes, muchos recuerdan que el país restableció su economía y eliminó la criminalidad bajo la presidencia de Fujimori. El punto a favor de Keiko Fujimori era, justamente, el caudal electoral que se derivaba de esa bonanza de los 90, entre las zonas campesinas y las comunidades más afectadas por la guerrilla Sendero Luminoso.
Kuczynski, en cambio, tenía el reto de acercarse a esa misma masa de votos sin parecer un representante de la élite limeña. Analistas peruanos recordaban una idea que resulta interesante: tanto Kuczynski como Fujimori son representantes de dos élites distintas, dos élites en cierto modo distanciadas por su acercamiento con las clases populares, pero también por su propia historia. El fujimorismo, expuesto en toda su esencia en el Partido Fuerza Popular, ha perdido por su pasado: bastaba recordar los asesinatos cometidos bajo el mando de Fujimori, el autogolpe de Estado de 1992, la decadencia de las instituciones que podían haber controlado las acciones del Ejecutivo. Pero ganaba fuerza en los votantes que todavía están agradecidos por el éxito económico de Perú.
Kuczynski, sin embargo, tenía una carta que jugó desde el momento en que se abrió la carrera para la segunda vuelta: los votos de la representante de la izquierda, Verónika Mendoza, que quedó en tercer lugar en la primera ronda de votaciones. Mendoza, pese a ser opositora de Kuczynski y de Fujimori, armó un bloque de votantes y les recomendó votar por Kuczynski por un asunto moral, para librar a Perú del fujimorismo. La estrategia habría rendido sus frutos en esta votación, dado que en los sondeos previos a la segunda vuelta Fujimori remontaba a Kuczynski entre cuatro y ocho puntos. La izquierda le ayudó a la derecha a cerrar una brecha por razones históricas y morales.
¿En qué queda, entonces, el fujimorismo? Es su segunda derrota en las justas electorales: Fujimori ya había perdido ante Ollanta Humala en 2011. No es posible decir que el partido decae, dado que su fuerza en el Parlamento es inmensa (más del 50 % de los escaños) y que el casi 50 % de votos que obtuvo Fujimori rendirán sus cuentas a corto plazo si su movimiento es capaz de moldear esa masa electoral. Sin embargo, Keiko podría quedar por fuera de la carrera política. Entre tanto, su hermano, Kenji Fujimori, líder de Fuerza Popular en el Congreso, podría mostrarse como la nueva figura presidencial, como lo sugirió en una declaración pública hace algunos meses.
Perú queda dividido en dos y con el reto esencial de disminuir la criminalidad y mantener un modelo económico que hasta ahora ha sido exitoso. Kuczynski no es sinónimo de cambio, sino de continuidad.