1.

Hasta hace muy poco la película Raya and the Last Dragon tenía acceso restringido incluso para los propios clientes de Disney Plus. Para acceder a ver esa película (estrenada mundialmente el 4 de Marzo de 2021) el usuario que ya había pagado su suscripción a Disney Plus, debía pagar un excedente para alquilarla o para comprarla. La película fue liberada el 23 de abril y ahora la puede ver cualquier usuario con cuenta en la plataforma. Sin embargo, esos casi dos meses que la película tuvo acceso limitado generan incomodidad en el consumidor. ¿Por qué tengo que pagar adicional para ver un estreno de Disney si justamente me suscribí a Disney Plus para ver sus películas de manera privilegiada y exclusiva? Tendría sentido que hubieran hecho eso con Soul, una película de Pixar ganadora del Oscar, pero ¿por qué lo hacen con una película de Disney, un contenido que no logra ser el protagonista en su propia casa? Efectivamente, el grueso de clientes de Disney Plus está suscrito a la plataforma para acceder a contenidos Marvel, Star Wars o Pixar. La gente con hijos usa la plataforma para ver películas Disney, pero ni siquiera los animalistas veganos se suscriben a Disney Plus para ver National Geographic.

Pixar ganó a Disney la batalla de calidad cinematográfica y este último, al declararse incapaz de competir, compró Pixar para capitalizar el talento de su rival bajo su techo. Pero aun siendo una subdivisión empresarial de Disney, los productos Pixar continúan gozando de cierto favoritismo en el propio contexto de la plataforma que lleva el nombre de la casa matriz. Zootopia y Mohana son películas muy destacadas en su género, pero ninguna puede competir con una película intermedia de Pixar tipo Finding Nemo, mucho menos con una película de alta calidad tipo Toy Story, Monsters Inc o la misma Soul. De hecho, si Soul hubiera sido la película utilizada por Disney para cobrarle más al usuario, probablemente el espectador habría tenido menos reparo en pagar el importe adicional: “Me incomoda pero igual pagaré extra para ver otra película de Pete Docter, el mismo que me conmovió con Up y con Inside Out”. Pero que el usuario haya tenido que pagar extra por Raya and the Last Dragon no solo es abusivo, exagerado y contraproducente; también es un signo claro del rumbo que tomará este modelo de negocio.

El fenómeno se da también en territorio Amazon Prime. El usuario explora la plataforma buscando algún título de interés. Cuando lo encuentra, se ilusiona y se dispone para el visionado. Sin embargo, al posar el cursor sobre la película, la plataforma le da la opción de comprarla o de rentarla, pero no de verla de inmediato. Y esa alegría de haber encontrado el producto tan a la mano, sin tener que descargarlo o comprarlo en físico, esa alegría de haber encontrado un título del que el usuario probablemente se antojó por alguna conversación ajena escuchada por accidente o haciendo zapping en casa de sus padres, esa alegría se frustra cuando el usuario nota que ser cliente de la plataforma es insuficiente: no puede reproducir todos los contenidos que allí se incluyen a menos que compre o alquile. Pagar la boleta para entrar a un parque de diversiones, pero luego tener que pagar adicional para entrar en alguna atracción concreta. Una frustración que golpea con la contundencia de un jump scare, pero que se gesta gradualmente durante todo el trayecto del cursor, un recorrido en forma de road trip con altas dosis de tensión. Amazon Prime tiene en su catálogo varias películas de suspenso y concretamente varios títulos de Hitchcock. Pero el mejor momento de suspenso hitchcockiano tiene lugar antes de que el usuario sepa si le van a cobrar o no. Muy recomendable Amazon Prime en ese sentido.

2.

