La Agencia Venezolana de Noticias, órgano del sistema de medios públicos, difunde una noticia con grandes titulares: “Inauguran cocina más grande de Venezuela en el Hospital Universitario de Caracas”. El cable afirma que el área tendrá más de 2.000 metros cuadrados y que con el nuevo equipamiento tendrá un salto de capacidad: de 3.000 raciones diarias que elabora para la fecha mejorará su desempeño hasta completar 8.000. Eugenia Sader, ministra de Salud de la época, aparece sonriente en las fotografías, mientras apunta con su dedo a unas ollas de presión gigantes que no parecen anticipar escasez alguna, sino todo lo contrario.

29 de agosto de 2016. El desayuno que Carmen Álvarez recibe en la habitación es sólo una fruta tropical: un mango. La bandeja que las cocineras usan para servir los alimentos tiene seis compartimientos, pero el fruto ovalado sólo ocupa, a medias, uno de ellos. La paciente, que tiene 22 días ingresada en el servicio de ginecología, se queja de que eso no es suficiente. “Las raciones son muy pequeñas. Uno se lo come porque a veces no tengo más nada”. Originaria de Maturín, en el interior de Venezuela, depende de lo que una amiga le lleva para completar su alimentación.

El episodio refleja una situación que ha aquejado a los enfermos recluidos en la institución: las dificultades para proporcionarles regularmente la comida que necesitan según sus cuadros de salud. Las denuncias por la situación se hicieron frecuentes el año pasado. En junio de 2016, pacientes se manifestaron públicamente por la pérdida de peso que sufrieron por las reducidas cantidades de comida que les servían a diario. A principios de este año, el diario El Universal reportó que trabajadores habían colocado una pancarta en la que advertían de una fuga de vapor en la cocina y exigían solución inmediata para prevenir “una desgracia”. Fuentes de la institución añaden que, además, ni un mango como el de Carmen Álvarez puede ser convertido en jugo: dos licuadoras industriales están dañadas desde hace varios meses.

El personal de guardia en la cocina afirma que allí se preparan en la actualidad aproximadamente mil comidas diarias, una cantidad que está muy distante de las 8.000 que se proyectaban en 2013. En el área trabajan 50 personas. Adicionalmente hay grupos de cuatro mujeres en cada uno de los dos servicios de distribución de alimentos que hay entre el piso uno y el cinco del hospital. Una de las nutricionistas encargadas del servicio dijo que, debido a la escasez de alimentos, se ha visto limitado el trabajo de los estudiantes de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad Central de Venezuela que hacen pasantías: “En cada piso había un pasante de nutrición que le diseñaba el menú diario al paciente, dependiendo de su patología. Eso se acabó. Lo que se hace es distribuir o rendir la cantidad de comida que llega para que alcance para todos. Todos los internos comen lo mismo, sin importar la enfermedad”.

El 18 de febrero del presente año, a los pacientes les sirvieron de desayuno cereal sin leche y un bollito —pastel de harina de maíz, típico de Venezuela— con queso rallado. Esa fue la comida para todos en el hospital. Niños, ancianos, personas que sufren del corazón o de la próstata: para quienes preparan la comida es indiferente ya que no tienen otro tipo de alimentos que ofrecerles. Ese día almorzaron una ración de pasta y carne mechada.

“Servimos pequeñas porciones para que rindan para todos. Una de las pasantes hizo sus cálculos y determinó que entre desayuno, almuerzo y cena aportan cuando mucho 1.100 calorías a pacientes, cuando mínimo un adulto promedio debe consumir 2.000 calorías al día”, explicó. Toda la comida que reciben en la institución, de acuerdo con las fuentes del hospital, proviene de la red de alimentos Mercal, impulsada por el Estado desde el año 2003.