Netflix y HBO, por su parte, se abstienen de caer en esas trampas. Cobran suscripción y asumen el streaming como negocio, pero se nota que les interesan más los contenidos que el dinero. Disney y Amazon priorizan el dinero sobre cualquier otra cosa, incluyendo el contenido y su consumo eficiente. No debería sorprender dado el historial de ambas empresas. Disney inventó el merchandasing audiovisual. Amazon es un vendedor de productos por excelencia. Es obvio que a los vendedores les interesa más el dinero que los contenidos, pero no deja de ser preocupante pensar lo lejos que pueden llegar estos cobros. “La película que quieres ver está disponible pero está doblada en un idioma que no entiendes: alemán, cantonés, francés. Si quieres verla con subtítulos, tienes que pagar.” Llegará el momento en que tocará pagar adicional para ver una película doblada porque solo estará disponible en idioma original. O si la película está doblada por defecto (como ocurre con más de un título de Amazon Prime) y el usuario desea verla en idioma original, tendrá que pagar el peaje del semi-bilingüismo. Algún día exhibirán una película colombiana en Amazon, pero solamente estará disponible la versión doblada al mandarín y subtitulada al ruso. Y entonces van a cobrar por verla en español y sin subtítulos siendo una película nacional y hablada en la lengua materna del usuario. Presa de la indignación, el usuario trata de salir de la página. No puede. Le cobran por eso también. Le cobran por cerrar el navegador, por cambiar de pestaña, por apagar el computador. Si entra a Netflix para ver otra cosa, le cobran multa. Amazon y Netflix tienen una alianza. Netflix informa a Amazon de todos los desertores y Amazon los sanciona monetariamente usando la propia plataforma de Netflix. Netflix recibe una modesta comisión por sus servicios: la comisión del delator que empezó ofreciendo asilo humanitario.

3.

Tengo acceso a todas las plataformas: Amazon, Netflix, Disney Plus, HBO GO. Tengo acceso a todas pero no tengo buen internet. Por eso casi todos los contenidos de Netflix los he visto entre pixelados y desenfocados. HBO, en cambio, no me deja reproducir a menos que la conexión sea rápida y estable, por eso solo puedo ver sus contenidos en casa de mis padres. Amigos ingenieros me explican que algunas plataformas de streaming cuentan con un sistema de optimización que se adapta a la banda ancha del lugar. No se niegan nunca a reproducir, pero bajan la calidad de imagen para compensar. Otra dicotomía. ¿Reproducir con baja calidad en hogares con mal internet o imposibilitar la reproducción para obligar al usuario a obtener mejor conexión? La calidad narrativa de HBO solo se puede disfrutar con un internet de banda ancha y alta velocidad. “Si me van a ver pixelado es mejor que no me vean. No contraté a los mejores guionistas del mundo para exhibir en baja calidad”. HBO permite reproducir sus contenidos en hogares con internet precario, pero solo durante diez minutos al mes. Mientras que Netflix, al no contar con productos del pedigrí narrativo de HBO, tiene mucho menos que perder. “Lo que me importa es que me vean. No me tienen que ver con calidad porque igual no tengo productos tan buenos. Veáse Sense 8, por ejemplo”. Amazon y Netflix se dejan ver con internet de combate, lo cual muestra cierta generosidad con el espectador obrero, pero también mucha hambre de ser visto a cualquier costo. Y Amazon, diestro en poner anuncios de sus productos antes de cada reproducción, debería usar ese tiempo para decirle al usuario: “Si tienes mal internet, igual quédate. Acá te dejamos reproducir, no como esos cobardes de HBO que ante la menor señal de baja velocidad se niegan a seguir jugando. Nosotros somos todo terreno. Te reproducimos con el internet que tengas porque la situación no está para escoger”.

4.

Disney está haciendo remakes de sus éxitos animados. La empresa cuya iconografía representa el culto a la fantasía y a la imaginación, está cayendo en la sequía de ideas, sobreexplotando productos ya hechos; viejos mitos reciclados y retocados para nuevas generaciones sin invertir mucho y multiplicando la ganancia. Jon Favreau, además de ser el asistente de Tony Stark, es también un director artesano que saca adelante el producto que su patrón le encargue, bien sea el remake de The Lion King, las primeras dos películas de Iron Man o el episodio piloto de The Mandalorian. Por eso no es tan preocupante que trabaje como mercenario del mal. Sin embargo, cuando Guy Ritchie se presta para hacer una nueva versión de Aladdin, con Will Smith reemplazando a Robin Williams, ahí ya empiezan los problemas. Es descarado que utilicen directores talentosos como testaferros de sus productos sin imaginación. Es descarado que le vendan los mismos productos a la audiencia haciendo apenas ligeras actualizaciones de empaque y acabado. Critico a Disney por esto y por lo otro: por su excesivo corporativismo, por su afán monopólico, por su falta de imaginación, por cobrarme productos como Raya and the Last Dragon. Luego me pongo a explorar el catálogo de Disney Plus y me encuentro con Spiderman: la serie animada de los 90s. El odio y la indignación se disipan de inmediato. No puedo culparlos por nada. No puedo juzgar a Disney tan severamente porque tienen (y ponen a mi disposición) la serie animada que me metió en el mundo de los superhéroes Marvel, esa serie que vi por primera vez en un televisor noventero y luego recuperé en formato VHS gracias a dos casetes dosmileros: uno alquilado de un videoclub barrial donde compilaban todos los episodios relacionados con Venom; el otro, un casete virgen que cada viernes le pasaba a un compañero de clases para que me grabara capítulos desde un canal peruano que por esos días estaba repitiendo la serie entera. Disney me ofrece la posibilidad de ver la serie en su idioma original, pero yo siempre prefiero verla doblada: la tienen doblada no solo al español latino sino al idioma y al dialecto de mi infancia, una inyección de nostalgia que corrompe mi moral y me obliga a perdonar a Disney por todo. Aunque siendo sincero, continúo criticando a Disney por sus crímenes, pero solo lo hago entre capítulo y capítulo, durante los quince segundos que tarda en cargar el siguiente episodio. Alego, vocifero y manoteo, pero cuando termina la pausa me toca callar porque Spiderman se respeta.

5.

Las plataformas de streaming están normalizando el estreno en plataformas, en parte también por culpa de la pandemia. El estreno tradicional en salas exigía una espera de varios meses antes del consumo doméstico. Primero se le apostaba a una explotación en salas y luego de que la película salía de cartelera, los estudios editaban una versión en formato físico para el consumo doméstico y su posterior trasmisión televisiva. Esto ha cambiado en muy pocos años. Ahora el estreno en salas, el consumo doméstico y la trasmisión televisiva ocurren de manera simultánea, echando por tierra muchos prejuicios. Hubo un tiempo en que estrenar directamente para video era como graduarse por ventanilla: un castigo o una deshonra generalmente justificada por la baja calidad del producto y su poco prestigio, o, directamente, por la poca fe que depositaba la compañía productora en el resultado final de un proyecto al que le habían apostado: estrenaban en video para amortiguar pérdidas, pero no estaban dispuestos a dejarse ver por salas y ser objeto del escarnio público. Hubo un tiempo en que para desprestigiar una película se utilizaba el calificativo “telefilme” o “película hecha para televisión”. Sin embargo, el hecho de que Martin Scorsese, Charlie Kauffman y David Fincher estén apostándole a estrenar en plataformas (plataformas que financian sus películas), significa que “estrenar directamente en video” o “hacer películas para televisión” ya no es un signo de baja calidad o de producción de serie B, es la lógica de exhibición actual.

Cada vez es menor la brecha que separa el estreno mundial de un bluckbuster en plataformas (Netflix, Amazon Prime, HBO Max), del upload casero que hace un veinteañero desde su canal de YouTube. De hecho, objetivamente hablando, se trata del mismo procedimiento: un archivo de video se cuelga en internet para su consumo público. La diferencia radica en las credenciales y en el respaldo institucional. Si la entidad que respalda y alberga el contenido es HBO o Netflix, ese archivo de video será considerado como película o episodio de serie. Pero si la entidad que alberga y exhibe el producto es YouTube, ese archivo de video será considerado como eso y nada más: un video que tal vez pueda llegar a volverse viral, pero en ningún caso puedo aspirar al entrar en el canon televisivo y mucho menos en el olimpo cinematográfico. Nolan, Tarantino y Paul Thomas Anderson se oponen a lo digital y la exhibición en plataformas porque consideran que el cine está en el soporte y en la experiencia colectiva del visionado. Otros consideramos que el cine es principalmente lenguaje y en esa medida, es perfectamente posible que haya más virtuosismo lingüístico en un video de YouTube rodado con teléfono celular, que en una serie entera de Netflix rodada en 4K.

* Realizador y analista audiovisual. Magíster en Escrituras Creativas. Extra con parlamento en Con Ánimo de Ofender (serie web).Crítico de cine en El Espectador.