La cocina fue reformada para sustituir los equipos que habían funcionado por 57 años en la institución, según la explicación oficial que se dio en 2013. El Hospital Clínico Universitario de Caracas es, de hecho, uno de los más grandes de Venezuela y desde su inauguración se convirtió también en uno de los más prestigiosos de la red de instituciones de atención pública en el país. Allí ejercen los profesores y estudiantes de la reputada Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela.

Las dificultades que enfrentan hoy para asegurar la alimentación de los pacientes son una metáfora del retroceso en el desempeño de un centro de salud que vivió una época de oro. Fue estrenado en mayo de 1956 por el entonces presidente y dictador Marcos Pérez Jiménez. Diez años después, la institución ya ofrecía 160.000 consultas médicas anuales, admitía 1.522 parturientas al año y en una década se habían practicado 7.900 intervenciones quirúrgicas. “En los primeros 20 años, el Hospital Universitario de Caracas llegó a ser uno de los mejores de Latinoamérica”, dice Iván Machado, coordinador de Cardiología Infantil.

El Servicio de Cardiología en 1972 tenía 15 años y el jefe del departamento de ese período, el doctor Alfonso Anselmi, informó que habían logrado disminuir la mortalidad de los pacientes de esa área de 35 % a 11,5 %. El índice estaba por debajo de la media norteamericana para la fecha, que era de 15 %. Un promedio de 20 personas al mes eran operadas en la Unidad de Cuidados Coronarios. En Estados Unidos se consideraba “de primera” a todo centro de salud que interviniera 15 enfermos del corazón cada cuatro semanas.

En aquellos días, el porcentaje de mortalidad de la Sala General de Cuidados bajó de 16 a 9 % y se convirtió en uno de los más reducidos del mundo. Para 1974, la calidad de atención que brindaba el hospital era una de las principales causas de la saturación de los servicios. En esa década, en los estados Anzoátegui, Monagas, Nueva Esparta, Guárico y Apure, entre otros, no existían servicios de neurocirugía ni especialistas en esa rama, por ello, los pacientes del interior se trasladaban hasta el centro de salud universitario en Caracas.

Las condiciones del hospital en la actualidad son tan precarias que las mujeres encargadas de asear las habitaciones no tienen desinfectantes ni ningún tipo de producto para limpiar el piso. Sólo emplean agua. La ropa de cama, las fundas para las almohadas, la comida y el agua potable deben ser llevados por los familiares de los pacientes. También, desde luego, muchos insumos médicos y fármacos. Es muy poco lo que el clínico les puede ofrecer a sus pacientes, más allá de la atención del personal médico, enfermeras y camilleros, entre otros. Sin embargo, las listas de esperas para intervenciones son interminables.

El hospital enfrenta la peor crisis de sus 60 años de historia, pero para médicos como Machado sigue siendo uno de los mejores del país: “Nunca ha perdido su estatus. Aunque ahorita funciona al 30 % de todo lo que puede ofrecer, y a pesar de todos los problemas de insumos, inseguridad, problemas salariales, la institución es de las que brindan mejor atención en el país. Tú nunca vas a escuchar a nadie que diga que aquí hay doctores malos, que no saben hacer su trabajo”.

La comida sigue siendo un motivo de preocupación para los enfermos que convalecen sin tener garantizadas las dietas más adecuadas para sus cuadros de salud. “Aquí tenemos muchos pacientes que se están desnutriendo porque dependen 100 % de los alimentos que les ofrece el hospital. Ni siquiera algo tan básico como la comida les podemos garantizar”, detalló la nutricionista de turno. En la cocina más grande de Venezuela no es necesario usar las siete ollas de presión, sino cuatro, por la poca cantidad de comida. La freidora pasó a la historia porque llevan meses sin ver el aceite, y el presupuesto del hospital, que es aún más reducido que la comida, no alcanza para comprar los repuestos que necesitan las licuadoras para hacer jugo.

* Iniciativa periodística liderada por IPYS Venezuela y Connectas, que busca ofrecer insumos informativos para entender las dificultades que vive la sociedad venezolana hoy.